En un ambiente de autocomplacencia y sin autocrítica alguna, los reyes eméritos, el ex presidente Felipe González, el ministro del interior, Juan Ignacio Zoido y Susana Díaz, presidenta de la Junta de Andalucía presidieron ayer, en Sevilla, el solemne acto conmemorativo del 25 aniversario de la Exposición Universal Sevilla 1992. Los discursos fueron hermosos y en ellos se exaltó el éxito de la Exposición, el gran número de participantes, la colaboración entre lo público y lo privado y el esfuerzo que aquel gran evento representó como presentación ante el mundo de una España que se asomaba a la modernidad y que quería destacar, pero, como es habitual en España, fue un acto autocomplaciente, sin autocrítica y en el que se silenciaron los puntos negros de aquel gran acontecimiento, principalmente sus cuentas opacas y la débil herencia que dejó en Sevilla. ---
Un día como hoy, hace 25 años, la Exposición Universal Sevilla 1992 iniciaba su andadura en un ambiente que mezclaba la ilusión con el miedo al fracaso. Al final, el resultado fue muy positivo y la Expo 92 de Sevilla pasó a la historia como una de las grandes muestras universales, creadora de un modelo original cuyo mayor atractivo fue el ambiente festivo y acogedor de su recinto, en el que más de 42 millones de visitantes se sintieron felices y transportados a un mundo de ensueño.
Fue un acto brillante y bien planificado, donde los discursos fueron generosos y elegantes, donde todos se felicitaron mutuamente del esfuerzo y de aquella España que quería ser pujante y competitiva, pero los poco más de 200 asistentes, muy seleccionados, un grupo integrado por políticos, empresarios y ex altos cargos de la Exposición, vieron que se ocultaban algunas verdades claves, como la oscuridad de las cuentas de la Exposición, que se cerraron con sospechas de corrupción, y el fracaso de la herencia que la Expo 92 dejó en Sevilla.
Las exposiciones se organizan para relanzar ciudades y naciones y sus herencias más deseadas suelen ser intangibles como el prestigio, la imagen de las ciudades que fueron sedes. Ciudades como París, Londres, Osaka, Viena, Montreal o Nueva York ganaron prestigio mundial y competitividad gracias a las exposiciones universales que organizaron.
El gran legado de Sevilla, mencionado ayer en todos los discursos, ha sido el actual parque científico y tecnológico Cartuja 93, donde se han establecido algunos cientos de empresas privadas y centros de investigación, casi todos públicos.
Pero la verdad es que aquel parque es sólo un parque empresarial grande y magníficamente urbanizado, cuyo principal rasgo es que está dentro de la misma ciudad de Sevilla, en el que, por desgracia, no se ha establecido todavía ninguna empresa puntera que lo potencie y lo relance, como hicieron Microsoft, HP, Apple, Google y otras grandes empresas tecnológicas en parques que las acogieron, como el Silicon Valley de California.
Ningún país organiza una Exposición Universal para que en su sede se instale después un parque empresarial. Si se quiere un parque, se construye sin más y cuesta tres mil veces menos que organizar una Exposición de primer rango mundial. La Expo 92 se hizo para modernizar y relanzar España y Sevilla y para colocar al país y a la ciudad en ese exclusivo ramillete de naciones y ciudades punteras, pujantes y competitivas del mundo.
Pero ni España ni Sevilla alcanzaron esa meta, ni lograron situarse en la vanguardia mundial de nada. España es hoy el país más endeudado de Europa y uno de los más corruptos y desprestigiados del mundo, líder mundial sólo en turismo, como lo era ya en tiempos de la Expo 92, y, desde entonces, sólo ha alcanzado liderazgos indeseables en aspectos tan tristes como la corrupción, el fracaso escolar, el desempleo, la baja calidad de la enseñanza, la frustración política, el alcoholismo, la trata de blancas, el blanqueo de dinero, el despilfarro, el endeudamiento y el escandaloso y peligroso divorcio entre su clase política y la ciudadanía, que considera a los políticos como uno de los dos grandes problemas de la nación.
La Sevilla que surgió de la Expo no logró situarse en el exclusivo club de las ciudades más competitivas y pujantes del mundo ni logró mantener aquel impulso modernizador brillante del 92. Sevilla es hoy poco más de lo que ya era antes de la Exposición, aunque con mejores infraestructuras y carreteras: una de las ciudades mas bellas del mundo, tradicional, con fiestas deslumbrantes y con el turismo como gran recurso, pero en modo alguno una ciudad marcada por la ciencia, la innovación, la tecnología y ni siquiera por el turismo de grandes congresos y convenciones.
La Expo 92 fue un hermoso y positivo intento de España y de Sevilla por ocupar la cúspide del mundo, pero ayer la conmemoración de su 25 aniversario habría sido más hermosa, justa y decente si se hubiera otorgado algún espacio, aunque fuera pequeño, a la autocrítica y a la verdad.
Francisco Rubiales