Cap. 1
Una de las imágenes del futuro apocalíptico que llegaremos a ver —más pronto de lo que pensábamos— es un mundo con gente enmascarada. Gente en las calles haciendo su vida normal con la boca y la nariz cubiertas.
Allí es donde aparecerán, infiltradas, esas historias que estén por investigarse y narrarse.
Recordar parecería algo similar a entrar en una máquina del tiempo. Pero la verdad es que mientras vivimos el presente no sabemos muchas cosas, y no tenemos consciencia de elementos que sí aparecerán en la evocación: como esas canciones que asociaremos al recuerdo de hoy –cual soundtrack– pero que, si verificamos, no se han creado aún.
Es una paradoja: no sabemos cómo serán nuestros recuerdos de la pandemia, porque para su formación todavía tiene que llegar una serie de relatos externos –entre ellos, esos relatos terribles que están por escribirse y contarse en el futuro–. Cuesta imaginarlo: el recuerdo de ti mismo en estos días estará determinado por las historias que se hagan después (de aquí a unos años).
Si esta cuarentena sirve para que nos importen cosas que generalmente no nos importan, para que peruanos con privilegios piensen en gente explotada e ignorada, la experiencia tendrá el atenuante de ser un tiempo aprovechado, una especie de servicio solidario obligatorio que, con suerte, nos vacunará contra extremismos y patanerías.
Porque la memoria de las postales y las placas a veces es una forma de olvido. La memoria estiliza, y crea belleza donde hubo horror, es una manera de estabilizar el relato y sublimarlo. La memoria nos dice sutilmente que el ciclo está cerrado. El problema surge cuando estos mecanismos “memoriales” se ejecutan cuando la justicia no solo no ha llegado, sino que está aún muy lejos, convenientemente detenida.
Al contrario de lo que dicen los profetas del amor, cada vez me queda más claro que este no es un cambio de era, el fin y comienzo, un antes y un después, un evento que nos dejará en shock y del que saldremos 'rehabilitados'.
Cuando veo lo ocurrido pienso que no nos duró ni un mes la cacareada “unidad en la desgracia”. Cada uno va tomando el papel de siempre.
Ahora, en medio de la mayor pandemia en cien años, urdimos una ficción en la que vemos la luz, aprendemos, nos hermanamos arrepentidos y nos volvemos solidarios.
La cuarentena fue unalucinógeno
que nos hizo pensar que todos estábamos en el mismo barco.
ESCRITOS ENTRE
FEBRERO 2020 – JULIO 2021
Un lapo y el coronavirus
SHOCK DE
CONSCIENCIA
ElPerúque nos estresa
Televisores y cervezas
Inti y Jack: Memoria express
Ángeles o terrucos
¿Quién está dividido?
Victoria conseguida en las calles
SALUD POR LOS 500
Peleémonos nomás
Fallo contra la alegría
Fascismo importado, violencia nuestra
Pobre prensa
LETRA CHIQUITA
Prensa con Gusanos
Contigo Perú, sin cultura
VIVA EL
MIEDO
Paranoias
Evofobia
Juguemos a matarnos
Lampa siniestra
Contar con la muerte
La mano dura, jajá
Gracias,Keiko
El antirracista de Instagram
La única verdad es que no hubo fraude
Oportunidad única
MEMORIA POR VENIR
Ronderos de las redes
HIENAS
Tan orgullosos y siniestros
Fantasías privadas
VIZCARRA FANTÁSTICO
Delfines y tiburones
Cuyubamba y
el efecto Mia Kalifa
Evo, inspirador
De nuevos ricos a nuevos pobres
Viejos desechables
Soberana
hierba
LUDÓPATAS
Hijos, poder y medios
ENEMIGO
PRESIDENTE
Temores sobre Castillo
Destino Forsyth
Daniel Peredo: Deepfake en tiempos de Willax
Repetto y Cisneros
Adiós Cattone
Esperanza
millennial
Todo lo ven racismo, oye
Combis japonesas
La esterilización
forzada de votos
La caída del muro de Berlín neoliberal
El corso de Willax
Sicaria de derecha
Trabajar en casa
Paisanas
Ensayos racistas
Acomplejados
Niños futbolistas
Golpe a los liberales
Liberales censores
Riesgo
mayor
Hace un año
ELOGIO DE LOS
CUATRO GATOS
Adiós, papá neoliberal
Lo divertido cuando un tipo al que le caigo mal comparte un texto mío en su muro de Facebook —para atacarme—
es que sus seguidores terminan leyéndome felices y se olvidan de las cojudeces que dijo. Gracias por tanto cariño. Los quiero.
En estos días de parálisis, he recordado la pregunta boba:
¿Para qué sirve la cultura?
Pues para empezar, habría servido en esta pandemia para que mucha gente pueda estar quieta inventando una vida alternativa, con recursos para imaginar y adaptarse.
La cultura: otra carencia grande que nos estalla en la cara.
El credo de Acurio era usar los recursos que tenemos a la mano para inventar cosas sorprendentes, universalmente admirables. Ser impredecible. Jugar. Más allá de la comida. Estoy seguro que más de un joven ha sentido que la cuarentena abrió un pequeño espacio donde inventar está permitido.
Es la oportunidad de sembrar,
en la mente de muchísimas personas, imaginarios para que después, cuando todo pase, ellos consuman más arte, vayan a los teatros, o simplemente miren más.
Aprovechemos esta oportunidad única,
esta ebriedad colectiva donde emergen esas personalidades que solían inhibirse –los egos oscuros–, esta temporada de salidas súbitas del clóset, para detectar a los malos elementos, encarar a quien se lo merezca y, de ser necesario,
mandarlo elegantemente al carajo.
El periodismo hará lo suyo –semanarios como este lo están haciendo, con historias escalofriantes–; las artes pondrán el resto: la fijación de los símbolos.Nos tocará atribuir responsabilidades, conocer a los hombres siniestros que tomaron decisiones como cobrar 200 mil soles por paciente en las clínicas. Sabremos de la cadena de mando; veremos con desprecio y pena al gerente altanero que justificaba todo eso, un paria de la Historia.
Cuando vi lo que vimos, pensé que merecerían un combo por cada elector traicionado. Lo pensé en abstracto, por supuesto, aunque luego vi cómo un joven encabronado usaba su cuerpo como avatar de miles de ciudadanos llenos de indignación y le daba un puñete a un congresista de la lampa.
“A ese paso, solo te van a quedar los antros del cono norte”, me dijo algún amigo. Fui perdiendo amigos. La cosa fue peor cuando decidí romper todo vínculo con cualquier persona que usara expresiones como “cholo de mierda”. Entendí que no se trataban simplemente de gente con una visión distinta del mundo; entendí que eran parte del problema. La depuración, a la larga, fue provechosa, pero también dolió.
Me dejó un poco más solo.
Felizmente los jóvenes de hoy han mostrado síntomas de un nuevo “cambio de chip”. Ya funciona cada vez menos el viejo chantaje. Saben que pueden ser ángeles que desactivan bombas y a la vez pueden tumbarse a un presidente, y estudiar duro y pintar lindo y seguir siendo tremendamente creativos
El mejor pobre es un ángel, no uno de arena, sino de carne, huesos y músculos, con disposición plena y temple de hierro, que pueda hacer cosas increíbles sin mostrar rabia ni impaciencia laboral.
Ha muerto Osvaldo Cattone y lo primero que se me viene a la mente es una imagen territorial: el teatro Marsano, un auténtico reducto comandado por un solo hombre.
Cuando el tiempo se llevó todo, cuando la crisis corroyó los edificios venerables, allí se quedó Cattone y su base de operaciones. Físicamente. Simbólicamente. Se fueron para siempre los buenos tiempos ochenteros de Annie, se esfumó el alboroto de los chicos.
No era un hombre profundo pero sí luminoso, repleto de una vitalidad que, de tan inmensa, provocaba inquietudes filosóficas:
¿Puede la vida amarse tanto?
Qué gran modelo de animador cultural. Repetto sabía hacer que cada visita televisada a alguno de variadísimos museos peruanos fuera una aventura del conocimiento. Sabía mostrar el panorama general y también el detalle pequeño (tan nítido como una joya en una tumba real).
La muerte de Cattone se hace más triste porque, de algún modo, parecía inmortal. Porque el 2020 le cerró el negocio de la manera más triste. Todo su sector tuvo que sufrir esa clausura amarga, pero es Cattone quien de solo mencionarlo genera una imagen más nítida de la paralización: ochentaisiete años y a puertas cerradas, con una obra lista para montar, mirando pasar los meses. Los últimos meses.
La cultura es una laguna azul de poetas primaverales que se vuelve pozo de aguas estancadas (con vacas sagradas).
El coronavirus nos ha hecho ver hasta qué punto todavía somos infantes como país. Estamos en pañales. Nuestro número de ventiladores disponibles es vergonzoso. Si esta crisis no nos hace ver que hay que reactivar la industria nacional, hacer tecnología propia, es que estamos ciegos.
Una nueva luz
Las buenas columnas deben mirar distinto. Hacerlo en un medio que va a contracorriente es una combinación feliz.
No estaba loco. Era claro que sabía que, aunque no cubriera los costos, estaba sembrando algo.
Puedo dar fe de que al menos uno de los que estaba en esa sala todavía recuerda, de memoria, algunas líneas.
Porque una cuarentena como esta es una oportunidad, más que de reactivación, de activación económica para un sector tambaleante, siempre ahogado por el vértigo del consumo rápido, el poco tiempo y el trabajo en exceso.
Hay una fiebre de querer hacer, y una luz al final del túnel de la pandemia.
C O N T I N U A R Á
Próxima entrega
"Welcome to the Machine. Parte II". Algunos textos esenciales de Juan Manuel Robles, 2020 – 2021
Cap. 2
Viva
el miedo