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Vuelvo a respirar en I.

Publicado el 23 mayo 2025 por Claudia_paperblog

Me fui el fin de semana y era otoño, vuelvo del viaje y ya es verano, el aire huele a verano en I., llevo mis shorts tejanos y pienso que me tendré que cambiar para ir al hospital.

El último tramo de trayecto se me hace largo, el coche está en silencio y Jaime, con el que casi siempre hablo solo de tonterías, me saca temas de conversación algo más serios, sin pasarse. Siento que mi semblante está serio. Aunque voy al volante, no puedo dejar de mirar hacia las nubes que se tornan de colores cítricos, que dice él para burlarse de mí. Son los atardeceres de casa, que son mucho más bonitos que los de ninguna otra parte del mundo. Jaime me roza la mejilla con el dorso de la mano, no sé si lo hace porque se compadece de mí o porque me ve frágil, pero el tacto se siente diferente que otras veces.

Nos abrazamos fuerte en el garaje, me disculpo si le he hablado mal, pero es que estaba estresada. Me recuerda al abrazo que nos dimos J. y yo en la terraza del último piso, era el primer día que conoció a mi familia y era un abrazo de “tenía ganas y miedo de que llegara este momento y está saliendo bien”. Solo me recuerda a ese abrazo porque estoy en casa, pero es solo un abrazo de amistad, como los de Tim de Australia. 

Cuando ve las fotos que tengo con J. en el piso de abajo, me pregunta si es mi hermano. “Es mi ex”, respondo, “pero no me parece mal tener las fotos ahí a la vista, creo que eso es bueno”. Siempre que entro en la habitación grande, noto el aire lleno de partículas de polvo que encierran la felicidad que viví allí. Todo tiene un tono más rosado y no puedo dejar de mirar al peluche que tiene atada en el tobillo la pulsera que le hice a J.

Luego todo es rápido, tengo un nudo en el estómago. La gente me habla, pero no atiendo a lo que me dicen, solo asiento cuando tendría que contestar algo. Las luces fluorescentes iluminan la escalera exterior. Mi padre recibe una llamada y da media vuelta, empezamos a descender unos escalones y cambia de opinión, volvemos a subir. Estoy nerviosa porque aún no la he visto y me pongo en lo peor. Mi madre tiene que bajar para abrirnos, viene corriendo y da una zancada para que se abran las puertas automáticas desde dentro, pero lo hace mal y tiene que volver. Sus pasos me resultan tan cómicos que no puedo contener la risa. Mi padre me sigue, mi madre nos riñe, luego me riñe también por haber venido, porque tiene hambre y cree que la retrasaré. Solo quiero decirle hola e irme. Esta noche se queda mi padre a dormir.

La veo y se me encoge el corazón, no puede hablar ni decir mi nombre, solo sonríe a medias, se la ve pequeña y encogida, a ella que siempre ha sido la más enérgica. Se ahoga, se lamenta, no quiero verla así. Vienen las enfermeras y le ponen morfina.

Le doy un beso en la frente por el lado izquierdo, luego otro por el lado derecho y le digo que la quiero. No reacciona a nada y salgo llorando de la habitación. Mi madre me dice que me abrazará al salir del edificio, nunca lo hace. Conduzco yo a la vuelta y cenamos juntas. Las ventanas están abiertas a pesar de ser más de las diez de la noche. Solo necesito salir un minuto al balcón para ver el cielo.

Hoy vuelvo a subir esas escaleras, unos niños de unos ocho años se pelean y abrazan a la vez mientras ascienden escalón a escalón. Cuando ingresaron, hace tiempo, a la yaya por piedras en el riñón, era en otro hospital. Nosotros éramos pequeños y supongo que tampoco nos tomábamos nada en serio. Creo que mezclo lo de las piedras con la vez que estuvo ingresado mi primo y que coincidió con su cumpleaños y comimos pastel en platos de cartón con dibujos animados. Creo que era Ladybug, pero mi cerebro se lo inventa porque diría que en esa época no existía aún y no creo que a mi primo le gustase.

Vuelvo a respirar en I.

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