Mi voto en blanco no es un voto de neutralidad, ni de indiferencia, ni de rebeldía.
No es indecisión y entonces mejor dejar que otros decidan.
No es un voto tibio.
Es un voto que conscientemente elige no apoyar propuestas que no me representan. No quiero elegir candidaturas en las que no confío.
No quiero entrar en un juego en el que me convertí en carnada de un mercadeo que usa estrategias comerciales para ganar a sus adeptos.
Palabras meticulosamente elegidas y mensajes manipuladores para llegar a su público objetivo.
Mi voto en blanco es ir a votar aceptando que estas son las reglas y al mismo tiempo es mi manera de renunciar a ese juego, aceptando que es el que hay, y que también podría ser diferente.
No quiero dar un voto estratégico en contra de nadie, abriendo la puerta a una forma de hacer política que nada tiene que ver con atender las necesidades de un país.
¿Es un voto inútil? No lo creo.
Inútil para mi es seguir eligiendo lo mismo y desde los mismos lugares.
Probablemente este año no hará mayor diferencia en los resultados, especialmente porque tampoco confío en el proceso electoral.
Mi voto en blanco es mi manera de estar en mi propio centro, en el que infinitas posibilidades pueden manifestarse.