Revista Cultura y Ocio

Washington Square, por Henry James

Publicado el 27 abril 2014 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg
Washington Square, por Henry James Editorial Alba. 286 páginas. 1ª edición de 1880. Ésta de 2010. Traducción de Catalina Martínez Muñoz.
De Henry James (Nueva York, 1843 – Londres, 1916) había leído, en mi verano londinense de 2006, el estupendo cuento largo El rincón feliz en la Antología del relato norteamericano, elaborada por Richard Ford. También me había acercado a la edición de Cátedra de Otra vuelta de tuerca (1898), la de sobra conocida novela de fantasmas o de locura; libro que me fue regalado por mi novia en los Reyes de 2009 (lo acabo de consultar en la pequeña anotación, a modo de exlibris, que escribo en la primera página de un libro cuando lo termino); y también En la jaula  (1898), editado por Alba, y que compré en el rastrillo de Navidad del colegio donde trabajo. Al consultar mi anotación de la primera página me he llevado una sorpresa: estaba convencido de que había leído antes Otra vuelta de tuerca que En la jaula, y en realidad leí En la jaula en diciembre de 2008 y Otra vuelta de tuerca en enero de 2009. Así que reconstruyo lo que debió pasar: un sábado de diciembre de 2008 fui al colegio donde trabajo para participar en su rastrillo benéfico anual. Me acerqué a la zona de libros, vi este de Henry James, en la bonita edición de Alba, por un precio muy bajo -casi con toda seguridad-, lo compré, lo leí y le comenté a mi novia que me había gustado. Ella (que es una entusiasta de James) me diría que debía leer Otra vuelta de tuerca, y me lo regaló unas semanas después por Reyes.
Mi novia me ha vuelto a regalar otro libro de Henry James estos Reyes de 2014: Washington Square en la bonita edición de Alba; aunque me parece que ella lo tiene en nuestra casa, en su estantería, en la edición de Alianza. Creo que el hecho de regalármelo en una nueva y cuidada edición ha sido una forma ineludible de conseguir que me acerque a este libro del que ella es muy admiradora y que me había recomendado en más de una ocasión.
En una nota inicial se nos informa: “Washington Square se publicó por primera vez por entregas en la revista inglesa Cornhill de junio a noviembre de 1880. (…) en Estados Unidos se publicó en forma de libro ese mismo año.” El tiempo del libro nos lleva al Nueva York de 1850, y por tanto la acción comienza treinta años antes de que se escribiera Washington Square. Nueva York parece aquí más que la ciudad gigantesca de nuestro imaginario una pequeña villa de caminos de tierra y casas con jardín de vallas de madera, como la que se hace construir el reputado doctor Sloper en la plaza de Washington Square, cuando las familias ricas se están trasladando al norte de la ciudad.
La protagonista de la novela es Catherine, una joven de veintidós años, hija del doctor Sloper, quien ha tenido que vivir la muerte de su mujer y de su hijo primogénito. El doctor siente que Catherine nunca podrá igualar en belleza e inteligencia a su difunta esposa, y a ella tampoco podrá transmitirle los conocimientos que pensaba legar a su hijo muerto. De este modo, la joven Catherine crece en una casa en la que su progenitor no espera gran cosa de ella: “Decididamente, Catherine no era inteligente, no destacaba en sus estudios; en realidad no destacaba en nada” nos informa en la página 22 el narrador que pensaba el doctor Sloper de su hija. En la casa de Washington Square, padre e hija viven con la señora Penniman, hermana del doctor Sloper y también viuda, una mujer propensa al chisme y a la fantasía romántica. Catherine es heredera de una gran fortuna por parte de la familia de su madre, y cuando en una fiesta conoce a Morris Townsend, un apuesto joven, muy seguro de sí mismo, que ha regresado de una larga estancia en el extranjero (donde se dice que ha dilapidado su fortuna), pero que no tiene una forma conocida de ganarse la vida, y comienza a interesarse por conocer más personalmente a Catherine, el padre no puede concebir que el interés de Morris por su hija (a la que considera carente de atractivo) sea otro diferente al del dinero.
La novela está escrita en tercera persona y, como siempre hace James en sus novelas, en esta también juega con los puntos de vista de los personajes. El narrador interviene en el texto, como era frecuente en las novelas del siglo XIX, pero lo hace usando este recurso con ironía, lo que nos lleva a leer el libro como si estuviera escrito desde la modernidad, y para James, un escritor del XIX, su mirada sobre la forma de narrar de su siglo fuese ya anticuada. El narrador interrumpe la exposición de los hechos, y se hace presente en párrafos como éstos: “Había médicos que recetaban sin molestarse en ofrecer explicaciones, pero él tampoco pertenecía a esta clase, que era a fin de cuentas la más vulgar. Pronto se verá que hablo aquí de un hombre inteligente.” (pág. 12); “De pequeña había sido bastante revoltosa y, aunque esta sea una confesión incómoda sobre una heroína, debo añadir que fue también algo glotona.” (pág. 22). Además en algunos casos decide abandonar su condición de narrador omnisciente y expone sus dudas sobre lo narrado, como si los hechos de los que nos informa le hubiesen sido transmitidos por terceros. Por ejemplo: “Dudo mucho, en todo caso de que Catherine estuviese irritada cuando protestó con vehemencia” (pág. 94); “Desconozco si él esperaba un poco más de resistencia, por pura distracción”. (pág. 123).
Para el padre Morris “no es más que un petimetre convincente” (pág. 67) y Catherine se enamora perdidamente de él, lo que hace que se distancie del amor incondicional que siempre ha sentido por su padre. La mirada del narrador es ambigua, en casi todos los casos, al hablar de Morris, y el lector aunque lee con atención no acaba de averiguar (hasta bien avanzada la novela) si en realidad está verdaderamente enamorado de las virtudes de Catherine o de su dinero. Y esta es, como ya he apuntado, la característica esencial del narrador, o incluso podríamos ir más allá y decir que esta es la característica principal del estilo de Henry James: la ambigüedad del verdadero punto de vista de los personajes creados. De esta forma, el lector tendrá que preguntarse continuamente si Catherine es realmente una joven carente de atractivo, como parecen percibirla los demás, o esta visión de ella parte más del prejuicio de la mirada de los otros; ya que al lector, que no puede juzgar su belleza, al menos no le parece una joven estúpida.
El doctor Sloper se entrevista con Morris, y de su conversación quisiera destacar una frase que pronuncia el primero: “Mi hija ya no tiene edad para que nadie le prohíba nada, y yo no soy un padre de novela, chapado a la antigua. Eso sí, la instaré por todos los medios a que rompa con usted.” (pág. 105). Me detengo en esta expresión: yo no soy un padre de novela. James nos presenta a su personaje, el doctor Sloper, sabedor que el conflicto que se trae entre manos puede ser el motivo para una mala obra de teatro o para una emotiva novela. El doctor, dibujado por James, como persona real no quiere representar en el drama un papel estereotipado, y tiene presente en sus palabras a los entretenimientos de ficción de la época, la novela y el teatro. En cambio su hermana, la señora Penniman, sí que vivirá la historia de amor de su sobrina con interés, desatando su alma de alcahueta, forjada en la lectura de novelas románticas.
Pero Washinton Square no desarrolla su drama –movido por la mano de Henry James- cayendo en las simplezas melodramáticas de una novela de desamor romántica, sino que sabe avanzar, con un gran sentido del ritmo, mostrando continuamente las sutilezas y matices de sus personajes, y sus evoluciones psicológicas según la historia se desarrolla, sin abandonar nunca su mirada irónica –pero también piadosa- sobre lo contado.
Me ha emocionado este drama y he sufrido con sus personajes. Esto me hace reflexionar sobre la fuerza de la ficción que cree en sí misma (lanzando esta poderosa lección desde una época en la que no existía la televisión, el cine o internet): un lector del siglo XXI puede conmoverse con una historia familiar del siglo XIX si el autor sabe dibujar perfectamente a su personajes (si estos están profundamente vivos) y sabe crear una  buena trama que avance con ritmo. Y si esto existe, ese lector del siglo XXI sostendrá un libro entre sus manos pensando que la experiencia de leer es distinta (y puede que más enriquecedora y honda) que la de ver una película o una serie de televisión.
Un maestro, Henry James.

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