Ha transcurrido más de un siglo desde que la Segunda Escuela de Viena (SEV) trastocó la tonalidad musical generando composiciones que solo sus autores y los seguidores del cuento de Andersen, “El rey desnudo”, consideran en su presunta calidad. La triple “A” (A. Schönberg, A. Webern y A. Berg) se vio envuelta en una paradoja de manual cuando quiso salir de Guatemala, liberando a la música del condicionante de la tonalidad, para entrar en Guatepeor al idear el dodecafonismo serial, que constriñe la composición todavía más al tener que repetir cadenas de doce notas en un orden previamente establecido sin que este se pueda alterar. Pero sobre todo, la SEV se caracterizó por anteponer su denso entramado teórico al resultado artístico final. Fue “orden” (el suyo) pero sin “concierto” (el que piden los demás) y esto último es indispensable para el Arte universal. Música desconcertante que incomoda en lugar de agradar. Para mí que la SEV quiso buscar una salida a su incapacidad por mejorar lo que antes dio la genialidad de otra santísima trinidad (Beethoven, Mozart y Bach) y así escapar de tormentos y decepciones como los sufridos por un Brahms que, abrumado por la responsabilidad de superar al genio de Bonn, publicó su primera sinfonía a los cuarenta y tres años de edad, tras más de tres lustros de vacilante trabajo frenado por su convencimiento de no creerse capaz. ¡Y era Brahms...!
Ciertas composiciones de la música surgida de la SEV disfrutan ya de más de un siglo de “obligada programación” en los grandes teatros del circuito internacional, en pos de educar a un público que debe ser torpe de solemnidad pues no hay manera de que se aficione a la atonalidad. Pero para sus lúcidos programadores... “la letra con sangre entra” y así deben considerar que cien años de imposición son pocos para generar afición, por lo que mucho me temo que nos esperen otros cien de martirio musical.
Y todo ello... “pa ná”, porque es evidente que la música atonal nunca será popular por su falta de conexión con lo natural (que se lo pregunten a los bebés cuando les hacen escuchar a Mozart y sin ningún aleccionamiento parecen disfrutar). Y si popular es lo mayoritario, a lo mayoritario se debe cualquier institución pública que maneje un presupuesto generado por la dolorosa pero inevitable fiscalidad. Las cuentas son muy claras: seis han sido las óperas programadas esta temporada en la Sala Principal, siendo "Wozzeck" (A. Berg-1925) una de ellas, lo que debería suponer que uno de cada seis aficionados valencianos de nuestro operístico Palau son fans de este título atonal. Ramón Gener (a quien admiro como comunicador y comprendo como cronista oficial de Les Arts), al comienzo de su presentación institucional de la obra el pasado 18/05 en el Auditorio, trasladó la siguiente invitación a quienes ya la conocían… “¡Qué levanten la mano aquellos que les ha sorprendido muy positivamente!” (textual). Solo contó a tres del total (Isabel, Marta y Juan... según podemos ver aquí), lo que en su desconcierto le llevó a pronunciar un no deseado... “¡Estupendo!” (textual), fruto de algo que no puede ser más que una revoltosa paradoja subliminal.
Pues sí, el Palau de Les Arts va a estrenar “Wozzeck” al igual que en estos días también el Gran Teatro del Liceo de Barcelona la programa, en una inverosímil coincidencia temporal que es evidente no viene justificada por el tirón de su popularidad. El protagonista en Barcelona es el gran barítono alemán Matthias Goerne, a quien tuve la oportunidad de escuchar en el Festival de Edimburgo de 2013 cantando “El castillo de Barbazul” (B. Bartók-1918), otra ópera disonante y muy alejada de cualquier concesión sonora a la amabilidad. En mi butaca, entonces me pregunté por cuál sería el resultado de ser un barítono principiante quien interpretara al Duque Barbazul y si yo lo llegaría a notar. Porque… ¿qué es cantar bien o cantar mal en este tipo de música tan alejada de ese “Ars canendi” que en la Ópera es el aliciente principal?
Si todo estreno lírico (sea cual fuere el título) viene precedido de una tormenta promocional en la que directores, escenógrafos, cantantes, periodistas y presentadores (todos ocupados en conservar su puesto laboral) se afanan por santificar la composición considerándola siempre obra maestra total, ello todavía es muchísimo más cuando la taquilla se ve peligrar. Este es el caso que nos ocupa con el "Wozzeck" de Valencia y Barcelona, por lo que desde que ambas propuestas se presentaron a la sociedad me he tomado la molestia de analizar lo publicado, tanto en medios de comunicación como en los propios teatros, con la intención de localizar algún tipo de argumento que explique bien la calidad sonora de la obra, más allá del socorrido y minoritario interés “histórico” que solo es válido para el mundillo profesional. Nunca nada se dice del disfrute sin penar, de la belleza epitelial o en definitiva de todo eso que nos mueve a muchos a escuchar Ópera y es el arrebol emocional que convierte nuestro corazón en una desbocada máquina de placer sensorial.
Hasta tal punto la falta de argumentos es total que incluso se llega a paradojas como la publicada en un conocido diario digital que, referido al "Wozzeck" de Valencia, se atreve a afirmar… “Imprescindible en el repertorio de las capitales musicales del circuito y que, de hecho, figura entre las 70 óperas más interpretadas del siglo XXI" (textual). No diré más.
¡Ah! Ramón Gener, llegando al final, no tuvo inconveniente en afirmar… "Cada vez que escuches Wozzeck y no lo estés entendiendo es culpa tuya, porque todavía te falta para llegar” (textual) que unido a... “Es imposible que hagan Wozzeck en una ciudad como Valencia y no esté a petar” (textual), configura otra singular paradoja de lo surreal.
A fecha de hoy, desconozco si la huelga convocada por los trabajadores de Les Arts para el día del estreno (26/05/22) continuará, pero sea cuando fuere yo asistiré y también animo a los demás porque cien minutos no nos van a matar y para, una vez más, comprobar por cuenta propia si lo dicho con anterioridad es falacia o verdad…
En 1951 aconteció en el Carnegie Hall de Nueva York la primera grabación íntegra de "Wozzeck", en una sesión de concierto que dirigió D. Mitropoulos a la Orquesta Filarmónica de Nueva York y M. Harrell, E. Farrell y F. Jagel, editado por Testament en la actualidad.
La entrada "Wozzeck" en Les Arts: paradojas de lo atonal apareció primero en El Blog Personal de Alonso-BUSINESS COACHING.