We are cups, constantly and quietly being filled. The trick is, knowing how to tip ourselves over and let the beautiful stuff out. Ray Bradbury
Érase una vez... Sí, lo sé, así empiezan muchos cuentos, pero lo importante es que unos cuantos continúan con el nacimiento esperado de un hijo señorial y siguen con la descripción, con mayor o menor fortuna, del reparto de dones a la criatura por parte de las hadas. La mayoría de esos cuentos se escribieron antes de que Mendel formulase las bases de la genética, con guisantes en vez de con princesas, pero eso no quita que las pobres hadas se enfrentasen con una tarea difícil en los bautizos reales, con su magia tenían que adivinar y suplir las carencias de la herencia.
La Señora heredó, según las leyes de Mendel, una serie de grandes dones y esos dones no solo la afectan a ella, sino también repercuten en la vida de los que tiene alrededor. Me ha gustado la cita de Bradbury de volcarse para dejar salir lo mejor de uno mismo, porque eso es precisamente lo que hace la Señora, y lo que sucedía en la Granja. Un buen ejemplo, y muy reciente, es la organización de las vacaciones familiares en la que pone a disposición del que quiera, y pueda, la casa que alquila en la playa. Tras la experiencia de convivencia compartida, con todos los inquilinos con sus peculiaridades de carácter, y opiniones propias y arraigadas, cualquiera en su sano juicio se plantearía si repetir semejante plan es una gran idea, pero la Señora tiene claro que merece la pena. Lo curioso es que tras reincidir varios años en la complicada cohabitación veraniega, el tiempo parece darle la razón (o hace que se olviden los momentos de crisis); el caso es que, al año siguiente, todos vuelven.
Hay factores que contribuyen a que uno se vuelque y saque lo mejor de uno mismo. Eso es lo que le sucede al hermano con la Princesa. A la pequeña le brillan los ojos según ve a su tito, su favorito, me recuerda a la adoración que yo sentía por mi padrino a su edad, no había nadie como él: tan cariñoso y tan divertido; esperaba impaciente a que se levantara para estar a su lado y me sentía especial cuando jugaba conmigo o me tomaba el pelo. Me imagino el entusiasmo de los niños al ver al hermano con la Señora a la salida del colegio, este año ha ido a recogerlos un par de veces por semana de forma habitual, o la emoción de cuando apareció un fin de semana en la playa para darles una sorpresa y pasar unos días con ellos. El hermano se transforma cuando está con los sobrinos, irradia alegría, ilusión y amor por los chiquillos, verles juntos es un placer.