Revista Cine
Los habituales ya sabéis que últimamente la cuestión literaria aquí ha cedido su intensidad a otro sitio. Nada especial, solo constatar que en UnLibroAlDía me encuentro a casi todos los habituales y que, bromas privadas al margen que sólo aquí tienen sentido, todo lo que allí digo aquí lo diría también. No voy a copiar y pegar, ni, con la escasa disponibilidad de tiempo, voy a escribir dos veces. Por tanto, daos cuenta de cuántas pocas excepciones hago y qué justificadas son estas excepciones.Santuario es mi primera lectura de Faulkner. Aunque había leído muchos párrafos sueltos y todo lo que de él me había llegado indicaba lo mejor, hacía falta corroborarlo. Bueno: hacía falta. Ya se sabe, podría haber escrito cientos de alabanzas sin sentido, basadas en pillar aquí y allá. Pero hay que experimentar. No sé si he acertado en la elección: Santuario es su novela más célebre pero también resulta que renegó de ella porque la había hecho por dinero. Lo cual es un pedazo de pose. Renunciar de todo aquello que no ha surgido de la pura necesidad de escribir, porque ha surgido de la pura necesidad de comer (o de comprarse una casa mejor, un coche mejor, mejores drogas, vinos caros, mujeres de mala vida, lo que sea). Pues por mucho que renegara Faulkner, va a tener que joderse: fuera por el motivo que fuera, el libro le salió hecho una obra maestra. Aunque suele suceder que no siempre uno es consciente de que lee una obra maestra justo en el momento, las sensaciones a veces surgen no solo al cerrar el libro, sino semanas después (por ejemplo, ahora) cuando recreas su lectura.Casas desvencijadas en medio de bosques irregulares, tan hechas polvo que cuesta concebir que nadie habite en ellas. Personajes en las fronteras de todas las situaciones anómalas; tarados, perdidos, fugitivos, indocumentados, individuos inestables esporádica o definitivamente. Tiempo que se detiene, miradas que manifiestan sentimientos de bajeza simpar. Leyendo Santuario, que ya voy adelantando que es la novela de terror más efectiva que he leido, he vuelto a la cabaña de Twin Peaks y he sentido el frío solo posible en un bosque rocoso en plena noche de invierno. He notado que la maldad absoluta tampoco necesita de demasiadas sofisticaciones ni demasiado atrezzo rodeándola. He llegado a la conclusión casi científica sobre de dónde surgia la precisión clínica de Capote en In cold blood y me he explicado muchas figuras cinematográficas oscuras. He visto a tipos con traje, sí, pero con el mismo todo el santo año, y he visto a tipos con cigarrillos a medio consumir colgando de la comisura de los labios, mirando con recelo, de reojo, tramando cual va a ser la siguiente y no pensando lo más mínimo en las repercusiones de sus actos. He llegado a pensar en el viejo asunto peninsular de los crímenes de Alcàsser. Terror, sí, el terror más efectivo es el que vemos más cercano a la realidad, ni tipos con máscaras ni señores con capa ni licántropos de tos cazallosa. Leer Santuario tiene muchas facetas y una es esa: saber lo cerca que cualquiera está de ser un monstruo, tan cerca como lo está de ser una víctima; reconocer el estrecho margen en que se mueve la normalidad, y las enormes rachas de viento que afectan al funambulista que anda por la cuerda.