Decía don Francisco que somos presentes sucesiones de difunto, lo que equivale a afirmar que todos los cadáveres que hemos sido, superpuestos, nos conforman. Y que mirar hacia atrás y realizar un balance de todos esos yoes se convierte en el mejor (y en el único posible) de los autorretratos. Natxo Vidal, llegado al punto simbólico de los cuarenta, se propuso elaborar un balance al que puso por título XL y que fue publicado por La Fea Burguesía con prólogo de Alberto Chessa. Mi impresión como lector externo (no conozco personalmente al autor) es que sus líneas destilan una gran carga de verdad confesional susurrada, que me ha hecho pensar de inmediato en el portugués Fernando Pessoa. Quizá conozcan ustedes la anécdota: decía el poeta portugués que escribió El guardador de rebaños en una sola sesión, de pie, casi en estado hipnótico. Quizá me equivoque, pero he sentido que algo parecido exuda XL: la imagen de una larga y honda revisión personal, que parece haber nacido de un trance.
Natxo Vidal nos habla de una infancia donde se queman panales, se da de fumar a los murciélagos, se matan gorriones con escopetas de balines, se vive rodeado de lutos perpetuos, se buscan lombrices bajo tierra y se escuchan refranes del campo. Pero en su crónica (pudorosa y conmovedora) también hay voces de otros poetas, como Galeano, Claudio Rodríguez, Gil de Biedma o el propio Chessa, de quienes Vidal asegura haber “robado” o “copiado” algunas líneas de su obra. Son verbos de distracción, a los que no debemos otorgar crédito. Lo que ha querido decirnos es que otras personas admiradas concibieron “antes” las palabras que, inequívocamente, él siente como propias. Y eso le concede todo el derecho (aquí tiene la palabra Pierre Menard) para considerarlas de alguna manera suyas.
Abro al azar por una página del poemario: “Desde la otra orilla / la otra orilla es la orilla en la que estamos”. Abro al azar por otra: “A veces / he pensado en mi cuerpo / como en un árbol / reflejado en un río: / lo ves, / pero no existe. /Si tratas de tocarlo se deshace, / se quiebra / en un millón de piezas transparentes”. Seguro que ahora les apetece a ustedes ir abriendo al azar otras páginas de este volumen. Háganme caso: empiecen por la primera y no querrán que acabe.