Edward William Dirom Cuming (1862-1941) es fundamentalmente conocido por sus tratados sobre competiciones cinegéticas [1], en especial la caza del zorro, costumbre británica que en el siglo XXI nos parece tan cuestionable como la tauromaquia. Pero si eres seguidor del blog, ya has supuesto que existe algún otro motivo para invitar a Cuming. Efectivamente, así es.
El Jabberwocky de Alicia
En 1865, cuando la tierna edad del autor aún le obligaba a depender de un adulto que se la leyera, su compatriota Lewis Carroll publica la conocidísima novela Alice’s Adventures in Wonderland, donde aparece el Jabberwocky, que John Tenniel ilustra como un ser reptiliano bípedo. La habilidad de Carroll para pervertir la historia natural tuvo un gran éxito entre sus contemporáneos, que llegaron incluso a comparar la anatomía de los extraños dinosaurios recién descubiertos en el oeste americano con las criaturas de Carroll [2]. Esta obra fascinó, sin duda, a Cuming, al que también deslumbraban aquellos gigantes de la naturaleza, en particular la descripción que de ellos hizo el aficionado naturalista Henry Neville Hutchinson en su popular Extinct Monsters (1892).
El propio Hutchinson había argumentado que los dinosaurios eran análogos a los habitantes del País de las Maravillas [3], por lo que no nos debe extrañar que, llevado del entusiasmo, Cuming tratase de combinar la obra de ambos autores en el primer clásico de la paleoficción para niños, Wonders in Monsterland (1902), deliciosamente ilustrado por William James Afflech Shepherd “JAS” (1866-1946), muy popular por sus caricaturas de animalitos antropomorfos hasta el punto de que el propio Walt Disney le cita como influencia.
Wonders in Monsterland
El libro comienza con los niños Walter y Jenny buscando una pelota de golf perdida en una tarde calurosa. Mientras, Walter recuerda las criaturas fantásticas de las historias que su tutor les cuenta y Jenny dice que le recuerdan a "los dragones y criaturas extrañas de sus libros de cuentos de hadas". Ambos acaban adormecidos por la canícula y entran en un bosque donde viajan atrás en el tiempo, encontrándose con animales de un pasado cada vez más remoto. Cuming transforma los nombres científicos de estos animales del pasado en nombres propios a través de pequeños juegos de palabras con el fin de hacerlos más cómicos y amenos para los niños: así, Machairodus se convierte en Mackie Rodus y la Samotherium en Sam O’Therium. Cuanto más se adentran en el bosque (y en el tiempo), los animales son más toscos y desmejorados.
El desgraciado Horny Head
Cuando llegan al Mesozoico, hacen acto de aparición Polly Canthus, la Polacanthus, o Horny Head, el Triceratops, que se queja de que llega a tener tres dolores de cabeza simultáneamente, debido a su enorme tamaño, mientras la de Steggo, el Stegosaurus, es “tan pequeña en comparación con su cuerpo que parecía como si se la hubieran entregado por error”.
Clay O'Saur querría volar como un pájaro
El principal acompañante de los niños en su etapa mesozoica es Clay O’Saur, el hadrosaurio, que no quiere ser un “Die-no-saur” (“Muere-no-saurio”), porque eso significa que no llegará jamás a ser un pájaro y volar. Sir Ato Saurus, el Ceratosaurus de sangre azul, es de los más viejos del lugar.
Lady Megalo, maestra del abanico
Cuando Lady Megalo (Megalosaurus) y sus decadentes invitados intentan devorarles, los niños despiertan y comprenden que, al igual que el País de las Maravillas, Monsterland no era más que un sueño.
Situación crítica
La capacidad divulgativa de esta pequeña joya victoriana fue destacada por la propia revista científica Nature, que recomendó activamente su divertida lectura especialmente diseñada para la infancia [4].
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[1] British Sports Past and Present (1909), With Horse and Hound (1911) o Fox and Hounds (1915).[2] Fallon, Richard (2021) Reimagining Dinosaurs in Late Victorian and Edwardian Literature, Cambridge University Press.[3] Según el propio Cuming, Wonders in Monsterland fue resultado de la sugerencia de Hutchinson de que “debería escribir un libro para niños para presentarles los monstruos muertos de hace mucho tiempo” (Íbidem).[4] Ib.