Y pido disculpas por mi incorrección a la hora de titular el artículo, eso lo primero. Ya se sabe que a lo igual que una canción melosa y romántica lo es algo menos en inglés que en nuestra propia lengua, algo similar se da a la hora de ser bruscos y concretos. Y porque sí, he creído válida esta cuestión que no voy a traducir para introducir al gran Jean Vigo.
¿Gran? ¿Jean? ¿Vigo? Supongo que seréis muchos los que no hayáis oído nada acerca de él; pensaréis que el nivel de friquismo (el corrector me sugiere franquismo al no reconocer esta palabra anglófona; qué cosas tiene españolizar el vocabulario por momentos…) ha subido unos cuantos puntos al presentar a un director de cine que largometrajes como tal, sólo llevó a cabo uno que ni siquiera pudo ver estrenar. Un director del cual se pueden contar sus trabajos con los dedos de una mano, y sin embargo, un director indispensable en la historia del séptimo arte.
La corta carrera cinematográfica de Jean Vigo comienza con un cortometraje documental y mudo, de título ‘À Propos de Nice’ (‘Sobre Niza’). El novel director de veinticinco años por aquel entonces, sufría de muy mala salud por lo que se instaló en esta ciudad de la costa francesa, donde se convirtió en un adepto a los cines fórums y a todo lo relacionado con el mundo del cine. Es 1930, y Vigo nos entrega un trabajo experimental y sin prejuicios, sobre las grandes diferencias sociales y la hipocresía burguesa de la época.
Desde los primeros minutos de la cinta uno es partícipe de un cine primario, sencillo y directo. Vigo, junto a su amigo Boris Kaufman, quien sería el encargado de la fotografía de todos sus trabajos, pasean por Niza en una silla de ruedas (parece que algunas secuencias las grabaron así). Vigo dirige, Kaufman filma. La encorsetada sociedad es un blanco fácil para uno que lleva la silla y otro que empuja. Un trabajo sin artificios, una ventana en el tiempo que nos muestra el nacimiento de un mito del celuloide.
El joven realizador debutó con este pequeño alegato de veintipocos minutos, donde expresa su sentir respecto a la sociedad. Vigo fue hijo de un anarquista catalán muerto en prisión, ahorcado. La influencia de este suceso es incuestionable en su trabajo y lo fue, sin duda, en su corta vida. Así siguió un camino sin ataduras, sin “casarse con nadie”, como se suele decir.
Descansando en una terraza cualquiera de Niza
Su siguiente trabajo fue otro cortometraje, ‘Taris, rey del agua’; en él, Jean Taris, campeón de natación de su tiempo, da unas pequeñas lecciones sobre el deporte acuático, así como breves demostraciones de estilo. El interés de este documental radica en el aparato técnico; Vigo demuestra su carácter experimental en distintas secuencias subacuáticas, cámara lenta, etc. Recordemos que estamos al principio de los años treinta.
El hecho de no dar cuentas a nadie, fue significativo para conseguir presupuesto a la hora de realizar su cine. Así consiguió el apoyo de un pequeño productor, y con un modesto presupuesto realizó el mediometraje ‘Cero en conducta’. El primer film de ficción de Vigo narra la vida en un colegio para un grupo de jóvenes y su difícil relación con el profesorado.
Inspirado en su infancia, en la que Jean Vigo pasó por varios internos, el director realiza una crítica a la ineptitud del sistema educativo en primera instancia, para, según avanzan los minutos, convertirse en un auténtico canto a la libertad y a la revolución contra la rigidez del poder. La película fue censurada durante más de diez años, no pudiendo ser vista hasta después de finalizada la guerra. Es cierto que no es perfecta; varios aspectos de la cinta no han envejecido bien, no obstante, el lirismo del conjunto hace que en determinados momentos seamos partícipes del talento innato del realizador en lo que fue la principal influencia de François Truffaut en su opera prima y obra maestra ‘Los cuatrocientos golpes’. En definitiva, un canto a la infancia y a la libertad.
Un aprendiz de genio del celuloide comenzaba a dar sus primeros pasos; el realizador galo, sin llegar a la treintena, comenzaría el rodaje del que fue su único largometraje ‘L’Atalante’. Un Jean Vigo gravemente enfermo de tuberculosis, trabajó contra su salud para darnos muestras del genio que podría haber llegado a ser.
‘L’Atalante’ es un barco que lleva a una pareja recién casada con grandes ideas, que pronto suceden a otras no previstas. La madurez respecto a ‘Cero en conducta’ es evidente, sin embargo, esto no significa que se pierda esa sencillez y cierta ingenuidad a la hora de tratar la historia por parte del director. Finalmente, la película sufrió grandes modificaciones de montaje e incluso de título con un Jean Vigo moribundo que no vería su trabajo finalizado; tendrían que pasar varias décadas hasta que apareciera una copia original, por lo que se pudo recuperar un montaje cercano a la idea que tenía el director.
Fotograma de L’Atalante
Con veintinueve años se fue Jean Vigo y para la historia queda esa sensación de un genio que apenas abrió los ojos al mundo del cine; un talento que se fue demasiado pronto quedando relegado a cierto lugar de la nostalgia por lo que pudo haber sido. No obstante, una pequeña llama es la causante de un gran fuego, y así, la obra del artista trasciende al paso del tiempo para que un buen día los Truffaut, Goddard y compañía, se toparan con su obra dando lugar a otras grandes películas y así constantemente. Por ello, desde aquí, tengo el placer de presentar, recordar o descubrir, al gran Jean Vigo.