Hay pocas conductas más detestables que la de promocionar entre los niños la figura de un pederasta generoso creado para sustituir en Navidad a los fastuosos personajes mágicos que vuelan desde Laponia en un trineo tirado por renos, o que llegan en camellos camino de Belén con oro, incienso y mirra.
Hace sólo una década que los nacionalistas gallegos dijeron haber descubierto en las profundas montañas del interior la leyenda de un sucio y gordo carbonero que entraba secretamente en las habitaciones de los niños para tocarles la barriga en Nochebuena, Año Nuevo y Reyes, y “comprobar” que estaban bien alimentados.
Se convertía así al mugriento pederasta en un ser entrañable al que últimamente tratan de mejorar quitándole la roña que lo envuelve para parecerlo algo a los imponentes Papá Noel-Santa Claus y los Reyes Magos.
El doctor Fernando Puente Hernando investigó esta copia reciente del Olentzero vasco, otra fea creación nacionalista para sustituir al anciano nórdico y los Reyes Magos, y tras revisar la prensa del siglo XX digitalizada en el Centro Superior Bibliográfico de Galicia, no encontró absolutamente nada que dejara constancia de esa “tradición”.
El nacionalismo gallego, que acaba de ratificar su independentismo en Barcelona con sus correspondientes catalanes y vascos, pudo haber buscado a alguien menos inmoral y repulsivo que este tocaniños para presentar un ser “patriótico” y dadivoso.
Su líder, Xosé Manuel Beiras podría ser el modelo por su venerable aspecto de druida celta que lo mismo agita zapatos en el Parlamento gallego como Kruschev, que toca el piano como un profesional de los conciertos.
Pero, no: los maestros nacionalistas promocionan al pederasta mugriento sin pensar en que tuvo que ser creado por algún degenerado para satisfacción propia y de miserables facinerosos similares.
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