Busto de Voltaire, 1778, por Jean-Antoine Houdon (1741-1828). Fuente: Wikipedia
Voltaire (François Marie Arouet, 1694-1778) fue un escritor, filósofo, historiador y abogado francés, uno de los mayores exponentes de la Ilustración, cuya vida y obra se puede consulta en su completa entrada de la Wikipedia en el enlace de más arriba.
Aunque Voltaire escribió este opúsculo como si se tratase de un documento, un edicto, emitido por un país de religión islámica, el Imperio Otomano, en realidad se refería a su país y a su continente: Europa. Para complicar las cosas Voltaire se inventa el nombre del mufti, Yusuf Cheribi, pero introduce en el panfleto a un personaje real: Said Effendi que fue primero secretario de la embajada turca, y más tarde embajador, en París, también fue el responsable de introducir la imprenta en Turquía en 1726. La fecha de la hégira de más abajo corresponde a 1765, año de la publicación de El horrible peligro de la lectura.
Un dato que corrobora esta tesis, que Voltaire se refiere a Francia, y no a Turquía, es la alusión al “primer médico de su alteza, nacido en algún remoto pantano del cansado Occidente septentrional; pues dicho médico, como ya ha matado a cuatro augustas personas de la familia otomana”, aquí el autor se refiere a un enemigo suyo, el medico holandés Gerard Van Swieten (1700-1772) que era primer médico en Viena en la corte de la emperatriz consorte del Sacro Imperio Romano Germánico Maria Teresa I de Austria. Los cuatro muertos que Voltaire le atribuye son miembros de la familia de la emperatriz.
El corto y ácido texto del francés, escrito hace 235 años, conserva toda su vigencia en la actualidad en su critica a la religión y al poder, empeñados en mantenernos en una “beata imbecilidad” aunque ahora los causantes sean otros igualmente poderosos. Resulta curioso que en la actualidad se publiquen una cantidad de libros como nunca se han editado, tanto físicos como digitales y, por lo menos en España, el nivel de lectura sea escandalosamente bajo sobre todo en las generaciones más jóvenes.
Este opúsculo fue escrito en diciembre de 1764 y editado por primera vez en 1765 en el tercer volumen de las Nouveaux Mélanges, tal y como aparece en el articulo de El País de 1993. Ha sido traducido por Fernando Savater, quien lo dedica -con permiso de Voltaire- a Salman Rushdie.
El horrible peligro de la lectura
Nos, Yusuf Cheribi, muftí del Santo Imperio otomano por la gracia de Dios, luz de las luces, elegido entre los elegidos, a todos los fieles aquí presentes: majadería y bendición. Como sea que Said Effendi, actual embajador de la Sublime Puerta ante un pequeño Estado llamado Franquelia, situado entre España e Italia, ha traído entre nosotros el pernicioso uso de la imprenta, y después de haber consultado acerca de esta novedad con nuestros venerables hermanos los cadíes e imames de la ciudad imperial de Estambul, y sobre todo con los faquires conocidos por su celo contra la inteligencia, ha parecido bien a Mahoma y a nos el condenar, proscribir y anatematizar la antedicha infernal invención de la imprenta por las causas que a continuación serán enunciadas:
1. Esta facilidad de comunicar los pensamientos tiende evidentemente a disipar la ignorancia, la cual es guardiana y salvaguardia de los Estados bien organizados.
2. Hay que temer que, entre los libros traídos de Occidente, se encuentran algunos sobre la agricultura y sobre los medios de perfeccionar las artes mecánicas, obras que podrían a la larga -¡Dios no lo quiera!!- espabilar el ingenio de nuestros agricultores y nuestros fabricantes, excitar su industria, aumentar sus riquezas e inspirarles algún día cierta elevación de alma y cierto amor del bien público, sentimientos absolutamente opuestos a la sana doctrina.
3. Pudiera suceder finalmente que llegásemos a tener libros de historia despojados de esas fábulas que mantienen a la nación en una beata imbecilidad. Se cometería en tales libros la imprudencia de hacer justicia a las buenas y a las malas acciones, y de recomendar la equidad y el verdadero amor a la patria, lo que es manifiestamente contrario a los derechos de nuestra elevada autoridad.
4. Es muy posible que, dentro de algún tiempo, miserables filósofos -con el pretexto especioso pero punible de ilustrar a los hombres y de hacerles mejores- viniesen a enseñamos virtudes peligrosas de las que el pueblo nunca debe tener conocimiento.
5. Incluso podrían, aumentando el respeto que tienen por Dios e imprimiendo escandalosamente que lo llena todo con su presencia, disminuir el número de peregrinos a La Meca, con gran detrimento de la salud de las almas.
6. Sucedería también sin duda que, a fuerza de leer a los autores occidentales que han tratado las enfermedades contagiosas y la manera de prevenirlas, llegásemos a ser tan desdichados como para cuidamos de la peste, lo que constituiría un atentado enorme contra las órdenes de la Providencia.
Atendiendo a estas y otras causas, para edificación de los fieles y en pro del bien de sus almas, les prohibimos por siempre jamás leer ningún libro, bajo pena de condenación eterna. Y, temiendo que la tentación diabólica les induzca a instruirse, prohibimos a los padres y a las madres que enseñen a leer a sus hijos. Y, para prevenir cualquier infracción de nuestra ordenanza, les prohibimos expresamente pensar, bajo las mismas penas; exhortamos a todos los verdaderos creyentes para que denuncien ante nuestra oficialidad a cualquiera que haya pronunciado cuatro frases bien coordinadas de las que pudiera inferirse un sentido claro y neto. Ordenamos que en todas las conversaciones haya que servirse de términos que no significan nada, según el antiguo uso de la Sublime Puerta.
Y para impedir que vaya a entrar algún pensamiento de contrabando en la sagrada ciudad imperial, hacemos especial encargo al primer médico de su alteza, nacido en algún remoto pantano del cansado Occidente septentrional; pues dicho médico, como ya ha matado a cuatro augustas personas de la familia otomana, está más interesado que nadie en evitar la menor introducción de conocimientos en el país; por la presente, le conferimos el poder de capturar toda idea que se presente por escrito o de palabra ante las puertas de la ciudad y le ordenamos que traiga dicha idea atada de pies y manos ante nuestra presencia para que le inflijamos el castigo que nos parezca más conveniente.
Dado en nuestro palacio de la estupidez, el día 7 de la luna de Muharem, en el año 1143 de la hégira.