Editorial Alba. 286 páginas. 1ª
edición de 1880. Ésta de 2010.
Traducción de Catalina Martínez
Muñoz.
De Henry James (Nueva York, 1843 – Londres, 1916) había leído, en mi
verano londinense de 2006, el estupendo cuento largo El rincón feliz en la Antología
del relato norteamericano, elaborada por Richard Ford. También me había acercado a la edición de Cátedra de Otra vuelta de tuerca
(1898), la de sobra conocida novela de fantasmas o de locura; libro que me fue
regalado por mi novia en los Reyes de 2009 (lo acabo de consultar en la pequeña
anotación, a modo de exlibris, que escribo en la primera página de un libro
cuando lo termino); y también En la jaula (1898), editado por Alba, y que compré en el
rastrillo de Navidad del colegio donde trabajo. Al consultar mi anotación de la
primera página me he llevado una sorpresa: estaba convencido de que había leído
antes Otra vuelta de tuerca que En la jaula, y en realidad leí En la jaula en diciembre de 2008 y Otra vuelta de tuerca en enero de 2009.
Así que reconstruyo lo que debió pasar: un sábado de diciembre de 2008 fui al
colegio donde trabajo para participar en su rastrillo benéfico anual. Me
acerqué a la zona de libros, vi este de Henry James, en la bonita edición de
Alba, por un precio muy bajo -casi con toda seguridad-, lo compré, lo leí y le
comenté a mi novia que me había gustado. Ella (que es una entusiasta de James)
me diría que debía leer Otra vuelta de
tuerca, y me lo regaló unas semanas después por Reyes.
Mi novia me ha vuelto a regalar
otro libro de Henry James estos Reyes de 2014: Washington Square en la
bonita edición de Alba; aunque me parece que ella lo tiene en nuestra casa, en
su estantería, en la edición de Alianza. Creo que el hecho de regalármelo en
una nueva y cuidada edición ha sido una forma ineludible de conseguir que me
acerque a este libro del que ella es muy admiradora y que me había recomendado
en más de una ocasión.
En una nota inicial se nos
informa: “Washington Square se
publicó por primera vez por entregas en la revista inglesa Cornhill de junio a noviembre de 1880. (…) en Estados Unidos se
publicó en forma de libro ese mismo año.”
El tiempo del libro nos lleva al
Nueva York de 1850, y por tanto la acción comienza treinta años antes de que se
escribiera Washington Square. Nueva
York parece aquí más que la ciudad gigantesca de nuestro imaginario una pequeña
villa de caminos de tierra y casas con jardín de vallas de madera, como la que
se hace construir el reputado doctor Sloper en la plaza de Washington Square,
cuando las familias ricas se están trasladando al norte de la ciudad.
La protagonista de la novela es
Catherine, una joven de veintidós años, hija del doctor Sloper, quien ha tenido
que vivir la muerte de su mujer y de su hijo primogénito. El doctor siente que
Catherine nunca podrá igualar en belleza e inteligencia a su difunta esposa, y a
ella tampoco podrá transmitirle los conocimientos que pensaba legar a su hijo
muerto. De este modo, la joven Catherine crece en una casa en la que su
progenitor no espera gran cosa de ella: “Decididamente, Catherine no era
inteligente, no destacaba en sus estudios; en realidad no destacaba en nada”
nos informa en la página 22 el narrador que pensaba el doctor Sloper de su
hija. En la casa de Washington Square, padre e hija viven con la señora
Penniman, hermana del doctor Sloper y también viuda, una mujer propensa al
chisme y a la fantasía romántica.
Catherine es heredera de una gran
fortuna por parte de la familia de su madre, y cuando en una fiesta conoce a
Morris Townsend, un apuesto joven, muy seguro de sí mismo, que ha regresado de
una larga estancia en el extranjero (donde se dice que ha dilapidado su
fortuna), pero que no tiene una forma conocida de ganarse la vida, y comienza a
interesarse por conocer más personalmente a Catherine, el padre no puede
concebir que el interés de Morris por su hija (a la que considera carente de
atractivo) sea otro diferente al del dinero.
La novela está escrita en tercera
persona y, como siempre hace James en sus novelas, en esta también juega con
los puntos de vista de los personajes. El narrador interviene en el texto, como
era frecuente en las novelas del siglo XIX, pero lo hace usando este recurso
con ironía, lo que nos lleva a leer el libro como si estuviera escrito desde la
modernidad, y para James, un escritor del XIX, su mirada sobre la forma de
narrar de su siglo fuese ya anticuada. El narrador interrumpe la exposición de
los hechos, y se hace presente en párrafos como éstos: “Había médicos que
recetaban sin molestarse en ofrecer explicaciones, pero él tampoco pertenecía a
esta clase, que era a fin de cuentas la más vulgar. Pronto se verá que hablo
aquí de un hombre inteligente.” (pág. 12); “De pequeña había sido bastante
revoltosa y, aunque esta sea una confesión incómoda sobre una heroína, debo
añadir que fue también algo glotona.” (pág. 22).
Además en algunos casos decide
abandonar su condición de narrador omnisciente y expone sus dudas sobre lo
narrado, como si los hechos de los que nos informa le hubiesen sido
transmitidos por terceros. Por ejemplo: “Dudo mucho, en todo caso de que
Catherine estuviese irritada cuando protestó con vehemencia” (pág. 94);
“Desconozco si él esperaba un poco más de resistencia, por pura distracción”.
(pág. 123).
Para el padre Morris “no es más
que un petimetre convincente” (pág. 67) y Catherine se enamora perdidamente de
él, lo que hace que se distancie del amor incondicional que siempre ha sentido
por su padre. La mirada del narrador es ambigua, en casi todos los casos, al
hablar de Morris, y el lector aunque lee con atención no acaba de averiguar
(hasta bien avanzada la novela) si en realidad está verdaderamente enamorado de
las virtudes de Catherine o de su dinero. Y esta es, como ya he apuntado, la
característica esencial del narrador, o incluso podríamos ir más allá y decir
que esta es la característica principal del estilo de Henry James: la
ambigüedad del verdadero punto de vista de los personajes creados. De esta
forma, el lector tendrá que preguntarse continuamente si Catherine es realmente
una joven carente de atractivo, como parecen percibirla los demás, o esta
visión de ella parte más del prejuicio de la mirada de los otros; ya que al
lector, que no puede juzgar su belleza, al menos no le parece una joven
estúpida.
El doctor Sloper se entrevista
con Morris, y de su conversación quisiera destacar una frase que pronuncia el
primero: “Mi hija ya no tiene edad para que nadie le prohíba nada, y yo no soy
un padre de novela, chapado a la antigua. Eso sí, la instaré por todos los
medios a que rompa con usted.” (pág. 105). Me detengo en esta expresión: yo no soy un padre de novela. James nos
presenta a su personaje, el doctor Sloper, sabedor que el conflicto que se trae
entre manos puede ser el motivo para una mala obra de teatro o para una emotiva
novela. El doctor, dibujado por James, como persona real no quiere representar
en el drama un papel estereotipado, y tiene presente en sus palabras a los
entretenimientos de ficción de la época, la novela y el teatro. En cambio su
hermana, la señora Penniman, sí que vivirá la historia de amor de su sobrina
con interés, desatando su alma de alcahueta, forjada en la lectura de novelas
románticas.
Pero Washinton Square no desarrolla su drama –movido por la mano de
Henry James- cayendo en las simplezas melodramáticas de una novela de desamor
romántica, sino que sabe avanzar, con un gran sentido del ritmo, mostrando
continuamente las sutilezas y matices de sus personajes, y sus evoluciones
psicológicas según la historia se desarrolla, sin abandonar nunca su mirada
irónica –pero también piadosa- sobre lo contado.
Me ha emocionado este drama y he
sufrido con sus personajes. Esto me hace reflexionar sobre la fuerza de la
ficción que cree en sí misma (lanzando esta poderosa lección desde una época en
la que no existía la televisión, el cine o internet): un lector del siglo XXI
puede conmoverse con una historia familiar del siglo XIX si el autor sabe
dibujar perfectamente a su personajes (si estos están profundamente vivos) y
sabe crear una buena trama que avance
con ritmo. Y si esto existe, ese lector del siglo XXI sostendrá un libro entre
sus manos pensando que la experiencia de leer es distinta (y puede que más
enriquecedora y honda) que la de ver una película o una serie de televisión.
Un maestro, Henry James.