No sé si será casualidad, pero desde que se produjo la fusión de Vueling y Clickair la calidad del servicio de la compañía resultante ha caído notablemente. El sábado tuve el dudoso honor de viajar de nuevo con Vueling.
El primer problema no nos afectó (¿afortunadamente?) y se produjo en el momento de intentar subir al avión. Varios pasajeros, a pesar de tener la tarjeta de embarque, se quedaron en tierra. No sé si se debió al overbooking o a que el vuelo era compartido por Vueling e Iberia, pero más de uno se llevó una sorpresa desagradable.
La segunda nos dio de pleno. Al llegar a la puerta del avión nos comentan que no queda sitio para nuestras mochilas y que las tenemos que dejar allí para que las metan en la bodega. ¡Pues qué bien! ¿Para esto viajamos con poco equipaje y hacemos el check-in online? La verdad es que nos fastidió bastante porque suponía tener que hacer fila en la cinta de recogida de equipajes, con la pérdida de tiempo que eso conlleva.
Pero lo peor fue el trato recibido por parte del personal de a bordo: chulesco, prepotente, incluso insolente. Amenazas de llamar a la Guardia Civil, excusas falsas (que si no hay sitio, que si el peso, que si el personal de tierra, que si hemos vendido más billetes que plazas,...) y malas formas.
Lo más sorprendente es que al ocupar, por fin, nuestro asiento (y tras ver que si había hueco para nuestras mochilas en los compartimentos de al lado) la pasajera que se sentaba a nuestro lado nos comentó que a ella le había sucedido algo parecido... a pesar de ser la cuarta en subir al avión!!
A todo esto hay que sumarle el retraso acumulado por el avión. Aterrizó en Barcelona cuando ya debería de haber comenzado el embarque (eso si, tú no te retrases que te dejan en tierra), así que finalmente despegábamos con más de media hora de retraso. Esta vez no recuperaron el tiempo perdido, así que salíamos de París-Orly 45 minutos más tarde de lo previsto. Y menos mal que la entrega de equipajes no se retrasó demasiado.
A la vuelta, más de lo mismo. No se puede dejar un margen de 10 minutos entre el aterrizaje de un avión y su siguiente despegue. Sobre todo, cuando se va acumulando la tardanza a lo largo del día. Otros 30 minutos de retraso.