Revista Cultura y Ocio

Wittgenstein en el Bernabéu

Por Calvodemora
Wittgenstein en el BernabéuA veces escucho a Jorge Valdano y no sé si está comentando un partido de fútbol o el Tractatus Logico-Philosophicus de Wittgenstein. Admiro su soltura semántica, ese tratamiento elegante del vocabulario, ese hilvanar frases con absoluto esmero, sin que sobre o falte una palabra. De Valdano, el rapsoda (le decía el ínclito José María García) tengo la idea de que no todo el mundo aprecia esa voluntad suya de elevar la locución deportiva a un rango literario. Porque de verdad que en ocasiones borda la narración. No sé si es necesaria esa especie de aristocracia de lo lingüístico. Claro que luego despotricamos contra los que apalean las palabras o se atropellan o cogen una forma de contar y la explotan hasta que no parece un ser humano el que narra, sino una máquina a la que se programó para que ningún detalle valioso pasara por alto. No es una crítica hacia Valdano. Tengo en casa sus Cuentos de fútbol, una recopilación que él mismo prologa en la que aparecen historias de Javier Marías, Miguel Delibes, Bernardo Atxaga, Manuel Rivas, Roa Bastos, José Luis Sampedro o Manuel Vicent, todos ellos de declarada afición, si no verdaderos hooligans en algunos casos. El balón no es un objeto siniestro, dice en ese prólogo. Se embelesa el oído al seguirlo y comprende que cualquier disciplina, incluso la de menos fuste artístico, aquella que no concilia la belleza en sí misma o la que no se apresta a que se le rindan los más aplicados recursos del lenguaje, puede ser considerada noble y hasta lírica. La poesía puede advertirse en el regate que Modric le hace al defensa del Granada y el regate posterior que hace Isco para colocarse con ventaja y alojar el esférico en las mallas. Hay un espejo: el artista en el campo y otro más en el micrófono, elevando la narración deportiva a un estado superior. No creo que tenga ínfulas de escritor. Es un apasionado del fútbol, no hay más. Uno que no fue capaz de renunciar al manejo limpio de las palabras. No creo que colisione el oficio de contar un partido de fútbol con el de hacerlo despreciando la mediocridad, creando un diálogo entre lo inteligente y lo rutinario, entre la exposición cuidada de las ideas y la rudeza inherente al juego en sí. Sin evangelizar, no hay ninguna intención de adoctrinamiento en su parlamento, produce la sensación de estar escuchando otra cosa, una especie de homilía, pero no el trasiego de las jugadas del lance futbolístico. Llegado el punto, si uno se para de verdad a escuchar lo que dice, podría producirse el efecto inverso, el que definitivamente él no busca, y que consiste en dejar de ver el partido y emboscarse en su descripción. De cualquier manera, hay ratos en los que produce cansancio. No es una crítica. Será que nos falta esa educación y sólo queremos la restitución limpia del encuentro, no una magistral narración del mismo. Son cosas del fútbol, en todo caso. En el descanso, el Madrid le ha metido cuatro al Granada. Lo dicho: Wittgenstein en el Bernabéu.

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