Y aquí estoy, a menos de 24h de volver a mi monótona pero maravillosa rutina. Porque la verdad es que me gusta, y lo se, y lo sabe todo el mundo.
Me encantan las semanas más largas que cortas, las que acaban en viernes con grandes ensayos y charlas, y las que hacen de los domingos, los días por excelencia de limpieza.
Porque, al fin y al cabo, el norte no está tan mal. Llueve, hace frío, y la humedad apuesta por ponerte los pelos como si de una leona se tratase, pero oye, tiene su encanto.
Aquí todo es diferente, “la vida cómoda” yo lo llamaría. Me entienden, me miman, me cuidan, y una infinidad de “mes” que no tendría dedos suficientes para contar.
Es increíble cómo me puedo sentir aquí. Soy como esa pieza del puzzle que nos regalan por Reyes y que siempre perdemos, siempre nos falta una para completarlo. Pues eso le pasa a esto cuando yo no estoy, que estar está, pero está incompleto. Igual que yo allí arriba, eh.
Allí no hay ni aceite de mis olivos, los que veo crecer y pasar los inviernos. No hay “bombas”, ni pulpo seco que huele que apesta, ni jamón Duroc cortado a mano en la charcutería.
Aquí es todo amarillo, y eso con el verde de allí arriba, no puede competir. Las cosas como son.
Pero oye, que aún así, me sigue costando dejar mi habitación de nuevo vacía, esperando a que llegue en un par de meses.
Es increíble sentir que, sin haberme ido aún, ya quiera volver.