Dicen que la nostalgia es el principio del regreso. Así lo debió pensar cuando, mirándose al espejo, se dio cuenta de que las arrugas de su cara eran los surcos de sus baches, de sus tropiezos, su pelo blanco delataba cada experiencia vivida y sus ojos habían perdido el brillo de quien tiene todo por descubrir. Se preguntó si aquella carrocería oxidada y entumecida había tenido tiempos mejores o, por el contrario, había caminado de forma accidentada, evitando el gran fracaso que le sacara de la carretera. Sintió que necesitaba volver, volver a un lugar que habitaba en el lugar más confortable de su memoria, donde todo empezó, donde las ilusiones y el sentido del tiempo eran distintos. El reloj por entonces no era una apresurada cobardía de una cuenta atrás. El equipaje no le demoró en exceso, a nadie le pesan los recuerdos efímeros, los que no dejan huella. Sus pasos le enviaban a una vieja estación de trenes. Un billete de ida reposaba en su bolsillo, inquieto por cumplir su cometido. Se sentó de forma descuidada, como un fardo en una descarga apresurada. Atisbó paisajes inciertos por la ventanilla, cumpliendo una vez más la estampa triste de los que viajan con la mirada perdida.Cuando bajó del tren nadie le esperaba. Era lógico, quien se acordaría de un viejo olvidado por el tiempo. La luz de las farolas disipaba un paisaje fantasmal, de una soledad abrumadora, de las que traspasan el alma. Muchas cosas habían cambiado y otras, sin embargo, permanecían adormiladas, aferrándose a lo que fueron. Miró hacia delante, esbozando una leve sonrisa. Era hora de reencontrarse con los supervivientes de su vida.