Mientras en Europa la extrema derecha se extendía por la mayor parte de sus países como un reguero de pólvora, en España se encontraba aletargada. Desde que a finales de la década de los setenta y principio de los ochenta el líder de Fuerza Nueva, Blas Piñar, ocupara un escaño en la carrera de San Jerónimo al resultar elegido diputado por Madrid, el declive de esta opción política fue paulatino, en gran parte por la fagocitación que propició la refundación de Alianza Popular por Manuel Fraga Iribarne. Desde entonces, aquella bolsa de electores, no muy numerosa en un principio, votó sucesivamente al Partido Popular en cuantas citas electorales fueron convocados. La perspectiva de que a la derecha del PP no existía nada, al menos visualizable en las urnas, mantuvo durante años a España alejada del fenómeno ultraderechista del que sí participaron países como Francia, Italia, Reino Unido, Alemania, Austria, Holanda, Suecia, Hungría, Suiza, Polonia…
El nacimiento de Vox a finales de 2013, el más claro ejemplo de movimiento de esa derecha radical en España entrado el siglo XXI, no despertó demasiada preocupación en un principio. Sin embargo, diversos acontecimientos surgidos desde entonces han propiciado que esta formación política se haya convertido en el partido más emergente del panorama político español. Liderado por el exmilitante popular, Santiago Abascal, aglutina fundamentalmente a esos votantes descontentos con el PP, en especial con el que han conocido en la etapa de Mariano Rajoy, pero también con el que ahora lidera Pablo Casado. A ambos se les considera ‘blandos’ frente a otros dirigentes del pasado, como es el caso de José María Aznar. No obstante, el expresidente del Gobierno ha sido el encargado de acudir a aquellas plazas en las que Vox tiene mayor predicamento a fin de intentar salvar los muebles en favor de Casado, con el que, a diferencia de con Rajoy, mantiene una buena relación.
El acto que Vox protagonizó este pasado domingo en Murcia, sin duda el más multitudinario de la campaña electoral en la Región, dejó patente que hoy por hoy es una fuerza muy viva y pujante. Lo ocurrido en diciembre pasado en las elecciones andaluzas, un territorio otrora hostil para la derecha pero donde esta formación alcanzó hasta una docena de diputados, puede repetirse ahora en la comunidad murciana e incluso con un mayor éxito porcentual. Las encuestas ya aventuran que Vox puede recibir en Murcia muchos más votos que en otras zonas del país y que lo que ocurra aquí, tanto el 28 de abril como el 26 de mayo, puede ser calificado de espectacular.
Hay politólogos que sostienen que no necesariamente los que más pabellones llenan son los que más sufragios reciben luego en las urnas. Sin embargo, el caso de Vox es todo una incógnita. Hay mucho voto oculto, se argumenta. Su difusión y propagación en los medios, incluso en los menos afines, ha sido tan imparable como impagable. Me pregunto cuánto les hubiera costado esa campaña de imagen, de no haber gozado del favor de muchas de esas mismas televisiones a las que dicen ahora que cerrarían si llegaran al Gobierno.
Vox utiliza como pocos las redes sociales para difundir unos mensajes claros, escuetos y directos, que impactan y llegan diáfanos a los destinatarios indicados. En el libro ‘Fascismo’ (Ediciones Paidós), publicado hace ahora un año por la exsecretaria de Estado norteamericana, Madeleine Albrigth, esta sostiene que no hay que fiarse mucho de aquellos que plantean soluciones fáciles para los grandes problemas de un país. Y pone como ejemplo el ascenso de Hitler, para el que los problemas políticos parecían complicados en aquella Alemania de los años 30, por lo que él aseguraba que los redujo a términos sencillos.
Hay quien aventura que Vox vive ahora el efecto suflé de la novedad y que, una vez se asiente en las instituciones, irá perdiendo gas. Mientras tanto, la sensación entre los asistentes a sus actos es la de quienes van a ver exultantes a su cantante de rock favorito o a vitorear a su equipo en una final deportiva. Dicen detestar a la ‘derechita cobarde’ porque ellos se consideran una especie de ‘derechaza valiente’, tan audaz como temeraria, según reza la letra del viejo cuplé, convertido en canción legionaria -que no himno-, y que suena a todo trapo por los altavoces en sus actos, mientras la gente se desgañita entonándolo.