Revista Cine

Xavier Beavouis: De dioses y hombres

Publicado el 20 mayo 2011 por Bill Jimenez @billjimenez

Por Cristina López Justribó

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¿Cuál es el tempo de la fe en el cine? ¿Cómo mostrar los dilemas morales que llevan a ocho monjes cistercienses a asumir su condición y su destino?

De dioses y hombres, el último film de Xavier Beavouis, ganador del Gran Premio del Jurado en el pasado festival de Cannes, nos evoca los estados del alma por los que transita la fe de unos monjes del monasterio de Tibhirine, un pequeño pueblo en las montañas de Argelia. Durante la guerra civil que convulsionó ese país, en 1996, un grupo de fundamentalistas islámicos empieza a asesinar indiscriminadamente a la población no musulmana, rompiendo el clima de convivencia de la zona. A pesar del ofrecimiento del ejército argelino para proteger a los monjes, y después de la súplica del gobernador de la zona para que regresen a su país, Francia, y no pongan en peligro al pueblo musulmán con futuros ataques fundamentalistas, los monjes descubren que su lugar está en el monasterio, junto a la comunidad musulmana de Tibhirine, a la que ayudan diariamente.

El momento climático, en el que los monjes asumen su condición, sin intentar huir de ella, se concentra en la cena que celebran todos juntos y que recuerda a la última cena de Jesucristo con los apóstoles. Esta escena, es una sinfonía de primeros planos de los rostros de los monjes, acompañados por la música de El lago de los cisnes de Tchaikosvky, una metáfora de la muerte de la luz (cisne blanco, la paz) y del nacimiento de la oscuridad (cisne negro, la guerra), y que recuerda a un clásico del cine en blanco y negro, La passion de Jeanne d’Arc (1928, Carl Theodor Dreyer).

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Dicen que el alma está formada por numerosos recodos, y las de estos monjes, aunque han sido educadas en la fe y el sacrificio, no dejan de ser almas humanas, llenas de contradicciones, de miedos y de debilidades. Por eso, en el último momento, dos de ellos no pueden soportar el peso de la responsabilidad que les exige su fe, y deciden esconderse de su capturadotes para salvar la vida.

Hoy en día, dentro del bombardeo actual de films que invaden los cines de ciudades como Barcelona o Madrid, donde las salas cambian de un fin de semana al otro su programación, se agradece que todavía haya cines, como los Mèlies en Barcelona, capaces de recuperar buenas películas. De otro modo, quizás muchas pasarían desapercibidas por falta de un tempo necesario para poder disfrutarlas.

Al final de De dioses y de hombres, te invaden un silencio y una calma especiales, como si durante ciento veinte minutos nuestras almas hubiesen tenido un espacio para la reflexión.


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