Revista Cine
Werner Herzog (1942-) y Klaus Kinski (1926-1991) hicieron juntos cinco espléndidas películas a los largo de 15 años -Aguirre, la Ira de Dios (1972), Nosferatu (1979), Woyzeck (1979), Fitzcarraldo (1982) y Cobra Verde (1987)-, inspiraron el más grande "detrás de la cámaras" en la historia del cine -el fascinante documental en locación Burden of Dreams (Blank, 1982)- y, algunos años después, con Kinski ya fallecido, volvieron a aparecer juntos en Mi Enemigo Preferido (Mein liebster Feind - Klaus Kinski, Alemania-GB-Finlandia-EU, 1999), absorbente crónica de la relación amor/odio entre el gran cineasta y el indomable actor. Herzog dirige, narra en off y aparece a cuadro contando anécdotas de Kinski y desmintiendo rumores absurdos acerca de su relación -no, no lo dirigió apuntándole con un arma en Fitzcarraldo: nomás lo amenazó con darle ocho escopetazos; sí, es cierto que los indígenas peruanos le ofrecieron a Herzog matar a Kinski porque ya no lo aguantaban, pero el cineasta, muy responsablemente, les dijo que no: todavía faltaban varias escenas por filmar y necesitaba a Kinski; sí, es cierto que alguna vez planeó ponerle una bomba en su casa, pero nunca lo hizo, faltaba más-, mientras aparecen escenas de archivo de las colaboraciones fílmicas entre los dos (¡esos berrinches detrás de las cámaras!), algunas de ellas ya conocidas si se ha visto Burden of DreamsHerzog y Kinski parecen haber sido creados el uno para el otro. En la secuencia inicial de Mi Enemigo Preferido, Herzog visita el piso de Munich en el que vivió con su mamá y hermanos cuando él tenía 13 años. Aunque parezca mentira, en ese tiempo -a mediados de los años 50- y en ese piso, dividido en varias habitaciones, Herzog conoció a Kinski, un joven actor de teatro ya conocido por sus extravagancias y berrinches. Kinski vivía en uno de los cuartos de ese piso y Herzog recuerda vívidamente cómo, en una ocasión, el actor se encerró durante 48 horas en el baño, para reducir a cenizas todo lo que se encontraba dentro de la habitación. Herzog nunca lo olvidaría.Dice Herzog que hacer cine con Kinski "era su destino" y si uno conoce la filmografía del cineasta alemán, es imposible no estar de acuerdo: Herzog, como los personajes que encuentra (en sus documentales) o crea (en su cine de ficción), son obsesivos profesionales y autodestructivos, gente que no sabe por qué hace lo que hace aunque sabe que lo tiene que hacer... Y en ese sentido, para Herzog era un tormento trabajar con Kinski pero es evidente que disfrutaba ese tormento más que nadie. Incluso, acaso, más que Kinski, su alma gemela.Para ser justos, Herzog ofrece también otro rostro de Kinski: el del actor tímido, amable, generoso, con sus compañeras actrices -Eva Mattes en Woyzeck, Claudia Cardinale en Fitzcarraldo- aunque habría que señalar que la imagen que se queda en la memoria de Kinski no es la de este hombre tranquilo, profesional, morigerado, que recuerdan ellas, sino el del histérico, gritón, violento, que le hizo la vida imposible a Herzog cada vez que pudo. O, mejor dicho, que le hizo la vida fascinante cada vez que pudo.
Mi Mejor Enemigo se exhibe hoy sábado a las 18 y a las 20:30 horas en la Cineteca Nacional.