Winter of the world, os decía. En mi modestísima opinión de lectora sufriente, a ratos, y disfrutona, otros, es un libro en el que se nota mucho eso que se dice y que nadie confirma pero todo el mundo sospecha. Ya sabéis, que el señor Follett tiene un equipo de negros trabajando para él que ni los Chicago Bulls. Para mí, se nota, pero claro, cualquiera afirma nada.
Y, diréis, ¿por qué se nota? Pues porque hay partes muy buenas y hay otras catastróficas. A quién corresponde cada parte, ya no sé. Pensando bien y tal, diremos que las partes buenas son del señor Follett y las otras, las de relleno, son de los muchachos que le hacen el trabajo no sé si sucio, pero sí más aburrido.
Y diréis de nuevo, pero, ¿qué razones tienes para decir esto? Pues, a ver. El señor Follett, antes de darse a la fiebre de los best-seller era un reputado escritor de novelas de espionaje. Luego llegaron Los pilares de la tierra y el mundo y él perdieron el oremus. Y, entiéndaseme, para mí Los Pilares son sagrados, pero a partir de ahí, el bueno de Ken se dio a otro tipo de literatura. Basta recordar ese BODRIO que es la, supuesta, segunda parte de LPDLT. Que me dan escalofríos sólo de recordarlo. Brrr.
Dicho esto y pensando bien de nuevo, quiero creer que las partes de este libro que tratan sobre el espionaje durante la IIGM, o sobre las tácticas de los ejércitos, o los ataques como el de Pearl Harbor, son suyas. Porque son buenas. Las restantes chorrocientas páginas de jaleos varios de los personajes, ya me cuesta creer que hayan salido de su pluma. Porque, en muchas ocasiones, son vergonzantes.
Os explico de nuevo. En este libro nos encontramos a los hijos de los personajes de La Caída de los Gigantes. En este primer libro de la trilogía también se nota la diferencia pero, no sé, para mi esos protagonistas tenían más fuerza que la pandilla de pavisosos que se pasean por Winter. Y son pavisosos porque el señor Follett (o el alero de los Chicago Bulls de turno) los han creado así. Como sin ganas. Que, a veces, te cuesta saber de quién está hablando porque no se distinguen entre sí. Y luego está lo de sus relaciones, claro. Porque parte esencial del libro es que los personajes se tienen que liar entre sí para que procreen y nazcan los protas de la tercera parte de la trilogía. Y liarlos los lía, pero, en serio, vergüenza ajena todo.
Oy, que ya me he enamorao, pues no te quiero, pues ahora sí, pues no me llames Lolita llámame Lola, pues que me voy, que vengo, que te espío, que no, que me devuelvas el anillo de mi madre, que no, que me quitaste la virtud, anda bonita si eras más pu** que las gallinas...
Y así durante páginas y páginas y páginas y páginas. Y páginas.
Y páginas.
Todo esto aderezado con ese complejo que llamaremos el de la familia Alcántara. Sí, los de Cuéntame. Ya sabéis, cosa gorda que pasó en España en los 60, 70 y 80, ahí había un Alcántara para atestiguarlo. Los fedatarios públicos de los sucesos patrios, oiga. Pues aquí lo mismo pero elevado a las potencias mundiales. Cosa gorda que pasó en Europa, Rusia o los USA entre 1933 y 1949, ahí estaba un personaje del señor Follett para contárnoslo.
Vale, que es ficción y se permiten estas veleidades. También allí donde iba Hercules Poirot se encontraba un fiambre. Que si no, ni novelas ni nada.
Pero -hay un pero, sí-, para mí que el señor Follett (o su Michael Jordan particular), fuerza a veces en exceso la máquina. Y voy a soltar un DESTRIPE, advierto. Vale que algunos de los personajes presenciaran el ataque de Pearl Harbor. Entendemos que algo así, tan fundamental en la historia de la IIGM, tenía que salir en el libro contado de verdad. Pero, ahí va el pero, ¿tenía que ser presenciado por los personajes desde un barquito en mitad de la bahía con los aviones japoneses por encima? ¿No es forzar un poco la máquina? Contestará el señor Follett que tenía que ser así porque uno de los personajes tenía que palmarla en esa escena. Vale. El problema aparece cuando te acabas el libro y piensas en la razón de ser de esa muerte. Ninguna. Aparte de servir para rellenar páginas y páginas de esas vergonzantes que os decía antes, no sirve para nada ni tiene ningún sentido ni ninguna influencia en la historia.
Ah, bueno, que a lo mejor esa era la idea. Contar en mil páginas lo que se podía haber contado en 500. Aaam. Claro, claro.
O, pensando muy mal, a lo mejor es que nos hemos documentado sobre cuatro cosas y no teníamos ganas de documentarnos para más y había que rellenar como fuera. Porque a mí en este libro, pese a sus mil páginas, me faltan cosas. Yep. Me falta el Holocausto, principalmente.
Sí, como lo oís. Quiero creer que el señor Follett ha querido dar un punto de vista original a su historia sobre la II Guerra Mundial y como del Holocausto se ha escrito tanto, él se ha hecho el listo y ha dicho, venga, os hablo de otros temas. Porque yo lo valgo. Pero, qué queréis, un libro sobre la IIGM en el que el genocidio cometido por los nazis aparece muy, muy, MUY, de refilón, para mí pierde bastante. ¿Dónde está la Noche de los Cristales Rotos, por ejemplo? No sé, raro.
También me falta la Campaña en Oriente Medio llevada a cabo esos años. Más que nada, porque de aquellos polvos vienen estos lodos farragosos en los que nos vemos metidos ahora mismo.
El señor Follett se dedica a vanagloriar a los británicos y americanos, a sentir mucha pena por los alemanes que vivieron bajo el nazismo y a meterse con el comunismo soviético. Y ya. Y, a ver, eso está bien, porque la actitud británica, con sus cosas, fue fantástica, los pobres alemanes las pasaron canutas, los americanos salvaron a Europa (otra vez) y los rusos estaban como regaderas. Sí. Pero. Que me faltan cosas, oye. Que se queda muy en lo superficial. Y esto dicho de un
En fin, dentro de unos días sale la tercera parte, Edge of Eternity. Creo que esperaré un tiempo para ponerme con ella, que tengo que recuperar energías.
¡Nos leemos!