Las Cruzadas, la guerra a los llamados infieles en defensa de la iglesia, fueron un distintivo de la época medieval y convocaron a miles y miles de hombres, vasallos, reyes y nobles, todos dispuestos a entregar su vida por su fe. Cuentan que Ricardo Corazón de León fue capturado por el Duque de Austria en venganza contra el rey inglés que había arrancado su bandera de un torreón en San Juan de Acre, lanzándola a un foso como forma de humillarlo. Exigió el Duque explicación a tal acto, siendo su mensajero también ultrajado. 150 mil marcos tuvo que pagar Ricardo Corazón de León para ser liberado un año y medio después de su captura.
Transcurridos varios siglos la bandera sigue siendo el símbolo con el que se puede humillar al adversario, y no estamos hablando de guerras entre países, sino de guerras entre nuevas tribus, que defienden nuevas fes, surgidas al calor del los espectáculos deportivos y del fútbol principalmente. En Lima, lo pudimos ver en el 2009 cuando banderas de la Trinchera Norte de Universitario de Deportes decomisadas por la policía en una redada a un líder de la barra acusado de micro comercializador de droga, aparecieron en el estadio de Alianza Lima, siendo acusada la policía de habérselas vendido al equipo rival, lo cual ocasionó una gran trifulca en el estadio. Cientos de hinchas le gritaban a la policía “concha de tu madre, vende bandera”(1), ratificando con sus gritos lo que la prensa ya había informado sobre la supuesta intervención de la policía en la afrenta. El narrador deportivo Philip Butters, reclamando la actuación de la Ministra del Interior de ese entonces Mercedes Cabanillas, decía con dedo acusador: “Si eso no se detiene intercambiando las banderolas pueden haber muertos en el próximo clásico y eso va a ser responsabilidad política de usted, señora Cabanillas.”(2)
Ciertamente, la violencia en los estadios ha seguido en diferentes tonos y con diferentes niveles de violencia, en nombre del equipo y de la defensa de su bandera. Hace unos pocos días, toda la ciudadanía se ha visto conmovida por el cruel asesinato de un joven hincha aliancista, lanzado desde el palco por un grupo de hinchas de Universitario de Deportes, quienes al parecer se sintieron humillados por una banderola de Alianza que flameaba en uno de los palcos. El grupo de desadaptados arremetió con todo, sin límites, y en medio de la euforia por el triunfo de su equipo, no dudaron en lanzar a la víctima para darle una lección.
Como si el estadio fuera un recinto con ley propia, algunos hinchas siguen justificando este actuar al señalar, por ejemplo, que el joven Oyarce “murió en su ley” o que “sabían en qué se metían, sabían que era provocador colocar una bandera y eran responsables de sus actitudes antes, durante y después del partido.”(3) Subyace en este comentario la idea de que el estadio y el fútbol se rigen por sus propias normas y códigos que están por encima de cualquier otra convención social.
En el imaginario de la hinchada futbolística, la violencia, que por cierto forma parte de la construcción de la masculinidad hegemónica en nuestros países, es un valor. En el enfrentamiento con el rival se ponen en juego lo esperado socialmente de los hombres, el controlar, dominar, resistir, guerrear, valor que se acrecienta al estar entre pares, frente a los otros hombres que validarán la hombría, aliados o rivales que los juzgarán con su misma medida. “Esos kagones toda la vida van de la mano de la policía, esas banderas no la guerrearon, a esos tombos se las compraron” gritaban las barras de Universitario en relación al episodio de las banderas. Jugando al fútbol se aprende también a ser hombre, a actuar como se espera del género, a ser parte de un clan, a tener una identidad compartida con otros, traspasando incluso la barrera de la clase, como hemos podido constatar en el palco en que se encontraba el principal acusado del asesinato, el llamado “Loco David”, próspero hombre de negocios, con otros hombres con los que compartía apelativos lumpenescos y el fanatismo por la camiseta, como el “Cholo Payet”, “Calígula”, “Negro Ampilio”.
Por otra parte, contradictoriamente o como parte de este mismo sentido de espacio propio que tienen los hombres, el juego y el estadio son también el lugar donde se permiten manifestaciones afectivas que suelen ser cuestionadas en el proceso de la construcción de la masculinidad y que se consideran corresponden a lo femenino, besarse, llorar, abrazarse, demostrar afecto y expresar la alegría abiertamente o sufrir. “No puede ser blanquiazul aquel que no haya llorado, aquel que no haya sufrido cantando aquí en sur. Esta, esta es tu barra, la que grita, la que canta, la que deja la garganta y también el corazón,” dice una barra de Alianza Lima.
Norma Fuller señala que “alrededor de esta afición existe una compleja cultura que organiza jerárquicamente a los varones al mismo tiempo que los une en una categoría opuesta a las mujeres. Esto los coloca simbólicamente como dueños de la calle y del espacio público.”(4) Así lo vemos en los mismos estadios y en los grupos que salen corriendo por las calles o peleándose entre rivales luego de un partido y lo confirma la muerte de María Paola Vargas, lanzada de una combi por un grupo de hinchas, cuando quiso escapar del grupo que invadió el espacio, hecho que por cierto ha ido quedando en el olvido sin que haya merecido mayor respuesta como las que ahora se plantean en relación con la muerte de Walter Oyarce. Luego de esta última tragedia, se ha mencionado la necesidad de que exista una ley contra la violencia en el deporte, o de impulsar una olvidada ley presentada en el 2010 por el congresista Renzo Reggiardo, que propone medidas de seguridad más rigurosas y sanciones más severas en casos de que se incumplan. Se ha hablado también de un protocolo de seguridad para acabar con la violencia en los estadios.
Sin dejar de considerar como importantes medidas como éstas, es necesario mencionar que se sigue viendo la problemática de la violencia como un asunto sólo del espacio en que ocurre. Esto es mirar sólo el árbol y no el bosque, pues como señala Fuller:
“La cultura del futbol se apoya en todos los niveles de la sociedad, desde la familia representada por el padre, el grupo de pares, la escuela, el Estado, hasta los medios de comunicación. En ese punto confluyen todas las instituciones clave en la constitución y actuación de la masculinidad.”(5)
Es precisamente este punto el que no se visualiza en las acciones que se proponen. No se plantea cómo conectar a todas las instancias para enfrentar la violencia, que, vale recordar, no se da solamente en el fútbol, aunque lo que sucede en estos escenarios envía el mensaje de que si se puede dominar y ejercer el control frente a otros hombres, ¿como no se va a hacer con las otras que se considera subordinadas, inferiores?
Por ello, asusta que cuando se habla de hechos de violencia generada por hombres en los escenarios públicos, la respuesta consiste básicamente en colocar medidas de seguridad y no se pone en evidencia la necesidad de generar reflexión, procesos de sensibilización y educativos sobre cómo la violencia es un eje fundamental en la construcción de la masculinidad. Preocupa, por ejemplo, que una ley dirigida precisamente a enfrentar la violencia y los asesinatos de mujeres, que, vale recordar, hasta julio eran 48 muertes, sea archivada por la Comisión de Justicia del Congreso o que el protocolo sobre la despenalización del aborto terapéutico tenga casi 90 años de espera. ¡Qué tal violencia obligar a una mujer a tener un hijo que no va a poder criar pues el hecho de tenerlo la condena a muerte y qué tal mensaje el que se da desde el Estado a la sociedad, dando cuenta de que los cuerpos de las mujeres no son suyos sino que se puede disponer de su vida y de su muerte!
Mientras no seamos capaces de entender que la violencia del estadio no es un asunto de locos, de pobres resentidos, sino que forma parte de un complejo sistema de construcción de lo masculino, de un modelo jerarquizante de las relaciones de género del que somos parte todos y todas, que se sigue reproduciendo en el estadio, en los colegios, en las familias, en el barrio, en las leyes vigentes o en la ausencia de éstas, seguirán matando e hiriendo a los rivales en nombre de banderas y territorialidades imaginadas y seguirán muriendo mujeres en manos de hombres que a través de su asesinato dejan testimonio de quien tiene el poder y el control. Seguiremos muriendo un poco cada una de nosotras, por cada mujer que muere por razones de género y sintiendo que por cada hombre que muere guerreando una bandera, involucionamos y volvemos al medioevo.
Notas:
(1) Prensa Libre, “Violencia en Ate: Crema Volteada”, América Televisión, 26 de mayo del 2009.http://www.youtube.com/watch?v=kUjCaNYMnkA
(2) 90 segundos, “Inadmisible violencia de barristas contra la Policía Nacional, ocasionada por extraño decomiso”, Frecuencia Latina, 26 de mayo del 2009. http://www.youtube.com/watch?v=Qfh6Ki13x6o
(3) “Culpables todos”, página de aficionados del Universitario de Deportes en Facebook, 26 de septiembre del 2011. https://www.facebook.com/notes/testigo-de-una-pasion-preso-de-un-sentimi...
(4) Norma Fuller, Identidades, cambios y permanencias, PUCP, Lima, 2001.
(5) Idem
Por Rosa Montalvo Reinoso
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