Este viernes pasado tuve la oportunidad de confirmar mis extrañas teorías adivinatorias que me permiten anticipar el estado de ánimo al salir de la sala de "mi cine" en algunas ocasiones y siempre me quedo -escéptico al fin y al cabo- con la duda relativa a la mala influencia que una imaginación desacertada puede significar en la supuestamente quieta labor de aquilatar muy subjetivamente como cabe esperar la mal llamada obra artística de un tipo al que no conozco de nada.
Porque salvo grave error de memoria hasta hace unas horas no había enfrentado jamás una película dirigida por Matthew Vaughn y acabo de apuntarme su nombre en esa libretita tan maja que tengo con las tapas negras.
Su última -y cuarta- película se denomina X-Men: First Class aunque a mí me la presentaron como X-Men: Primera Generación en riguroso multiestreno nacional lo que ya de por sí me colocó la mosca detrás de la oreja.
Antes que salga nadie a llamarme con epítetos degradantes he de asegurar que alguno de los motivos de acercarme -y entrar- a la sala de exhibición de "mi cine" fue la curiosidad, los días que no iba y el hecho que he visto todas las películas de esa saga proveniente de los tebeos, tanto como la esperanza que se tratara de un producto de entretenimiento digno.
El amigo Vaughn ayudado por unos cuantos amiguetes se ocupa del guión y ahí reside el origen de todas las castañas que luego nos irán ofreciendo una tras otra.
Ya va siendo una costumbre aceptada que la industria estadounidense se vuelca en productos destinados a espectadores cada vez más jóvenes y lamentablemente lo hace aprovechando las carencias culturales de esa masa engullidora de palomitas para presentar retazos de su propia historia de forma alterada mediante la inyección de moralina edulcorante disfrazada de invenciones fantásticas en las que héroes imaginarios provenientes de tebeos de cualquier calidad toman parte decisiva en el desarrollo de hechos que deberían contrastarse en las bibliotecas públicas más a menudo.
Ya sé que la pretensión de conciliar entretenimiento y cultura es tarea difícil pero lo que no se puede admitir es que ante la incapacidad de respetar la historia ésta sea reinventada de forma chapucera como si no hubiera otra posibilidad de pergeñar un guión con aventuras fantásticas sin necesidad de apoyo historicista alguno.
Da la sensación que Vaughn, incapaz de rodar un producto que respete su propia lógica interna se ha abocado a referencias históricas para obtener una pátina de respetabilidad que hubiese obtenido si su película hubiera sido divertida por sí misma sin necesidad de imitar a Watchmen ni rendir pálido homenaje (en realidad desastrosa imitación) a Doce del patíbulo, es decir, si se hubiera dedicado a explotar el imaginario que acompaña a todos esos personajes extraordinarios, mutantes dotados de las más extrañas características, poderes o cualidades, llámenles ustedes como les plazca, que van compareciendo e incorporándose al elenco conforme avanza el metraje gravemente lastrado por un guión deslavazado y una dirección carente del ritmo necesario para otorgar brío a la función.
Pero resulta que el amiguete Vaughn se pierde en un marasmo de ideas propias y ajenas y por momentos uno se queda con la sensación que a una escena igual podría haber seguido otra diferente de la que ve y ello no es muestra de innovación y sorpresa sino falta de lógica en el guión y la planificación de secuencias, buscando una originalidad que se les escapa como arena entre los dedos quedando la mano sucia de polvo.
Esta moda de basar el cine comercial en los tebeos que hace décadas se venden con cierto éxito me parece que ya ha agotado todas sus posibilidades de permanecer digamos que en el nivel de sala de cine y le correspondería la producción directa a soporte multimedia y quizás el pase por un canal temático de corte infantil de una televisión que debería ser controlada por adultos porque la estupidez de la presentación de la historia real debe ser combatida de forma eficaz: el problema del armamento nuclear, joven amigo, jamás residió en las ideas locas de un mutante: para invenciones al respecto, mejor acudir a Kubrick.
No soy conocedor de los tebeos de los X-Men: si acaso hace años puede que leyera alguno, pero ni me acuerdo: seguramente, acudir a algunos de aquellos guiones añejos y trasladar su imaginería gráfica en blanco y negro al rutilante color digitalizado de la pantalla actual hubiera dado un resultado más placentero y divertido y se hubieran ahorrado los sueldos de tanto guionista y Vaughn no hubiera tenido que extenderse hasta poco más de dos horas para contar la precuela de lo que pretenden convertir en una saga a la que desde ahora mismo proclamo mi renuncia.
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