Casi sí, pero sólo casi.
Wish her safe at home, que Stephen Benatar escribió en 1982 y reedita ahora la NYRB, brilla mucho en planteamiento y en ciertas escenas, pero queda por debajo de lo que promete al ser considerada como obra unitaria. Y esto tal vez se deba a que el autor sacrifica algunos aspectos prometedores para favorecer una lectura demasiado dirigida.
En otras palabras: había depositado demasiadas esperanzas en este libro.
Pero veamos.
Rachel Waring, una virgen cuarentona, frustrada y al borde de la locura, hereda una casa en Bristol. De pronto, la vida empieza para ella: liberada, estimulada e inspirada, Rachel lo deja todo (o sea nada) y renace, o cree renacer, a lo que ha merecido siempre. Finalmente, finalmente, finalmente, se encamina a la libertad, abierta de brazos a la vida de verdad: el arte, la despreocupación, la libertad y, tal vez, el amor.
Ya. Seguro.
Con esto empezamos bien. Es un personaje trágico/cómico/patético que podría haber salido de una costilla de la protagonista de una novela de Barbara Pym, del convento de Crewe, de la escuela de Hanging Rock, del vecindario de Erika Kohut, de Muriel Heslop o de Lise, de la casa de Halloran, la de Bly la de The Beguiled: es la consabida uterina, que tanto nos gusta.
Rachel está mal de toda la cabeza desde la primera página, sin paliativos. Sabemos muy pronto que una vena de demencia corre en la sangre de su familia, e inmediatamente la vemos hablando con un desconocido en un tren acerca de cómo debe de ser que a uno le descuarticen y le corten...eso.
Perfecto, nos decimos: Rachel está como una chota y anda necesitada de rabo y de amor, o de amor y rabo. Esperamos verla caer, perder el control, llegar al límite y más allá; eso promete la voz narradora, grotesca, pasada y camp, que nos va contando en primera persona qué bello es vivir cuando uno vive en las nubes.
Aquí va a haber humor chusco y saña.
Y es en esa línea cómica en la que se desarrollan las mejores escenas de esta novela: los episodios de la iglesia (Pym versión 2:0) y de la boda y el plantón del bello jardinero son para hacer una reverencia, y después otra; la tercera la guardamos para el de la única aventura sexual de Rachel.
Pero algo falla en esta novela como conjunto, y tal vez seas sus dos pilares: voz narradora y trama.
1) La primera persona protagonista presenta varias dificultades técnicas que, bien jugadas, pueden convertirse en ases. Pero una voz tan intensamente caracterizada como la de Rachel es en sí misma un cepo para el autor, pues debilita la intensidad de cualquier otro elemento de la novela, como en este caso la trama, que artísticamente importa menos.
2) ¿Qué narra la trama?
La historia de Rachel en Bristol, loca al principio y loquísima al final, camino del manicomio. Su delirio de amor con un retrato, y su boda imaginaria. Sus conversaciones con quien no debe. La destrucción de toda esperanza de vida social o recuperación.
Pero la primera persona constriñe la visión que el autor puede dar de su historia, y así, hacia la mitad de la novela, varias subtramas quedan frustradas por la sencilla razón de que Rachel no puede conocer las consecuencias completas de sus actos. Tanto la visita de la ex-flatmate de Rachel (¿hay posibilidad de salvación?) como la historia de seducción y aprovechamiento del jardinero (¿hasta dónde puede llegar Rachel? ¿y el jardinero? ¿dejará a su ahijado sin techo?) quedan frustradas. El lector conoce o intuye las respuestas, pero el autor parece considerar que su importancia es secundaria: el foco del último capítulo vuelve a ser la demencia de Rachel, a la que vemos con una redundante camisa de fuerza, cantando una canción que hemos oído ya demasiadas veces.
Técnicamente hablando, la trama es estática: vamos de la locura de Rachel a la locura intensificada de Rachel, viendo sus facetas y sus detalles. Pero las subtramas que prometían narración (acción-reacción, hechos y sus consecuencias) quedan abortadas.
3) Entonces, ¿cuál es el asunto de esta novela?
No puede ser -nos decimos- la locura de la protagonista. Eso está en el primer capítulo. Eso no sostiene una novela entera.
No pueden ser tampoco las consecuencias prácticas de esa locura. Desde que Rachel deja su trabajo y empieza a gastar en las reparaciones de la casona, sabemos qué hay al final de la pendiente.
Y no pueden ser tampoco las prometedoras consecuencias de la historia del jardinero y su esposa, con sus elementos de traición, crueldad, sexo, manipulación y venganza, que el autor sacrifica sin contemplaciones a un final más manido.
El asunto es la voz narradora. Una voz que no narra.
Bien, pero ¿basta eso para sostener una novela?
Está por ver.
¿Es esto un problema?
Tal vez sí, tal vez no.
¿Merece la pena leer Wish her safe at home?
Sí, desde luego.
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Fotografías de André Kertész