Septiembre es para mí el mes de los propósitos, mucho más que enero. Nuevo curso, papelería a estrenar, cambio de armario y la llegada de un frío que hace que me apetezca estar en casa y centrarme en proyectos personales.
Este septiembre es indudablemente extraño. Y llega después de un año muy duro y unas «vacaciones asintomáticas» en las que en lugar de olor a mar ha habido limpieza a fondo y cajas de ropa apiladas en el pasillo.
El único plan vacacional que he conseguido cumplir ha sido el de leer. En mis 7 días totalmente libres (que levanten la mano las autónomas que se cogen «vacaciones oficiales» para avanzar en proyectos atrasados; a eso he dedicado la segunda semana) he devorado lecturas pendientes, buenas, malas y regulares. Y de pronto vuelven las ganas de escribir y la capacidad de hacerlo.
Me alegra infinito porque es lo que necesitan mis proyectos para seguir avanzando (lanzar nuevos cursos para la escuela, terminar la tesis de una vez…), pero, sobre todo, me alegra porque cuando escribo me siento yo misma, y me coloca en una burbuja de independencia a la que quienes estamos criando en estos meses de pandemia casi hemos dejado de aspirar.
¿Podemos esperar las familias algo de este curso escolar?
Y qué importante eso de soltar las expectativas. La ilusión de control. Los grandes objetivos.
El curso empieza con un caos tal que tres días antes de que Monete empiece oficialmente en la nueva escuela infantil les tengo que escribir yo para enterarme de que, en realidad, va a empezar la adaptación en un plazo mínimo de dos semanas.
No me quejo. Me entero por Twitter poco después de que la escuela que pedimos como segunda opción ha cambiado su fecha de inauguración de noviembre a febrero. Cómo quejarse, después de eso.
Pero sí se me arruga un poquito el corazón cuando oigo a Monete jugando y canturreando «va-a-mos a-al cooo-le». Porque lo necesita. Porque una cosa es que nos adoremos y otra que seamos suficientes el uno para el otro. Él necesita estar con niños. Yo necesito «un cuarto propio»: poder trabajar, poder escribir sin interrupciones. Poder pensar en algo que no sea práctico, que no tenga que ver con él, por un rato.
¿Podemos prever algo de cara a que se suspendan las clases?
Paso mi semana de «vacaciones oficiales» que no oficiosas trabajando como una energúmena. Cierro entregas, adelanto trabajo, vivo en un sprint antinatural que dura 10 horas diarias durante una semana.
Es mi estrategia de supervivencia ante un curso que no sé si llegará a empezar.
No sé si Monete podrá empezar las clases «a partir del día 14». No miro cifras; ya pasé mayo en un frenesí estadístico que no me sirvió para nada a la hora de poder planificar o tomar decisiones.
No me organizo, no preveo. Las cosas para el cole se quedan sin comprar hasta ayer; la ropa sigue sin marcar. Procrastino.
Pienso que la gran lección que me llevo de la pandemia es la consciencia de que muy pocas cosas dependen de mí.
La flexibilidad es uno de los mayores pilares de salud mental, no me canso de decirlo.
— Manuel Antolín (@Magantolin8) September 1, 2020
Y la pandemia, pese a todo el dolor que trae consigo, que gran maestra… #psicologia #saludmental pic.twitter.com/X9lL21RgjO
Estoy convencida de que es lo único que podrá salvarme en este 2020-2021. Quizá no haya cole. Quizá tenga que reducir mis horas laborales. Y tendré que pagar las consecuencias, económica y psicológicamente hablando. Volverán las dudas de cómo conseguir llegar a fin de mes con el trabajo hecho para poder facturar; de cómo cuidar 24/7 sin morir en el intento; de cuándo podré volver a escaparme un rato con amistades sin pensar en lo que me estoy jugando.
Mis planes y previsiones para 2020-2021
Tracé un ambicioso plan: consistía en sobrevivir.
Nacho Vegas
Sé lo que querría hacer este curso, claro que lo sé. Me encantaría poder seguir desarrollando recursos para acompañar a las familias en estos meses tan inciertos, porque estamos solas pero podemos al menos estar conectadas. Pienso mucho en quienes están embarazadas, pariendo, puérperas, estos meses; con una cierta congoja y la esperanza de que, de alguna forma, estén encontrando acompañamiento.
Me encantaría terminar mis estudios (porque siempre digo que no soy ambiciosa y que quiero acabar el doctorado pero no soy capaz de dejar de matricularme en otras cosas).
Me encantaría tener más tiempo para mi pareja, reconectar después de estos meses de estar todo el día juntos pero en nuestras nubes mentales respectivas.
Necesitaría poner en marcha una rutina de cuidado físico, ser capaz de ejercitarme para contrarrestar estos meses de sedentarismo semiforzoso.
Pero no creo que consiga muchas de estas cosas. Y no pasa nada: está bien. Porque lo único que sí depende de mí en todo esto es dejar de pedirme más de lo que tengo fuerzas de dar.
Así que en mi agenda 2020-2021 solo voy a marcarme una meta: serenidad.
No es poco, con lo que se nos viene encima.