Redes
Las redadas indiscriminadas en forma de exigencia de la identificación a transeúntes solo por el color de su piel y su aspecto físico han vuelto. El Gobierno del Pop Party se comprometió a erradicarlas y así pareció ser durante un tiempo a partir de finales del pasado mes de mayo. Pero ya están aquí de nuevo, poco a poco: policías de paisano apostados en los intercambiadores de transporte (es muy frecuente verlos en los pasillos de determinadas estaciones de metro de barrio con un elevado porcentaje de población foránea) que solicitan la documentación a los inmigrantes que pasan. A mí no me la piden, pero yo estoy por dársela, a ver qué pasa. Y si usted es extranjero, pero tiene los ojos azules y el pelo rubio, tampoco la harán. Yo no tengo el pelo rubio, ni los ojos azules, y en cualquier momento puedo convertirme en inmigrante si me marchara a otra nación. Esto no es una broma: en otros países se han montado tremendos escándalos por estas prácticas. Así funcionan las cosas en este país, en donde parece que todo da igual. Pero así se va también lentamente retrocediendo, sin prisa pero sin pausa, en derechos y libertades, en práctica democrática, extremo en el que España, mal que nos pese, está todavía a años luz de otros países más avanzados.