Revista Libros
G. K. Chesterton.
William Blake.
Prólogo de Antonio Rivero Taravillo.
Epílogo de André Maurois.
Traducción de Victoria León.
Espuela de plata. Sevilla, 2010.
William Blake (1757-1827) es uno de los poetas más enigmáticos y asombrosos de la tradición occidental. Su intensa poesía fue una isla deslumbrante en el racionalismo del siglo XVIII, una profecía del irracionalismo romántico y de la actitud visionaria del superrealismo.
Con su habitual perspicacia crítica y su aguda inteligencia, Chesterton abordó en esta espléndida obra un recorrido por la biografía y por la obra literaria y plástica de Blake.
Grabador y poeta, místico y pintor, visionario y filósofo, excéntrico y astuto, Blake fue un artista total que fundió la palabra y la imagen en una doble actividad que nunca concibió por separado y que dio lugar a libros tan desasosegantes como el Matrimonio del cielo y del infierno o Los cantos de experiencia y de inocencia.
Chesterton trazó en este libro un retrato global y comprensivo del artista complejo que fue Blake, de sus problemáticas relaciones con los editores, de la convivencia en su figura y en su obra de lo oscuro y lo deslumbrante a la vez, de la inspiración y el caos, de lo disparatado y lo convencional, de un raro equilibrio, de una inusual coexistencia de lucidez y locura que el biógrafo resume en su estilo inconfundible:
Blake no poseía ninguno de los rasgos del poeta desmayado, del simple místico bobo. Si verdaderamente fue un hombre loco, se puede dar tanto énfasis a la palabra loco como a la palabra hombre. Y así, por ejemplo, a pesar de su oficio sedentario y de sus pacíficas teorías, poseía un extraordinario valor físico.
Pero quizá lo más meritorio de esta obra sea el enorme esfuerzo interpretativo de un Chesterton que intenta iluminar una obra tan opaca y de tanta potencia expresiva y en la que las luces y las sombras conviven con tanta naturalidad.
La edición de Espuela de plata, que incorpora abundantes ilustraciones y un epílogo de André Maurois sobre Chesterton, se abre con un prólogo de Antonio Rivero Taravillo, que destaca la huella en Yeats o en el Graves de La diosa blanca, en Cirlot o en Borges, de este hombre inclasificable que (...) murió cantando.
Santos Domínguez