Me da la impresión de poder estar hablando de películas de Woody Allen durante líneas y líneas de verborrea y palabrería, y sin embargo no llegar a rozar la magia que desprende cada uno de sus trabajos. En esta última parte aún queda mucha tela que cortar, así que procuraré no divagar demasiado (como estoy haciendo ahora mismo). Sobre todo me falta por abordar el cine de los últimos veinte años de Allen. Dicho así parecen los restos que he dejado para el final, pero como más de uno sabrá, en estos años encontramos varias de sus películas más interesantes. No obstante, empezaré con una postal en blanco y negro; una voz en off. Empezaré por una obra maestra.
‘Manhattan’ es en mi opinión la gran obra de Woody Allen. No por la gran fotografía en blanco y negro; tampoco por la genial Rhapsody in Blue de George Gershwin, composición que adquirió identidad propia a través de escenas emblemáticas de esta película (más si cabía claro). Ni siquiera diré que sea por el maravilloso guión; para mí lo que convierte a ‘Manhattan’ en una obra maestra, es que todos estos aspectos así como la interpretación del elenco protagonista, posee la sutileza de una avalancha; sin darte cuenta, el conjunto de las piezas te cae encima silenciosamente. ¿De qué trata ‘Manhattan’ y por qué destaca en la filmografía de Allen?
La película no es sino un retrato de la vida moderna; un canto sobre la moral del mundo occidental contemporáneo. Quizás, y tratándose de Woody Allen, muchos esperasen una nueva ‘Annie Hall’ (así lo creí yo en su día) y el mensaje final de la película se pierda en parte entre el humor y lo genial del blanco y negro de la hora y media que dura. Es una película que que posee un carácter reflexivo a través del talento de Woody. La evolución de los personajes a lo largo del metraje es como una bofetada al propio intelecto del que mira. Lo que al principio es admiración por unos y casi lástima por otros, acaba por desnudar la percepción que tenemos de lo que hace “guay” a una persona; se plantea lo paradójico que resulta el exceso de modernismo, es decir, que un Jackson Pollock sea más importante que la persona que tienes al lado. La falta de humanidad que tantas veces adolecemos en esta época, se convierte en un retrato bello sobre máscaras auto impuestas en el mundo de hoy, máscaras que lo peor de todo, muchas veces no somos conscientes que las llevamos. Es un deseo que tiene rostro en el personaje interpretado por Mariel Hemingway y que nos descorrompe los ojos en el bello final de la película.
¿Imagen tópica o icono del cine?
Me dan ganas de hablar y hablar de ‘Manhattan’, pero de quien hablamos es de Woody Allen; si lo único interesante fuera esta película me explayaría, pero sabemos que lo de hacer grandes películas es el pan de cada día para el bueno de Allen. Así quiero saltar a los noventa, para lo que fue una de las primeras comedias que el genio neoyorquino dirigía sin protagonizar. ‘Balas sobre Broadway’ tuvo en John Cusack al alter-ego del personaje alleniesco al uso; dramaturgo frustrado que vive en una constante lucha interior respecto a su moral artística. Esta película ambientada en los años veinte, creo que es de esas cintas de Allen que gustan a casi todo el mundo. Nuevamente, y a través de una comedia espléndida, el cineasta realiza una sátira al mundo del artista, una inocente burla a la bohemia y lo frágil que puede resultar cuando de por medio está el éxito de masas. A los que no la hayan visto diré que lo hagan, que lo hagan para disfrutar de Dianne Wiest como nunca se la ha vuelto a ver pero sobre todo, por el genial personaje de Chazz Palminteri, aquí los que la han visto sabrán de lo que hablo.
Dianne Wiest y John Cusack en uno de tantos momentos memorables de ‘Balas sobre Broadway’.
A partir de esta película, Woody Allen comenzó a valerse de actores emergentes o consagrados para sus películas. Así se convierte en una constante elencos actorales tan destacables como por ejemplo el de ‘Todos Dicen I Love You’ con jóvenes promesas entonces como Edward Norton o Natalie Portman, acompañados de otras consagradas como Julia Roberts o Goldie Hawn, en lo que fue una discreta incursión en el mundo del musical por parte de Allen. Así mismo, podemos destacar la desenfadada ‘Poderosa Afrodita’, donde la dupla que comparte Mira Sorvino con el propio Allen, se convierte en un divertido regalo, que sería allá por 1995, la película que marcaría este nuevo rumbo su cine.
Normalmente las productoras buscan a actores, pero con Allen sucede lo contrario. Los actores siempre están deseosos por trabajar con él. Quiero pararme un poco en la que es una de sus grandes películas, y, de esto no me cabe duda, su obra más ácida y políticamente incorrecta hasta la fecha. ‘Desmontando a Harry’ ya sería una gran cinta sin ese aire despreocupado a la hora de ser digamos “correcto”, el guión es simplemente glorioso, funciona como un reloj, y las distintas subtramas que giran entorno a la vida de Harry son formidables. Cómo olvidar a ese Robin Williams desenfocado, o al joven Tobey Maguire descubriendo cierto campo relacionado con el sexo. La influencia de Ingmar Bergman, siempre tan lejos del estilo del neoyorquino a priori, es evidente. Woody Allen se vale del argumento de la inolvidable ‘Fresas Salvajes’, para construir esta historia en la que se quita el corsé intelectualoide para darnos su comedia más incisiva.
A lo mejor a más de uno le ha resultado curioso que no haya nombrado la importancia de la música en el cine de Allen. No lo he hecho porque ( y esto está en negociaciones con dirección) hablar de la música en sus películas da para un artículo en si mismo (así sin despeinarse). No obstante, a final de los noventa Allen nos entregó su particular homenaje a cierta parte del jazz añejo con ‘Acordes y Desacuerdos’, película que mezcla el recurso del falso documental en medio de la historia de un guitarrista interpretado grandiosamente por Sean Penn, en disputa artística con Django Reinheardt, y que, a parte de ser un gran guitarrista, también es una persona bastante despreciable.
Sean Penn y Uma Thurman en ‘Acordes y Desacuerdos’
Llegó el siglo XXI y Woody Allen seguía por aquí, así como en los setenta, ochenta y noventa. Los Coppola, Scorsese o Spielberg por ejemplo, también llegaron a este siglo y del mismo modo tienen carreras contemporáneas a la de Woody. Si hablamos de producción, y de calidad en la obra…creo que nos quedamos con un sólo nombre. Muchos dieron por perdido al cineasta; que si era muy mayor, que si chocheaba…Creo que él va a lo suyo sin importarle mucho lo que digan los demás, sino no creo que hiciera una película cada año. De estos años surgen películas como ‘La Maldición del Escorpión de Jade’ película que contó con el mayor presupuesto que nunca tuvo Allen, sin embargo, no funcionó.
Así siguieron pasando los años y cuando nadie lo esperaba, va Woody Allen y consigue un taquillazo en EE.UU como no había tenido desde ‘Annie Hall’. Allen, como pasa con Almodóvar aquí, nunca fue profeta en su tierra. El taquillazo no vino de la notable ‘Match Point’, justo fue con la película que más palos se ha llevado por aquí (porqué será). ‘Vicky Cristina Barcelona’ nos trae a la Johansson, Rebecca Hall, Javier Bardem y Penélope Cruz en una historia algo tópica en el fondo (tópica para los españoles claro), pero muy divertida en la forma.
‘Si la Cosa Funciona’ me gustó bastante, pero lo que no esperaba era salir tan contento tras visionar ‘Medianoche en París’. El año anterior me había llevado mi mayor decepción con ‘Conocerás al Hombre de tus Sueños’, y con el nuevo estreno tuve mis reservas. ¿Qué pasó? Cierto que el tema tratado, la Generación Perdida y todo eso, me interesa bastante pero la verdad es que salí como pocas veces de una sala de cine. No es una obra maestra, pero es de esas película como ‘La Rosa Púrpura del Cairo’, que poseen esa magia, ese “algo” que te arranca una sonrisa o una emoción cuando ves una película.
Todas las películas de Woody Allen, o la inmensa mayoría, comienzan siempre con la inconfundible tipografía bajo fondo negro desde hace cuarenta años. Sé que no soy el único que cuando se sienta a ver una película de Allen o bien acude al cine (y que sea por muchos años), el simple hecho de que aparezcan esos inconfundibles títulos de crédito, es motivo para predisponerse a disfrutar del talento y el genio del cineasta neoyorquino. Es el encuentro con un camino conocido y familiar hacia la magia de uno de los grandes del séptimo arte (pese a quien le pese). Quizás no tenga el talento de Bergman para tratar los grandes temas, o nunca nos regale una película como ‘El Padrino’, pero es indudable que no se podría entender el cine de las últimas décadas sin las múltiples cintas que ya son parte de la historia del cine. Espero que Allen viva cien años, porque lo que es recibir un regalo al año en forma de película, lo doy por hecho tratándose de un talento tan infinito como es Woody Allen.