Ayer lloré de alegría nuevamente frente al televisor, igual que derramé mis lágrimas el día que vi descender del avión a inicios de este año a Fernando y un tiempo antes a René. Pero esta ocasión fue incluso mejor, pues la alegría estaba triplicada, con la gratificante sensación de que la Patria finalmente está completa, que ya no sufre la ausencia de tres de sus hijos amados.
Anoche me fui a dormir con la felicidad de saberlos en casa rodeados por sus seres queridos, de haber cerrado un capítulo extenso de lucha que culminó en victoria, con la certeza de que Fidel, una vez más, tuvo razón, que sus palabras fueron más que sentencia, visión de futuro.
Agradezco al infinito esa imagen del abrazo de Raúl y escucharle el reconocimiento por la entereza demostrada; luego el emocionado agradecimiento de un Gerardo que se confiesa sin palabras, así como la disposición suya y de sus hermanos para asumir las tareas que la Patria les encomiende en lo adelante son la prueba de su estatura de gigantes, de su dimensión como revolucionarios.
Cierro los ojos y sigo viendo la sonrisa inmensa de Tonito mientras corre, literalmente, a abrazar a su padre, y resuena detrás el grito feliz de Maruchi "¡Te lo dije, te lo dije, mi hermano!", y Mirtha que se queda de pie en la puerta, como si le costara creer tanta dicha, y no sabe qué hacer con la cartera, que termina arrojando al suelo para tener los brazos disponibles para el abrazo, pero no se decide aún a caminar al encuentro del hijo, no atina a nada así que se queda de pie, disfrutando la escena de la familia finalmente reunida, hasta que es Tony quien despacio, como si temiera romper su fragilidad, la abraza con la ternura acumulada en tantos años de espera, y la besa, y con la mirada le asegura que es cierto, que esta vez no habrá despedidas, que ya puede olvidar los temores porque ha llegado para quedarse a cuidar su vejez.
Vuelvo a ver a Ramón fundido en su interminable beso-no-apto-para-menores con Elizabeth, abrazando a sus hijas, sintiendo de pronto cómo desaparecen los dolores de las rodillas.
Y la dicha se agiganta hasta el infinito cuando Adriana y Gerardo se miran a los ojos, reconociendo en la mirada a esa alma gemela de tantos desvelos y lealtades, y se acarician mutuamente las mejillas, como quien no acaba de creer en su dicha, reconociendo el rostro amado tras 16 años de distancia, descubriendo las marcas que el tiempo dejó, para culminar al fin con el puro y tierno beso en la frente amada de "su reina", como él la suele llamar.
El recibimiento en los barrios, los abrazos postergados a los vecinos que quizás los vieron crecer, el saludo a los viejos los amigos de travesuras, el descubrimiento de los niños que han nacido en su ausencia, la anciana vestida de blanco que llega con su bastón y cargada de collares para regalarle todo su aché al "chino", la multitud coreando el nombre de Gerardo, que no tiene palabras para expresar lo que siente a pesar de haber soñado muchos años con ese momento.
Y finalmente la grata sorpresa del embarazo de Adriana, la mano protectora de Gerardo sobre el abultado vientre donde palpita la vida del hijo largamente soñado, la alegría de poder estar junto a ella cuando llegue el momento del supremo dolor que antecede a la dicha inmensa de ser padres. Ya los sueño decorando la habitación con los dibujos que Gerardo pintará para su retoño, y quizás haga una versión más colorida y grande de su "Carta a mis hijos que están por nacer" (Puede leerla en el libro El dulce abismo) para colgarla en una pared...para explicarles en el futuro "por qué su papá no es tan joven como muchos de los padres de
sus amiguitos, y conozcan de los años en que papi y mami tuvieron que vivir separados a pesar de quererse mucho."
Después de muchos años de espera, finalmente puede Cuba deleitarse con las imágenes que algunos temieron que no verían...pero a mi, las que más me han gustado han sido estas:
Las fotos fueron tomadas por el Estudio Revolución en el día de ayer, para verlas en tamaño grande basta con hacer clic: