Uno de los nefastos logros de ese fascismo a la española que fue el franquismo (del que, lamentablemente, perviven restos sociológicos) ha sido el olvido, la desmemoria. Las hordas nacionalistas que asolaron España sembrando el terror, derramaron más que sangre: vertieron palabras oscuras sobre ideas y personas luminosas, con el propósito de acabar con ellas.
Tal fue el caso de la población onubense de Salvochea, que toma su nombre del ilustre anarquista gaditano Fermín Salvochea, seguidor del socialismo utópico, participante en los sucesos del cuartel de San Gil, miembro de la Junta Provincial del Gobierno Provisional durante la revolución de septiembre de 1868, guerrillero en la serranía de Cádiz, diputado en las Cortes Constituyentes en 1871 y alcalde de Cádiz. Autor de teatro con obras como Cada mochuelo a su olivo.
La muerte fascista cambió al pueblo minero de Salvochea su nombre por el de El Campillo.
Pero no pudieron matar la idea, la luz, la protesta.
¡Salud y libertad!
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