Para mí es domingo, pero es lunes, pero para Barcelona es domingo. Para Sants es domingo más bien.
Este es mi barrio porque me recuerda a él, a las terrazas en verano, al supermercado donde comprábamos sandía, al parque oscuro y algo maloliente, a más escaleras que subíamos para ir a la playa, al lugar al que volvíamos después de un viaje. Es mi casa por eso, porque el barrio es él y es mi retorno a una Barcelona que hoy me recibe con bondad. A veces me recibe malhumorada. El sudor corre por mi frente, la gente me agobia, el ruido es ensordecedor, la contaminación no te permite respirar.
Hoy es diferente. Sonrío para mis adentros contemplando la urbe. Veo una atracción que sobresale por encima de los edificios. En la feria se oyen los gritos al caer en picado. Y justo cuando cruzo un paso de cebra, un hombre mayor gira la cabeza hacia el cielo y sonríe. Va a atardecer, cada vez más pronto, y me lo voy a perder. Recuerdo el atardecer de ayer. Las cervezas en la mano, yo con mi camiseta esmeralda, las risas, la puesta de sol, subidos a una caseta de techo plano, como el tejadillo de Peñalba.
El retorno cálido y húmedo me recuerda también al viaje de vuelta que hacíamos desde el pueblo. Me encantaba volver porque llegaba a mi casa. Me gustaba respirar el aire caliente de I., bajarme del coche, descargar las maletas y subir las persianas de una casa dormida durante el mes de agosto. El calor era agobiante, corría muy poco aire, pero me daba igual, salía al balcón y miraba el cielo de mi casa.
Hoy vuelvo a pasearme por Sants. Esta tarde he llorado por él. Me gusta el color del cielo, los últimos pisos de los edificios dorados por la luz del sol. Me acuerdo de más cosas, de la torre con un campanario que se veía desde su casa, los atardeceres rojos a través de su ventana, el olor a viaje, la foto en el espejo de su portal antes de salir a la aventura, las últimas fiestas de Sants con sus compañeros de trabajo, él celoso porque había tardado mucho en volver del baño, la llegada a casa cansados y borrachos, pero la tranquilidad de sentir su piel y respiración al dormir.
Lo hacía todo con él, era mi mejor amigo. Me levantaba a su lado un sábado y pasábamos todo el día juntos. No me importaba que sudase, yo le abrazaba igualmente. A veces, en verano, cuando la ciudad estaba muy muerta y no teníamos ningún plan, simplemente íbamos a pasear y nos comprábamos un helado o unas patatas fritas. Caminábamos horas y horas, pero no nos cansábamos. Siempre hablando. Me daba la mano. Hace mucho que nadie me da la mano, Bad Bunny también lo dice en una de sus letras.
Paso por delante del restaurante donde hicimos una calçotada. Recuerdo la sonrisa de B., me dijo que se sentó a mi lado porque ya se había fijado en mí.
Y luego recuerdo esa noche con A. en la que acabamos cenando a las 2 de la mañana en un bar de Sants, de su barrio. Yo trabajaba al día siguiente, pero no me podía ir, estaba clavada en aquella farola a la que había atado mi bici. Siento el rechazo. Siento el olvido. Siento que hay personas que nunca existirán en tu memoria, que desaparecen muy pronto. Si no lo escribo, no existe.
Me encuentro a una antigua compañera del trabajo y le miento, le digo que he estado tomando algo con unos amigos. Es raro ir sola a las fiestas y una no puede parecer un bicho raro. Para la sociedad existen demasiadas cosas raras.
Justo después de correrme, con la ventana aún abierta y la cuerda de tender reflejando su sombra contra la pared, mi mente ve una cabeza cortada que baja por el tragaluz del patio interior.