Revista América Latina

Vuelta a la jaula.

Publicado el 15 septiembre 2014 por Jmartoranoster

Carola Chávez.


5 tortugas

Ella no le veía la gracia. Poco le importaba el silabario que le decía que “Tito toca la tuba”. Los números le fascinaban hasta que se los encerraron en un cuaderno cuadriculado, entonces se convirtieron en bostezos. Su salón era una jaula de cuatro paredes y una ventana con vistas al mundo, y el mundo atrapado en un pizarrón…
Sentada junto a la ventana, cada día veía a un pajarito que, según ella, venía a saludarla. Pintaba a sus amigos en una libreta y pintando descubrió la posibilidad de volar. El mundo fuera de su jaula creció en su cuaderno de dibujo donde ella pintaba mientras el cole pasaba. ¿Qué es lo que más te gusta del cole? -Le pregunté- Y respondió sin dudarlo “Cuando me vienes a buscar”. Apenas tenía tres años.
En la paz de sus dibujos todo se fue colando, a sus tiempos, a veces apresurados y otras con toda la calma del mundo, porque ella siempre supo preservarse de las exigencias ajenas. Observaba y observaba y ¡ay mi madre cuando preguntaba! De repente todo tenía sentido. Así entendió tantas cosas. En el jardín resolvió todas las artes y las ciencias, incluso la alquimia. Un ciempiés le bastaba para saltar de la zoología a la botánica y de ahí a la geografía, y uno, dos tres cuatro, matemáticas, esas formas en su cuerpo, geometría y tantos pies para un solo bichito, física, y huele mal cuando lo agarro, química, siempre cantando canciones con cien patas… luego al cole al tedio de la caligrafía, tablas y el encierro.
En su cuaderno de dibujo ella recrea al mundo procurando con sus trazos historias con finales felices, posibles. Mi niña grande aprende, dibuja y me enseña. Mi niña maestra con ojos asombrados, valientes, decididos a mirar por si mismos.
Luego su hermana, mi niña de la selva, la que no calzó zapatos hasta su primer día de cole, cuatro años de piececitos libres. La niña cachorro que creció entre enormes perros peludos. Ahí va para tercer grado con su letra grandota, con su “a” rebelde que desafía la uniformidad de la caligrafía, y con los veintitantos cortos de animación que ella misma hizo en mi computadora. Con sus dinosaurios de nombres impronunciables anotados en su libretica. Con sus chistes brillantes y la misma lucidez de su hermana grande que va para cuarto año lisita, con su cuaderno de dibujo a su asiento junto a la ventana.


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