Mi ciudad favorita de Cuba es Trinidad, en el centro sur de la isla, en la provincia de Sancti Spíritus. Una de las diferencias principales entre La Habana y la Cuba profunda es que en la capital, los cubanos van en busca de los turistas, mientras que en las provincias ocurre justo lo contrario. He recorrido la isla casi entera, pero el denominador común de todos los viajes, además de La Habana, ha sido Trinidad. Me siento a gusto en esa ciudad colonial de calles empedradas, donde la vida discurre sin prisa. Casas en las que la vida gira en torno a un patio interior, del que parten todas las demás estancias. Sentarte en una de esas mecedoras, con un ron oscuro en la mano, escuchando a Omara Portuondo, Polo Montañez o Compay segundo, y charlando con la familia, no tiene precio.
Siempre que voy a esta preciosa ciudad me quedo en la misma casa, la de Gisela Borrell y su marido, Uvaldo. Son hospitalarios y encantadores. Cuando se jubilaron, convirtieron su hogar en una casa de huéspedes, para vivir un poco mejor -aunque trabajan prácticamente para pagar impuestos-. Cuando viajo a Cuba suelo llamar antes para decir que vamos y saber qué necesitan. Gisela siempre pide lo mismo: ¨traéme alfileres, que aquí no se encuentran fácil¨. En uno de los viajes llevamos comida y bebida para hacer una cena con productos españoles. La hermana de Gisela probó un espárrago y, de repente, se puso a llorar ¨¿Qué te pasa?¨Me lo explicó. De niña siempre comía espárragos; su padre se los llevaba con frecuencia. Después de estallar la Revolución, nunca más volvió a probarlos. Hacía más de cuarenta años que no saboreaba uno. Cuando los probó, fue como si toda su infancia se agolpara en su cabeza. ¨El mismo sabor niña, el mismo sabor y la misma textura que recordaba".
Una vez se fundió una bombilla en la casa, y fui con ella en la mano hasta el almacén, para comprar otra igual. El dueño estaba conversando con una gente. Por fin me atendió. ¨Vengo de casa de Uvaldo, ¿Tendréis una bombilla como esta?¨. No lo sabía bien, porque la que lo sabe es Yuleima, su mujer, pero espera un poco, que ella está resolviendo y enseguida regresa. Regresó, pero no enseguida. Normal, estaba en la mecánica. En Cuba todos están inventando, o resolviendo y los asuntos están en la mecánica. Cuando por fin miró en el almacén me informó de que se habían agotado. Pero llegarán enseguida, me dijo, ¨vuelva el mes que viene, a ver¨. Así son las cosas en la Isla Grande.
¿Para ver en Trinidad? Sus casas, sus calles, la plaza de José Martí, la Playa del Ancón y, muy cerca, el Valle de los Ingenios, donde trabajaban siglos atrás miles de esclavos -impresionantes vistas desde la torre del capataz-. Para escuchar música y tomar un trago, la Casa de la Música, la Casa de la Trova y las Ruinas de Segarthe. Y para comer, además de la casa de Gisela -espectacular su arroz con camarones-, el paladar San José y la taberna La Canchanchara, donde podréis probar la bebida del mismo nombre, hecha con zumo de limón, miel, aguardiente de caña y mucho hielo. Pero mi favorito, sin duda, el Paladar de Estela. Nunca defrauda. Y para el que le guste la montaña, la sierra del Escambray y sus aldeas. Impresionante.