Welcome to my barrio
Salgo a la calle Divino Pastor con los hombros y el cuello estirados. Me pregunto por qué no habré venido antes a Bikramyoga. Me incorporo a la calle Fuencarral. Todos llevan jerséis gruesos y cazadoras, yo arrastro la mía.
Me paro con tranquilidad entre tanta gente y tanto jaleo. Como si estuviera en casa. Estoy en casa; en la calle; en Madrid. Me doy cuenta de que es domingo y las tiendas están abiertas. Me fijo en el suelo mientras me ato la cazadora a la cintura. Me entran ganas de jugar, avanzar de baldosa en baldosa con un solo pie. Ahora no circulan los coches. Un buen trozo de Fuencarral es peatonal. Avanzo y me siento abrazada, entre algodones. Me gusta estar en esta calle, y en la calle Ocaña, y en otras tantas. En muchas. Quizás en todas las calles de Madrid.
Sería difícil pisar todas, pero siento que podría sentirme relajada en cualquiera, en la más mugrienta, a 40 grados en verano o en plena Gran Vía atestada de público haciendo las compras de navidad, -jajaja- ¡esa será la prueba de fuego!
Pienso todo eso mientras regreso a casa. Cuando llegue me espera una pila de emails y mensajes de Facebook y charlas en Skype pendientes para explicar qué tal me siento por fin de vuelta en casa. No sé cómo explicarlo. Me siento bien. Estoy relajada. Todo es fácil. Sé lo que tengo que hacer, mis pies me llevan, es como si no hubiera estado fuera. Ya no me siento fuera de lugar. Estoy aquí.
Voy a sudar a clase de Yoga como antes, entro a las tiendas a fisgonear vestidos un domingo por la tarde como antes. Hago vida de barrio; disfruto todos los barrios: Aluche, Aravaca, Chueca, la zona del Bernabéu, lo que se tercie. Disfruto su pluralidad de cualquier manera, con naturalidad, como esa canción de Pereza, “Bajando por donde los garitos, dejándome caer por la cuesta abajo”, así sin más me dejo caer por Lavapiés o Pozuelo.
Aquí no hace falta adaptarse o comportarse de una forma determinada. No hay que forzar las cosas. Cada barrio es distinto, a veces el ambiente cambia de calle a calle contigua, no merece la pena preguntarse qué hacer, qué vestir, qué decir, nunca estarás preparado, mejor dejarse llevar, sentarse en un banco –si encuentras uno- y descubrir todas las cosas nuevas que no eres, que desconoces y que puedes hacer si te apetece.
Durante doce meses he trabajado en Suiza con un chico de Barcelona para promocionar el turismo en España. Cuando nos pedían una única imagen que la representara no sabíamos cuál escoger. ¿Solo una? Si ya es difícil quedarse con una imagen que represente una ciudad, un país es un callejón sin salida. En ese brete él me pregunta, “¿te das cuenta de que Madrid no tiene una Torre Eiffel, un Big Ben, una estatua de la libertad?”
La capi no tiene un símbolo, pero tiene barrios, y desempeñan un papel tan importante como el China Town, Brooklyn, Manhattan o Harlem. No necesito un Woody Allen que me lo explique, me lo explico yo misma. De entrar en comparaciones y empeñarnos en buscar similitudes con otras capitales, Madrid es una ciudad neoyorquina, que se hace y renace en sus barrios. A qué viene sino la pregunta “¿qué tal por los madriles?”
No tengo claro cuál es mi rincón favorito de Madrid, no es el Siroco, pero cuando mis nuevos amigos se dignen a hacerme una visita reprimiré las ganas en Barajas de decir “Welcome to Madrid!” por un Welcome to my barrio cuando lleguemos a casa.
Foto: Manuel Orero