Willy Toledo es nuestro John Wayne, un tipo que infringe las leyes violentamente con intención de hacer el bien, como durante la huelga poco general del pasado 29, cuando lideró una banda de matones que se lanzó a golpes contra un hostelero, inmigrante peruano, que tenía abierto su bar.
John Wayne, que creía en el destino liberador de EE.UU. invirtió gran parte de su fortuna produciendo su película “Green Berets”, Boinas Verdes, para ensalzar la buena guerra estadounidense contra los comunistas vietnamitas.
Perdió dinero y guerra, pero 44 años depués los vietnamitas están haciéndose capitalistas, como quería el ya por entonces viejo cowboy.
Los actores son así: frecuentemente se transmutan, traspasan la línea de sus personajes teatrales o cinematográficos y se convierten en los grandiosos héroes creados por la imaginación de unos autores.
Absorbiendo lo peor de cada uno de sus papeles Willy – Guillermito en inglés, de cuando aspiraba a Hollywood-- se ha convertido en la creatura de Frankenstein, que si antes trataba de transmitir pacíficamente sus ideas, ahora las impone a golpes.
Que dirija ya una partida de la porra muestra una evolución extremista, un talante totalitario capaz de cometer actos peores si las circunstancias fueran favorables.
Siendo un actor medianamente conocido ganó innumerables simpatías cuando, en noviembre de 2009, apoyó a la activista saharaui Aminatu Haidarla en el aeropuerto de Lanzarote, en huelga de hambre durante 32 días tras ser expulsada de su tierra natal por las autoridades de Marruecos.
Pero el héroe prosaharaui le hizo mucho daño después a la causa al proclamar airadamente que Orlando Zapata, preso político cubano muerto en huelga de hambre, era un criminal, y que había tenido el final merecido por todo disidente.
Su agresivo castrismo y estalinismo lograron que muchos de los que defendían la causa saharaui dejaran de apoyarla al rechazar lo que representa Willy, situación empeorada ahora al convertirse en matón de la porra.
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SALAS en aquellas fechas