Era una mala novela policiaca, de esas en que el autor no es suficiente hábil para enmascarar al verdadero asesino hasta el final. Todas las pruebas, las ocasiones y los motivos apuntaban al mismo culpable, que además era el típico y tópico en estos caso, el mayordomo. Y ahora ha acabado el cuento.
El mayordomo. El mayordomo español, no solo al servicio de BM y el FMI, como ya sabíamos, sino también al de las oscuras corrientes internas del gobierno de EEUU, que provocan guerras, incluso atentando contra sus propios ciudadanos, promueven, financian o por lo menos dejan hacer a los golpistas o, como en este caso, manipulan la información, desfigurando la realidad, y presionan la justicia, esa (In)Justicia española de trágico chiste. Y no se trata de un elegante mayordomo inglés seguro de sí mismo y que se permite en opcasiones dar lecciones de urbanidad a su jefe, sino de un patético y servil esbirro que es capaz de venderse y vender a su país al mejor postor, de bajarse los pantalones y ponerse mirando a Cuenca para que nos den a todos. Es igual: en esta novela barata que es nuestro país, cada vez más carente de dignidad, de seguridad laboral y económica, cada vez más pobre y rastrero, no triunfará la ley y el orden, sino la sempiterna impunidad de los poderosos.