Revista Sociedad
En el final de año más crítico de lo que llevamos del XXI para el españolito medio, y la españolita media, que la calamidad no distingue de sexos, el jefe de los empresarios se revela como lo que ya sabíamos: un inepto, no por su impericia a la hora de gestionar una compañía de altos vuelos a bajos precios, algo imposible si se cruza el Atlántico, véase Air Madrid 2006, sino por enseñar el plumero. Hasta el lobo de Caperucita sabía disimular su imagen salvaje y dañina: cuántas jóvenes perdidas por el bosque no habrían sucumbido hasta que un cazador ¿celoso? terminó con su leyenda de Casanova. ¿O acaso es de cordero que los inversores extranjeros vean como la patronal de la gran empresa está gestionada por un tipo incapaz?
No está de más recordar que a cualquier trabajador (de acuerdo, culpable de la crisis en la medida de ver como el vecino prosperaba, que no es poca envidia, aunque inducida por los de los despachos encristalados, no se olvide) se le exige un nivel de cualificación y años de experiencia sólo para darle a una tecla que escriba @ por ensalmo o pulsar el botón de arranque de una máquina con CNC. Sin un examen homologado no puede uno ni ganarse el pan cortando fiambres, mientras que un niño -y aquí desisto de la igualdad: que me denuncie quien le apetezca- basta con que herede unos apellidos con guiones, preposiciones y conjunciones de por medio, o que crezca sin escrúpulos, para hacerse con una licencia para matar de angustia a sus semejantes, verbigracia los suicidios de France Telecom de la vecina del norte, por no hablar de algún trastorno mental que conozco de primera mano, episodio que prefiero no explicar, no recordar. Así que mandado a paseo por un juez de flema británica el mandón de los mandones de por aquí, cabe preguntarse si hará como el futuro monarca -¡menudo indio!- del juez de arriba y dormirá al lado de un puente con unos cartones. Me temo que no. En casa del señor A-un-sillón-pegado, antes Sr. Díaz, esta Navidad no faltará el pavo. En que lado de la mesa se sentará, ni lo sé, ni me importa. Lo que está claro, es que pavo habrá. ¿O será besugo?
Algunos, que llevamos encima unas cuantas crisis (la del petróleo, que nos hizo descubrir, entre otros valores, los que no tiene la achicoria; la del cambio de régimen -de la dictadura militar a los dictados de las urnas-; la resaca del 92; la de los recuerdos de nuestros abuelos -república y guerra civil- y nuestros padres -postguerra y hambre en las grandes ciudades-; las de identidad o personalidad...), nos apiadamos de la desgracia del presidente de la CEOE: una quiebra te deja las espaldas como un 4. Bueno, en algunos casos, como un 4x4: nada irremediable con un buen chófer.
De Gerardo Díaz Ferrán, de quien desconozco la humildad de sus orígenes (según la wiki en unos días cumple 67 añitos: ¡felicidades!, y cuidado con tanto exceso y celebración, y enhorabuena si le tocó la lotería igual que a algunos de sus súbditos), si nació mutante o se fabricó unas alas capitalistas -bueno algo de un amigo, unas concesiones de líneas de autobús, un tal Arias Navarro, recuerdo- preveo su final: trinchado. O escaldado con agua caliente.
Y mientras, los vecinos de København lamentándose por que el mundo no ha cambiado después de la COP15: las intenciones claras desde los carteles anunciadores: decimoquinta cumbre policial. Cómo pueden decir que las reuniones han sido un fracaso: la vida sigue igual, que no es poco.
Merry Xmas, Sr. Díaz y lectores.
COP15 - Manifestación frente al Bella Center
(København, diciembre de 2009)