Publicado por Álvaro Saval
Hoy no se puede decir que algo es imposible. Supongo que en esta nueva religión, alienante como cualquier otra, hay que creer siempre en la posibilidad de sucesos increíbles. La realidad por el contrario suele transcurrir con bastante normalidad. Bendita normalidad unas veces, insoportable normalidad otras. Pero las vidas de la mayoría de la gente son una sucesión de posibles que se cumplen y de imposibles que se aplazan, se cancelan o se tergiversan para decir que "oooooh yes, lo he conseguido".
Claro que hay cosas imposibles. Algunas podríamos decir que imposibles a día de hoy pero alcanzables en un futuro (los avances tecnológicos), otras probablemente imposibles para siempre porque violan las leyes elementales del universo y otras simplemente imposibles porque no se puede y punto. Y si no es posible, es imposible y punto. Es probable que en el diseño de objetivos imposibles estemos trazando un camino que nos permita llegar a objetivos sí posibles que sean bastante positivos. Es decir que iba a por un 10 que no podía sacar pero finalmente se queda en un 9,5 que también está bien. Pero eso que no estaría mal como estrategia no suele suceder tan a menudo. Puede que esto sea deformación profesional. Pero el planteamiento de objetivos difícilmente alcanzables (o directamente imposibles) lo que suele generar es bastante frustración y, por ponerme en el lenguaje de esta gente, "malas vibras".
Asumir que hay cosas imposibles no es malo. De hecho hay multitud de cosas posibles, que suceden o pueden suceder casi a diario que son geniales. No es en ningún caso conformismo aceptar la existencia de unos límites físicos, contextuales, temporales que reducen nuestros posibles. Eso sí, de los posibles, queramos todos. Aunque todos, a veces, es imposible.