Revista Espiritualidad
Encontrar un dojo, ir al dojo, mantener la asiduidad... eso es activo y depende de ti.
Pero en el mismo momento que pones el pie izquierdo en el dojo e inclinas tu cuerpo en un umbral que no siempre percibes como frontera entre mundos, la cosa deja de ser activa para volverse del todo pasiva y receptiva. No sabes qué va a hacer contigo. Te llevará al infinito cabalgando el Gran Viento o te dejará del lado de acá, aburrido y sin sabores que paladear.
“Lo que tú sabes” parece caprichoso pero “lo que tú sabes” sabe más.
Y te lleva, aunque sea a la fuerza, cogiéndote de la mano. Sabe bien cómo hacer para no soltarla por muchos esfuerzos que hagas y te retuerzas y te niegues y te alejes. Porque "lo que tú sabes" conoce tu nombre y te ha reclamado. Eres suyo por consentimiento.
Tal vez porque en algún momento que ni recuerdas juraste ante sagrado ser fiel más allá de la fidelidad. O porque comprometiste tu honor (y cuánto suele importarnos el honor!) con una palabra que sólo tú sabes cuál es y que no le vas a decir a nadie porque también apreciamos el pudor.
Tú y yo sabemos que si seguimos en esto, tan árido, es porque por alguna parte del fondo de nuestra conciencia, sabemos que hay más aunque con el tiempo haya dejado de importarnos gran cosa dónde o cómo nos es dado vivirlo. Sabemos que en el dojo habita lo que hace que cualquier lugar donde vayamos después, sea un hogar.
Y es verdad también que necesitamos como el aire para respirar a nuestros hermanos y compinches de aventura. Y que no nos falten sus palabras ni sus risas ni sus empujones.
Que nos están faltando en los últimos tiempos.