El dato político –del precario equilibrio de fuerzas- puede ser leído de distintas maneras. Si comparamos con el período 1998-2013, cuando América Latina se fue pintando de colores de emancipación con la instalación de gobiernos progresistas y de izquierda, hay razones para la preocupación, pues evidentemente es bastante lo que se ha retrocedido en todos los campos. Pero si ponemos en el balance global la situación de los últimos cinco años (2013-2017), en las que la avalancha conservadora ha sido lo predominante, no hay duda que hay razones para el optimismo.
Desde el punto de vista de las relaciones políticas de fuerza, la izquierda se había constituido en gobierno, con distintos grados y matices, en Venezuela (1999), Brasil y Argentina (2003), Uruguay (2005), Bolivia (2006), Ecuador y Nicaragua (2007), Paraguay (2008) y El Salvador (2009), además de varios gobiernos caribeños que se alinearon en esa dirección. A esta lista se sumaría también Honduras, con un presidente (Mel Zelaya) que desde 2006 fue transitando de posiciones liberales a posiciones progresistas.
A este período, ampliamente favorable para las corrientes revolucionarias y progresistas, corresponden iniciativas de carácter estratégico en el campo de las relaciones internacionales y los organismos regionales y subregionales, pues al impulso de Fidel Castro, Ignacio Lula, Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa y Daniel Ortega, se fue configurando un tablero geopolítico claramente adverso al movimiento de los Estados Unidos en su afán de mantener su hegemonía y dominación en la región. Así se explica la fundación del ALBA en 2004, la UNASUR en 2008 y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (2010).
Pero el camino de la emancipación está más plagado de espinas que de flores, de caminos accidentados que de rutas planas y rectas. Convertida América Latina en un campo en disputa, las fuerzas de la derecha lograron retomar el control de varios países por distintos medios. En Paraguay, Honduras y Brasil lo hicieron por la vía de golpes de Estado de nuevo tipo, mientras en Argentina y Ecuador por la vía electoral. Hay que apuntar que el último país es un ejemplo típico de una de las modalidades de la llamada revolución pasiva.
En lo que va del año, casi de forma sorpresiva, formas de Golpe Suave acechan a la revolución nicaragüense y es incierto lo que vaya a pasar en El Salvador, donde el FMLN soportó una dura derrota en las elecciones locales. Entretanto, la Revolución Bolivariana de Venezuela continúa enfrentando diversas modalidades de guerra –principalmente económica-, la Revolución Democrática y Cultural de Bolivia empieza a experimentar el desgaste de la llamada Guerra de Cuarta Generación y Cuba –la primera revolución socialista triunfante de América Latina- vuelve a experimentar los rigores del bloqueo estadounidense.
La contraofensiva imperial, caracterizada con desmesurado exitismo por los ideólogos de la derecha como “el fin del ciclo progresista en América Latina”, se ha extendido a los organismos regionales y subregionales. La Organización de Estados Americanos (OEA) ha vuelto a cobrar protagonismo e influencia en desmedro de la CELAC y UNASUR, mientras el ALBA también enfrenta dificultades para mantener la cohesión ideológica-política y para transitar hacia una integración material efectiva. Todos estos movimientos geopolíticos se dan en el marco de la violenta resistencia de EEUU a dejar su condición de hegemón mundial. Hay falta de precisión política y académica el pensar que hemos superado la fase de la transición hegemónica. Todavía es difícil saber si se mantendrá un orden unipolar atenuado, un mundo bipolar de nuevo tipo (no ideológico, pero si geopolítico) o un mundo multipolar.
Sin embargo, el camino para la derecha tampoco está asfaltado. En Argentina, los niveles de resistencia al retorno de la política neoliberal se están elevando gradualmente, particularmente por la contundencia y la extensión que significó la tercera protesta contra el gobierno de Macri, quien no tiene la manera de explicar la nueva entrega de su país a las recetas del FMI. En Brasil, a pesar de la ilegal detención preventiva de Ignacio Lula, el ex presidente lidera las preferencias electorales y el deterioro de la imagen y de las políticas re privatizadoras y anti-populares de Temer se profundizan cada día.
Particular importancia en la América Latina en disputa adquieren las elecciones colombiana y mexicana. En el primer país, la izquierda alcanzó, a pesar de la campaña del miedo desarrollada alrededor del fantasma del “castro-chavismo”, un histórico segundo lugar. Hay que subrayar que todavía no está lo suficientemente valorado el aporte que las FARC le hicieron a esta nueva relación de fuerzas en Colombia con la firma de los acuerdos de paz en La Habana, a pesar de que mucho se tendrá que luchar para evitar que sean destrozados por el gobierno uribista de Duque. En el segundo país, la victoria de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) con un 53% de votación y con una diferencia de más de 20 puntos frente a su inmediato seguidor, consolida el equilibrio de fuerzas en el campo de lo político y la geopolítica, lo que en las actuales circunstancias es una buena noticia para la izquierda latinoamericana. Todavía es demasiado prematuro sacar conclusiones, pero la recuperación de los principios de “no intervención” y el respeto a la “autodeterminación de los pueblos” -así el futuro gobierno mexicano no abandone el llamado Grupo de Lima-, representa en lo que el intelectual argentino Atilio Boron llamaría un cambio de América Latina en la geopolítica del imperialismo.
¿Por qué la izquierda está en una situación difícil a pesar de varios años de avance sostenido?
La respuesta hay que buscarla no solo en lo que hace Estados Unidos y sus aliados en América Latina. Sería una ingenuidad esperar que la burguesía imperial y sus oligarquías asuman una posición pasiva frente a gobiernos revolucionarios o incluso solo partidarios de la reforma social progresista, como bien señala el politólogo cubano Roberto Regalado. Hay razones políticas, económicas, geopolíticas, geoeconómicas y culturales suficientes a lo largo de nuestra historia que explican la resistencia de EEUU a perder control del continente.
Las principales respuestas al retroceso relativo de la izquierda, en el marco de un frágil equilibrio de fuerzas, hay que encontrarlas en lo que se ha dejado de hacer. Se ha distribuido la riqueza social y se ha edificado una nueva institucionalidad (aunque no en todos los países) dentro de los marcos del posneoliberalismo, sin encarar al mismo tiempo las bases del poscapitalismo, que es lo que el Che definiría como revolución ininterrumpida. Mucho menos se ha logrado encarar con fuerza una revolución cultural y moral que de nacimiento a hombres y mujeres nuevos y nuevas, lo que finalmente mantiene a los sujetos del cambio atrapados por resabios de la vieja moral burguesa.
Sobre la base de lo avanzado –en el gobierno o fuera de él-, la izquierda latinoamericana y caribeña debe generar un nuevo consenso y aprobar una estrategia y tácticas renovadas que vuelvan a enamorar a las mayorías y sembrar nuevas esperanzas, que es la única manera de avanzar desde los proyectos emancipadores.