Revista Sociedad

Volver a Sevilla

Publicado el 03 marzo 2012 por Hogaradas @hogaradas

Por Hogaradas
Me levanto cuando apenas está a amaneciendo, a una hora que podíamos calificar de intempestiva para mí, en un día como el de hoy, en el que no hay ninguna obligación para hacerlo.
Ayer me acosté temprano, tanta emoción y tanto trabajo habían conseguido agotarme, y mi cuerpo esta mańana ha considerado que ha sido ya descanso suficiente, o quizás algo dentro de mí me haya dicho que el madrugón iba a merecer la pena. Creo que todas las cosas suceden por algo, y hoy, seguramente necesitaba levantarme más temprano para encender mi ordenador y volver a recibir una buena noticia.
Miro detrás de los cristales y el barrio está en completa calma, ninguna luz en las ventanas, solamente una en uno de los bajos; sé de quién es, de uno de los pocos afortunados que todavía tienen que madrugar para ir al trabajo, además con la ventaja ańadida de tenerlo al lado de casa, con unos jefes que son una maravilla y rodeado de vecinos y conocidos que hacen que la tarea sea mucho más agradable.
Esta noche he sońado con viajar a Sevilla en Semana Santa, con un grupo de amigas. El viaje sería en tren, y me quedé despidiéndolas hasta el día siguiente, en el que después de una comida iríamos a sacar los billetes.
Me apetece mucho volver a la ciudad del Guadalquivir, de la Giralda, de la Torre del Oro, de ese olor a naranjos del que todo el mundo habla que inunda cada rincón al llegar la primavera.
Viajé a Sevilla cuando era todavía muy nińa, con mis padres y mis tíos, y mi primo; mi tío Pepe, andaluz de nacimiento, andaluz de copla, de chistes, de amigos, andaluz que derrochaba alegría y buen humor allá por donde iba. Nuestro destino era su pueblo, Gilena, pero antes recuerdo que estuvimos en Sevilla, donde aprovecharon para comprarme un pequeńo traje de faralaes, tan pequeńo como yo lo era entonces. Todavía está guardado en un armario en casa de mis padres, con sus enormes lunares blancos, sus flecos, también blancos en la pechera, y sus volantes. Quizás el recuerdo de aquel vestido sea el que hiciera que el día de mi boda buscara otra vez ese toque andaluz para mi vestido, un vestido de novia con volantes. Unos zapatos rojos, unos pendientes grandes de aros, un collar, una peineta y una hermosa flor, todo en color rojo, completaban el conjunto, ese que haría las delicias de cualquier nińa, yo en este caso, vestida con mi precioso vestido de lunares, con volantes, en Sevilla, paseando por sus estrechas callejuelas en coche de caballos.
Algún día volveré a esa ciudad, y puede que hasta me anime a vestirme otra vez de faralaes, y a pasear la feria, si la hubiera, incluso a arrancarme por sevillanas si hiciera falta. Si es cierto que los sueńos a veces se hacen realidad, quizás éste sea uno de ellos, y un día cualquiera, se cumpla.
Ya ha amanecido, pero el barrio sigue en calma, solamente un pájaro revoloteando alegremente y la madre de quien ya se ha marchado a trabajar, faenando por la terraza. Boni duerme plácidamente en su cuna, las noches suele aprovecharlas para andar de allá para acá, y luego las mańanas se las pasa durmiendo. Carlos también duerme, y yo aquí estoy, pegada a este ordenador que es ya como una prolongación de mi misma, de mis manos, el que estoy pensando que quizás haya sido el causante de mi madrugón de hoy, llamándome en silencio para darme la buena noticia que desde ayer por la madrugada escondía.
Sea como fuere, he disfrutado levantándome temprano, escribiendo así, con este silencio y esta calma que lo envuelve todo. El cielo está gris y llueve ligeramente, pero no importa, la felicidad no depende de la meteorología, sino de uno mismo.


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