Poco después de medianoche en el metro de Madrid. Línea 7. Entra en un vagón una joven atractiva. Últimamente, a esas horas ya casi no hay mujeres en el metro. Por el contrario, abundan los pandilleros latinoamericanos y magrebíes.
La chica se asusta al comprobar que varios jóvenes latinos comienzan a acecharla. Se le acercan lentamente haciéndole gestos obscenos. Las chicas que los acompañan, también pandilleras, gesticulan incitándolos a lanzarse sobre la presa.
La muchacha quiere huir en la próxima estación pero ellos lo intuyen. Bloquean la puerta más cercana. Expresan hostilidad y deseo. En la parada, ella se lanza sorpresiva y violentamente sobre los acosadores y logra escapar: una mujer más que no volverá a viajar en el metro de noche.
Numerosos bandas extranjeras protagonizan casos parecidos. Las mujeres están volviéndose xenófobas, no necesariamente racistas, ante estos machistas agresivos. Xenofobia: odio, repugnancia u hostilidad hacia los extranjeros, o hacia quienes se sabe que son agresivos o se teme que sean prepotentes o que abusen por sentirse en situación de superioridad. La xenofobia puede existir entre habitantes de pueblos y aldeas cercanas dentro de una misma comarca.
Las bandas, aparte de las violentísimas Latin Kings y Ñetas, son crecientemente visibles. Muchas trabajadoras inmigrantes actúan también como las demás mujeres: son xenófobas culturales que huyen de los jóvenes con sus mismo origen. Porque ellas son sus principales víctimas.
No hay un solo estudio o proyecto estatal para integrar en la sociedad a los pandilleros, cuyos valores sobre la vida y la dignidad, especialmente femeninas, no son homologables a los de una colectividad civilizada, ni aquí, ni en sus países de origen.
Y debe recordarse que la mitad de los asesinatos machistas registrados este año en España fueron obra de extranjeros, que son solamente el 6-7 por ciento de la población. Las víctimas son mayoritariamente mujeres de similar nacionalidad que los verdugos; mujeres que esperaban encontrar en España un país moderno y que se topan con lo peor de un país que no las protege y, sobre todo, con lo peor de sus propios países.
El Gobierno tacha de racistas a quienes denuncian esta realidad: no sabe distinguir la diferencia entre el detestable racismo y la xenofobia grupal-cultural de quienes se sienten desprotegidos. Inventa utopías para amparar el mundo, como su “Alianza de Civilizaciones”, pero no protege al vecindario.
Con las feministas también silenciosas para no pasar por racistas, pocos aprenden de lo que está ocurriendo en Francia.
Nota: la chica a la que iban a agredir en el metro los pandilleros era una estudiante latinoamericana.