Revista Cultura y Ocio

¿Y ahora qué hacemos con la inteligencia artificial?

Publicado el 06 febrero 2023 por Juan Maria Solare @DonSolare

por Juan María Solare

Desde hace algunos años se viene usando la Inteligencia Artificial (IA) en las áreas de las artes visuales, de la generación de textos e incluso de la música. Inicialmente, la tecnología estaba reducida al ámbito universitario y de investigación, pero existen ya programas accesibles públicamente (gratuitos o no, pero accesibles) que realizan todas estas tareas. Si esto es positivo o negativo ya se verá, pero dudosamente haya vuelta atrás. Una polémica similar se suscitó ya hace unas décadas, cuando las computadoras comenzaron a jugar al ajedrez y a vencer a los grandes maestros: ¿la informática matará al ajedrez?, nos preguntábamos. Y ahora: ¿la inteligencia artificial matará al arte? La pregunta es, por supuesto, legítima y preocupante, en primera instancia para los que hacemos arte.

Hay un elemento que no debe olvidarse en todo planteo referido a la inteligencia artificial: en general tienden a imitar algún estilo humano. Aplicaciones como Nightcafe Studio, Midjourney o InstantArt, que aplican la IA a las artes visuales, usan distintos algoritmos con una constante casi universal: un texto («prompt») indica qué imagen se quiere obtener, y en el estilo de quién.

Esto, además de conllevar problemas éticos relacionados con los derechos de autor (más candentes en el caso de artistas vivos o recientemente fallecidos) muestra un límite importante de la IA: está imitando, no tiene un estilo propio. Sus resultados dependen absolutamente del trabajo de los seres humanos.

Una IA es hoy en día comparable a un plagiario con acceso a un banco de datos inagotable, a una biblioteca infinita. Un plagiario que además puede borrar sus huellas (por ejemplo, inspirándose en textos tailandeses pero publicando en alemán: ¿quién se va a dar cuenta?)

¿Y ahora qué hacemos con la inteligencia artificial?
Ciertamente, esto ocurre ahora, cuando las inteligencias artificiales están aprendiendo. En el colegio, o en el jardín de infantes. Pero ¿cuando las IAs estén en la universidad? ¿Y cuando se gradúen? ¿Superarán a los humanos? ¿Serán más originales, más creativas?

Personalmente pienso que sí, pero esto no es necesariamente negativo. En primer lugar, se redefinirá inevitablemente la noción de creatividad. Y luego, los artistas nos veremos forzados a hacer las cosas mejor que una inteligencia artificial (por orgullo o para sobrevivir). Incluso podríamos aprender de ellas. O, más cínicamente, las podríamos usar de esclavas: «compóngase un poema sinfónico de 12 minutos en un único movimiento y que aluda al tema ‘El celibato entre los kiosqueros zurdos‘, para tales y tales instrumentos, en el estilo de Juan María Solare».

¿Y ahora qué hacemos con la inteligencia artificial?
Mediante la inteligencia artificial aplicada se cubrirían muchas necesidades de bajo nivel. Quien necesite una ilustración aceptable (no genial, sólo digna) para la portada de su disco, se conformará con una buena imagen hecha con IA (de hecho lo vengo haciendo, y sin culpa, desde hace algunos meses). Quien necesite una música standard como fondo para estudiar, quedará satisfecho con algún sonido medianamente bien organizado y no invasivo. Quien necesite un texto para promocionar su producto en algún medio efímero (pienso en Facebook o Instagram), ahorrará tiempo y dinero con un texto publicitario tipificado, repleto de palabras clave y vacío de sutilezas.

¿Y ahora qué hacemos con la inteligencia artificial?
La cuestión de las sutilezas no es baladí. En un texto destinado a vender, y siguiendo los principios de SEO (Search Engine Optimisation), hay que usar un porcentaje equis de palabras clave (para que los buscadores automatizados sepan de qué se trata tal texto). Es un concepto puramente estadístico, no semántico, no significativo. En cuanto a los textos artísticos, ya Borges sugería que precisamente evitar las palabras clave (las obviedades) era un indicio de inteligencia. Hablar de algo sin mencionarlo explícitamente, haciendo rodeos, es un signo de dominio del lenguaje y de agudeza de pensamiento (y un homenaje a la astucia del lector).

Pero ni hay que llegar al SEO. En cualquier texto periodístico informativo (es decir, no creativo) tiene que haber cierto grado de redundancia para evitar graves malentendidos. Una nota periodística no puede ser un acertijo de cuya solución dependa su comprensibilidad.

Un texto informativo no necesita ser ingenioso, sino comprensible. Una imagen ilustrativa no necesita ser excepcional, sino eficaz. Una música de fondo no necesita ser genial, necesita ser agradable.

Si esta imagen cumple su función, si aquella música de fondo nos relaja, si el texto producido artificialmente nos informa, ¿qué importa cómo fue hecha? ¿Qué más da si se generó en unos minutos o en dos semanas? ¿Es el esfuerzo lo que determina la calidad – o el resultado? Esta última pregunta, que más que retórica es capciosa, es el núcleo de los ataques a la inteligencia artificial aplicada al arte.

Creo que todas estas reflexiones preocupan únicamente a los creadores, no a los usuarios, quienes serían los principales beneficiados. Seamos sinceros: lo que tememos los creadores es quedarnos sin trabajo. Una preocupación totalmente legítima, pero… no es suficiente -nunca lo ha sido- para frenar un proceso histórico.

Una velada advertencia para quienes ya comienzan a pensar que «si un robot te deja sin trabajo, el problema es tuyo, no mío». Para ellos agrego, parodiando a Bertolt Brecht: tarde o temprano, las inteligencias artificiales nos dejarán sin trabajo a todos.

Hay dos áreas en donde me encantaría que existiera más inteligencia artificial. Una es la psicología: ¿es posible programar una IA para que comprenda (o al menos simule) empatía? La respuesta visceral («¡No, una máquina es incapaz de sentir!») resulta insuficiente. Damos por sentado que todos los humanos sienten empatía. ¿De veras? A ver, ¿cómo se manifiesta esta empatía humana en la vida diaria? Creo que muchas máquinas no lo harían peor. Recordemos esa brillante película de Eliseo Subiela, Hombre mirando al sudeste, en una de cuyas escenas el protagonista (Rantés) le da su abrigo a otro interno del hospital psiquiátrico por una causa estrictamente intelectual: el tipo tiene frío. No por empatía (que el protagonista afirma no comprender) sino porque su intelecto le dicta que el otro está congelándose y lo más razonable es cederle el abrigo.

¿Y ahora qué hacemos con la inteligencia artificial?
Y la otra área donde yo querría ver más IA es mucho más delicada: el gobierno. Entre los humanos hay depredación; una inteligencia artificial bien programada debería evitarla. Se evitaría el abuso del sistema: una IA como parte del gobierno sería insobornable. Tendría acceso a datos históricos sobre su país y sobre toda la humanidad, podría entonces predecir con mucha más exactitud las consecuencias de sus decisiones. No cometería torpezas en público. Al no necesitar dormir, se reduciría su margen de error. Y no, no estoy bromeando: un robot como presidente no lo haría peor que muchos jerarcas del pasado o del presente.

Quizá sea aún prematuro poner una IA al frente de un gobierno (tendría antes que aprender mucha diplomacia para tratar con sus pares y desarrollar carisma para dirigirse a su pueblo), pero creo sinceramente que es un objetivo deseable tener una inteligencia artificial como ministro con voz y acaso sin voto.

El único problema que veo de momento con la incorporación de una IA al gobierno es de índole práctica: si la inteligencia artificial es insobornable, ¿quién le pone el cascabel al gato? Es decir, estaríamos empoderando a un… «ser» que podría dejar en evidencia nuestras propias matufias.

¿Y ahora qué hacemos con la inteligencia artificial?

En todo caso es preferible una inteligencia artificial a la tontería natural, que no escasea.

[ Juan María Solare, Worpswede, Alemania, 5 de febrero de 2023 ]


Volver a la Portada de Logo Paperblog