Revista Libros
Willa Cather. La casa del profesor. Edición de Manuel Broncano. Cátedra Letras Universales. Madrid, 2015.
Con traducción, prólogo y notas de Manuel Broncano, que ya se ocupó de la edición de La muerte llama al arzobispo, Cátedra Letras Universales publica La casa del profesor, una novela que publicó en 1925 la norteamericana Willa Cather (1873-1947), una escritora que, junto con Carson McCullers y Flannery O'Connor, representa el lado femenino del llamado Renacimiento del Sur en la narrativa norteamericana de la primera mitad del siglo XX.
William Faulkner declaró más de una vez su admiración por ella y Truman Capote llegó a decir que era la mejor escritora de América. Viajera, periodista y maestra, desde 1912, cuando ya había ahorrado lo suficiente, se dedicó a la literatura para escribir sobre la zona fronteriza de Nebraska, donde pasó parte de su vida.
Técnicamente, la forma de narrar de Willa Cather se emparenta más con la herencia decimonónica de Flaubert, Henry James o incluso Hawthorne que con la de sus contemporáneos de la generación perdida. Con una eficiente mezcla de agilidad narrativa y de capacidad descriptiva, Willa Cather logra una fluidez que se puede confundir a veces con la falta de rigor estilístico, pero que da lugar a obras tan consistentes como esta novela sobre el profesor St. Peter, un experto en la historia española de la Conquista.
Organizada en tres partes dispares en tamaño, en ritmo temporal y en punto de vista, desde la inolvidable descripción de la vieja casa vacía del profesor tras una mudanza, La casa del profesor es una constante lección de cómo se mantiene la atención del lector sin necesidad de recurrir a efectismos fáciles ni a intrigas sorprendentes.
Y a medida que la novela va avanzando, el perfil simbólico de la vieja casa de tres plantas, en la que el profesor ha ido desarrollando su vida familiar y escribiendo varios volúmenes de su obra Aventureros españoles en Norteamérica.
En medio de una época de cambios sociales y desorientación -“un periodo de gran éxito literario a la par que de crisis personal”, señala Manuel Broncano en su Introducción- el edificio se convierte en una metonimia nostálgica de la vida personal y familiar del protagonista, que se hace cada vez más consciente del peso del pasado y de un episodio de la infancia en la configuración de la identidad.
O evoca la importancia -central en su vida y en la estructura de la novela- del admirable Tom Outland, un antiguo y ya desaparecido alumno de significativo apellido al que la narradora omnisciente cede la palabra en la segunda parte para que, con la imaginación que le falta al profesor, cuente su historia en primera persona.
La vinculación de literatura y vida, la sutileza en el retrato de los personajes y el trazado de una línea argumental suave conviven de forma ejemplar en la narrativa de Willa Cather con una técnica invisible para expresar el conflicto entre la naturaleza y la civilización, entre el pasado y el presente, que -como en sus cuentos- arranca de una situación trivial para construir con la limpieza de su prosa una novela intensa en la que se habla del enfrentamiento entre lo viejo y lo nuevo, de la independencia personal y los sueños, de las esperanzas y las ilusiones perdidas de unos personajes, extraños y al mismo tiempo vivos, dotados de una hondura psicológica alejada de todo esquematismo.
Santos Domínguez