Revista Cine

Whiplash

Publicado el 05 febrero 2015 por Josep2010

Pablo Picasso desvelaba el secreto del genio: procurar que la inspiración, cuando llegara, le encontrara a uno trabajando.
Ladislao Kubala fue un maestro en el lanzamiento de balones de fútbol a balón parado, consiguiendo con aquellos borceguíes de hace más de medio siglo y aquellas pesadas pelotas de cuero atado unos efectos que sorprendían a los cancerberos enemigos y su arte no era casual: cuando los demás se iban a casa, él quedaba en el campo ensayando una y otra vez, con la izquierda, con la derecha, con la izquierda, con la derecha.
A William Wyler le apodaban "99 takes Willie" porque, en su loco afán por conseguir la toma perfecta, repetía una y otra vez el mismo corte: luego los actores que dirigía obtenían el premio Oscar, pero decidían que era insufrible trabajar de aquella forma y algunos rechazaban repetir con el maestro.
La gran bailarina española Aída Gómez suele recordar su aprendizaje bajo la tutela de Antonio Ruiz Soler y expresa el alto nivel de exigencia del bailarín y coreógrafo que ella comprendió y admitió a sus catorce años porque se dió cuenta que era un genio de la danza y tenía la suerte de aprender de él, directamente.
El talento sólo no basta: hace falta trabajar duro.
El joven Damien Chazelle tenía una idea y a falta de fondos, consiguió convencer al veterano J.K. Simmons para que protagonizara un cortometraje a modo de ensayo general: un profesor de música y su relación profesional con un estudiante: el proyecto, una reducción de un guión más amplio, consiguió triunfar en el festival de Sundance 2013 y como consecuencia obtener fondos para filmar un largometraje, cabe suponer que siguiendo el original.
En buena lógica, Chazelle mantuvo a J.K. Simmons para incorporar al educador musical pero, por motivos que él sabrá, cambió al otro Simmons, Johnny, por el también joven actor Miles Teller para interpretar al educando aspirante a baterista.
Parece ser que Chazelle en su juventud más temprana formó parte de una banda de música y debió quedarle el ánimo prendido por la idea de llevar a la pantalla parte de sus experiencias: las relaciones entre maestro y discípulo no son muy originales ni novedosas en su esencia, no en vano podemos fácilmente remontarnos a los verdaderos clásicos y me refiero expresamente a Pigmalion y por supuesto a su versión cinematográfica por excelencia en el musical de My Fair Lady que ya tratamos aquí hace tiempo.
Falto sin duda de la genialidad de Bernard Shaw, el joven Damien Chazelle nos hurta la posibilidad de contemplar la pasión arrebatadora que el arte puede llegar a producir en personajes sensibles y opta, de forma un tanto sorprendente, por emular a través de su protagonista adulto, Fletcher, unos modos y manejos que a los pocos minutos de iniciarse la película traen a nuestra memoria cinéfila el personaje del sargento Foley, dedicado a machacar -con todo el cariño, eso sí- al aspirante a Oficial y Caballero, Zack Mayo.
WhiplashSería desconsiderado y quizás excesivo asegurar que una buena traducción - traición- adaptación del título Whiplash (que lo es de una composición jazzística) para el público español podría ser ajustadamente "La nota con sangre entra" pero no andaríamos muy alejados de la sensación que permanece una vez transcurrida la hora y media larga de metraje que probablemente se antojará más larga a todos aquellos cuya sensibilidad por la música de jazz sea nula, porque Chazelle -seguro amante del jazz- se muestra incapaz de filmar casi nada que no sea en torno a la música, su aprendizaje y ejecución, desechando en mala hora la posibilidad de humanizar su relato en torno a personajes que sienten pasión por la música: hay en la película algunos momentos que le otorgan un sentido especial, pero Chazelle inexplicablemente los aborda con brevedad con un pudor que se antoja excesivo, como no queriendo profundizar en la psicología de unos tipos dotados de perfiles básicamente interesantes, dotados de una pulsión artística que domina su forma de entender la vida.
Así, ese profesor de música que lidera la banda de la escuela, Fletcher, se comporta con los modos de un instructor militar de la vieja escuela creyendo que en la desesperación el genio halla la fuerza para seguir adelante y alumbrar un camino mejor sin saber diferenciar trabajo duro de trato inhumano partiendo de una convicción plausible que define muy bien: nada ha hecho más daño al arte que dos palabras: "buen trabajo".
La conformidad está reñida con el camino a la perfección que siempre producirá en el artista la angustia vital de hallarse o no en él: la duda, la incertidumbre, la falta de seguridad nunca han sido ajenas al alumbramiento de obras maestras y únicamente los necios piensan que aciertan siempre a la primera. Chazelle no se atreve a adentrarse y profundizar en sentimientos dolorosos y felices y simplemente sobrevuela una relación de aprecio y odio entre enseñante y aprendiz, unidos ambos por un destino deseado que les supera condicionando su actitud con unos requiebros en su conducta que no acaban de estar todo lo bien escritos que sería de desear: seguro que la concurrencia de algún guionista con más experiencia y oficio (difícil de hallar en la industria del cine actual) hubiera proporcionado a la trama una solidez e interés más firmes así como unos diálogos más seductores y sensibles.
Chazelle filma bien las escenas de la instrucción musical y de los conciertos pero a pesar de ello el ritmo del conjunto se resiente de la reiteración, casi complaciente, del guión: precisamente recordando el conjunto días después, viene a la memoria lo de "buen trabajo" como causa de satisfacción del joven director y guionista que quizás motivado e impelido por la falta de fondos se conforma con lo rodado y aquí hay que incluir el apartado interpretativo: Miles Teller resulta frío en exceso como estudiante y J.K. Simmons se excede en su composición evidenciando una falta de autoridad del director sobre la que en realidad es la estrella de la película, mal que su trabajo le haya reportado premios y nominaciones como actor secundario, que lo es el bueno de J.K., redomado ladrón de escenas.
Siendo uno de los actores secundarios de más prestigio desde hace ya algunos años y habiendo dado muestras de su buen hacer tanto en el cine como en la televisión, J.K. debería haber recibido galardones por otros trabajos, pero no por éste, por dos razones de una lógica aplastante: primero, porque se le nomina y premia como actor secundario, siendo así que prácticamente aparece en todos los fotogramas de interés: hay protagonistas que salen menos, en otras películas; y segundo, porque lamentablemente, con esta película se sitúa en el grupo -nada despreciable- de buenos actores secundarios que no pueden soportar en sus espaldas, anchas, el peso de una película entera: no por lo menos sin la dirección de un buen director, que no es el caso: los aspavientos de J.K. Simmons acaban por cansar: nos recuerdan mucho, muchísimo, al gran secundario Louis Gossett Jr., pero él aparecía menos en Oficial y Caballero, donde, recordemos, había una trama romántica aparte. Es comprensible el afán de un buen actor por constituirse en estrella de la función pero es un error pretender abarcar más de lo que uno puede: que le den premios con esa sinrazón satisfará el ego del actor pero no nos procura a los cinéfilos amantes de las buenas interpretaciones más placer del que somos capaces de degustar, mal que nos pese, vista la mercadotecnia que ha preparado el camino al estreno.
En definitiva, una película que puede resultar insoportable a quienes no sientan gusto por el jazz ya que van a estar hora y media oyéndolo y un entretenimiento pasable para quienes sepan reconocer de inmediato las notas de Caravan aunque la versión sea mejorable y una oportunidad de comprobar cuan cierto es que la conformidad está a menudo reñida con la excelencia.

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