Que nada a partir de ahora me haga abandonar mi determinación: no sacrificar nunca el objeto de mi estudio para poner de relieve algún hallazgo verbal que hubiera hecho a propósito de él, ni a la disposición como poema de varios de esos hallazgos.
Volver siempre al objeto mismo, a lo que es en bruto, lo que tiene de diferente: diferente en particular de lo que ya (en este momento) he escrito sobre él.
Que mi trabajo sea una rectificación continua de mi expresión (sin atender a priori a la forma de esa expresión) en favor del objeto en bruto.
Así, al escribir sobre el Loira desde un punto de las riberas de este río, debo sumergir en él sin descanso mi mirada, mi espíritu. Cada vez que se haya seco en una expresión, volver a sumergirlo en el agua del río.
Reconocer el derecho preferente del objeto, su derecho imprescriptible, oponible a cualquier poema… Pues ningún poema se da nunca sin apelación fiscal por parte del objeto del poema, ni sin querella por falsificación.
El objeto es siempre más importante, más interesante, más capaz (pleno de derechos): no tiene ningún deber conmigo, soy yo quien tiene todos los deberes respecto a él.
Lo que las líneas anteriores no dicen de modo suficiente: en consecuencia, no detenerme nunca en la forma poética —aunque ésta, sin embargo, deba utilizarse en un momento de mi estudio, porque dispone un juego de espejos que puede hacer aparecer aspectos del objeto que permanecían oscuros. El entrechocar de las palabras, las analogías verbales son uno de los medios para escrutar el objeto.
No intentar nunca componer las cosas. Las cosas y los poemas son inconciliables.
Se trata de saber si se quiere hacer un poema o dar cuenta de una cosa (con la esperanza de que así el espíritu avance, dé con ese motivo algún paso nuevo).
Es el segundo término de la alternativa el que mi gusto (un gusto violento por las cosas, y por los progresos del espíritu) sin vacilación me hace elegir.
Mi determinación queda tomada…
Más allá de esto, poco me importa que se quiera llamar poema lo que resulte. Por lo que a mí se refiere, la menor sospecha de ronroneo poético basta para advertirme de que entro en la artimaña, y hace que me deslome para salir de ella.
Francis Ponge
Roanne, 24 de mayo de 1941
La rabia de la expresión
Traducción: Miguel Casado
Editorial: Icaria
