Revista Educación

Volver a clases, y la repitencia sistémica

Por Jorge Gómez A.

La pérdida del añoescolar ha sido una de las principales formas de presión contra los secundarios,desde que hace 4 meses se tomaron las escuelas. Hoy se habla de 70 milrepitentes. ¿Cuánto han perdido realmente?
Después de una nueva juerga patriotera, de las que elpoder nunca se ha quejado, se anuncia con pavor que 70 mil estudiantes (el 2%)han perdido el año escolar, invocando claramente a culpabilidades paternas yestudiantiles, nunca al fracaso del poder en cuanto a un modelo educativoimpuesto por éste.
Esa apelación responde a un mito muy difundido entre morosy cristianos: aquel que asimila la escolarización compulsiva con educación decalidad y aprendizaje. Pero, volver a la sala de clases no es sinónimo de ir aeducarse necesariamente.
Hay un hecho irrefutable en este sentido, que es laexistencia de un sistema de educación que lleva años en crisis, que esdesigual, precario y de mala calidad para un número importante de individuos.Entonces surge la pregunta ¿De esos 70mil, cuántos reciben educación de buena calidad, regular, o de mala calidad defrentón? Y entonces, dirimiendo eso¿Cuánto de buena educación han perdido realmente esos 70 mil?
Claro, lo más óptimo -para el poder sobre todo- sería quetodos los alumnos vuelvan a sus aulas (sean de educación excelente, regular omala) simplemente para decir: “todos seestán educando de nuevo” o para decir “todos han vuelto a estudiar”o “haimperado el derecho a la educación”.
Pero ¿Todos seestarían educando de nuevo con el sólo hecho de volver a clases?
La pregunta es clave, puesto que el riesgo de la “repitencia”(No sé por qué la demonizan cuando el problema más grave es que: se hace pasarde curso a gente que no ha aprendido) está siendo usada implícitamente comoargumento para deslegitimar las demandas estudiantiles ante un sistemaeducativo fracasado.
Fracasado porque se ha traducido en una “repitencia”silenciosa y sistémica, de miles cada año, que salen de las escuelas y noentienden lo que leen. Es decir, un problema pasado, presente y peor aún futuro–si no se aborda con perspectiva-. Ese es el meollo del asunto.
No hay que olvidar queel año 2000, unestudio de la OCDE indicaba que un 80% de los chilenos entre 16 y 65 años notiene el nivel de lectura mínimo para funcionar en el mundo de hoy. Y queéramos lo peores en comparación a otros países. O que en ese momento, lasautoridades chilenas ni se inmutaron. Seis años después, los secundariosiniciarían una serie de movilizaciones exigiendo mejoras profundas a un sistemaeducativo escolar en crisis.
Y claro, en los países mejor evaluados, las habilidadeslectoras fueron adquiridas en los primeros años de escolaridad, gracias asistemas educativos primarios de calidad universal. Insisto, volver a clases noes sinónimo de ir a aprender o educarse necesariamente.
Kant decía que “no se debe educar en base al presente,sino en base al futuro”. En torno a un fin, que no es otro que un mundo mejoren base al desarrollo de las mejores disposiciones humanas, generación trasgeneración. No habla de igualitarismo en ese sentido, sino de libertad paravivir de manera civilizada.
¿Ofrece algún futuroun sistema educacional fallido y segregado que no desarrolla talesdisposiciones hacia lo civilizado y la libertad? ¿Qué visión del futuro tieneel poder –vigente y pasado- en cuanto a la educación si no considera aquellocomo eje central?
Lo cierto es que el poder –del color que sea- sólo mira ala educación en cuanto al presente (la disciplina irracional bajo su alero, elmero adiestramiento) y no en cuanto el futuro. Es decir, en cuanto aldesarrollo de generaciones cada vez mejor educadas y pensantes, que obren porprincipios.
En esa inmediatez básica, el poder busca arrastrar a lospadres, que al igual que sus hijos perciben la falla endémica del sistema, ysiendo ellos mismos productos de éste, en el fondo no quieren que sus hijos onietos, sean parte de esas cifras prácticamente endémicas, de chilenos que noentienden lo que leen. Pero, bajo la presión de los certificados, las cuotas,el endeudamiento y el temor irrisorio a la “repitencia” de sus pupilos, paulatinamentese pliegan a la indiferencia del poder con respecto al problema educativo.
Supongamos que los estudiantes vuelven a sus aulas (y sussegregaciones). ¿Qué pasaría con el tema educativo? ¿Ocurriría lo mismo que el2006 cuando las élites políticas en conjunto, se auto vanagloriaban de susacuerdos y levantaron los brazos en conjunto, proclamando mejoras a laeducación, un cambio de nombre? ¿La discusión y la solución quedarán en manosde una élite política sin visión de futuro, que ha reprobado el ramo derepresentación, que sólo reacciona ante presiones y que probablemente tampocoentiende lo que lee?
Kant decía “el arte de la educación necesita serrazonado”. Plantear volver a clases porque sí -para simular educación, oestudio, y no perder certificados- no altera en nada el problema crítico de unmodelo educacional fallido, que desde hace años no ha sido razonado (nienfrentado) y que se traduce de manera creciente -en palabras de Kant- en generacionesde padres “mal educados que educarán mal a sus hijos”. 

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