Revista Cultura y Ocio

Y así ha ido mi año

Publicado el 27 diciembre 2014 por Duermevela
Sí, es hora de hacer recuento y no precistamente de libros leídos o series, doramas, animes y películas vistas, que sinceramente han sido muy pocas y muy poco importantes en comparación con el resto de cosas que han pasado. Pero si alguien tiene curiosidad, solo he leído 25 libros, visto tres doramas, un puñado de animes del año pasado y creo que solo he visto dos temporadas de alguna serie de la que ni recuerdo el título.
¿Qué es lo que hizo que dejase tan de lado el blog y mil cosas más? ¿Qué es contra lo que he tenido que batallar durante más de medio año? ¿Qué me obligó a cambiar, parar y pensar tan detenidamente lo que estaba haciendo, dónde estaba, lo que quería hacer, a dónde dirigirme y tomar medidas para no perderme?
La depresión.
Las navidades no fueron como otro año, yo no estaba igual, no quería nada. En Enero ya se puso la cosa muy chunga. Lloraba sin parar, casi no salía de la cama, si salía era para estar tirada en el sofá, estaba permanentemente cansada, no tenía fuerzas para hacer nada y pensaba que no debería haber nacido, pero como nací debería suicidarme para acabar con todo y dejar de ser un estorbo para mis padres y hermano.
El suicidio era la salida, así de claro. Pensé en cómo llevarlo a cabo: Tirarme desde la terraza no era viable, un segundo piso era poco y encima había árboles que podían amortiguar la caída, si sobrevivía tendría que estar encerrada, sería un mayor estorbo para mis padres y yo acabaría por matar a alguien. Llegó el turno de pensar en cortarse las venas a lo largo de los tendones y no perpendicularmente a ellos como sale en las pelis, problema, el dolor. Sí sí, leed libros sobre los suicidas, se elige un método u otro según pensemos que dolerá menos. Por lo visto queremos morir sin sufrir todavía más. Como no me convencía pasé a la idea de las pastillas, ¿pero cuáles, en qué cantidad y las podría conseguir en la farmacia sin preguntas de por medio? Vivo en un pueblo pequeño y las habladurías vuelan. Total, de ahí pasé a pensar en salir un día sin los perros, esperar a que un camión pasase (el frigorífico que descarga en el mercadona pasa por aquí), pero antes de llevarlo a cabo fui a urgencias y de ahí al médico de cabecera.
Para suicidarse hacen falta cojones y yo no los tuve. La gente lo ve como la salida de los cobardes, pero ni de coña. ¿La prueba? Dejad de leer, id a la cocina, coged un cuchillo y cortaros las venas de una de vuestras muñecas. Si lo del suicidio es tan sencillo y no de valientes, vamos, hacedlo. Tened en cuenta que no os digo de suicidaros, ni que os cortéis las dos muñecas, solo una, así os podréis hacer las curas. ¿No? ¿Nadie? Vaya, ¿qué excusa habéis escogido? ¿Algunas de las mías o alguna de vuestra cosecha? No es nada sencillo dar ese último salto, el tragar esas pastillas o hacerse un corte para dejar de vivir. Tod@s tenemos dudas (cuando no miedo) de lo que puede haber o dejar de haber, el que salga de una mismo el descubrirlo no es algo que se haga de momento a otro porque se está aburrid@. Es así por ese mismo miedo que se siente cuando realmente piensas en la muerte (no mientras lo piensas mientras bromeas con tus amigos) No tuve cojones de hacerlo y me alegro de no haber sido esa "loca que no tiene ni vergüenza ni miedo" que mi familia dice que soy.
El diagnóstico me lo dieron en seguida, depresión y ansiedad.
Xeristar, orfidal, tranxilium y otro medicamento más que no me acuerdo. Hola drogas, hola estado anímico no suicida. Lo malo fue el momento en el que me dijeron que mi grado de depresión era tal que tendría que estar año y medio o dos años en tratamiento e incluso con psiquiatra.
En siete meses me dieron el alta. Mi cabezonería sirvió para algo.
Por suerte ahí estaba mi familia. Al principio fue duro, mucho. Mi hermano estaba muy pendiente de mí y me cebaba a chocolate y mil dulces más que junto a la medicación me hicieron coger 12 kilos más, la relación entre mi madre y yo cambió de la noche a la mañana (a mejor, y eso que no era mala la relación que teníamos), pero a mi padre le costó asumir lo que tenía. Los primeros días ni siquiera hablábamos entre nosotros, no sabía cómo tratarme, como si me fuese a romper, no sabía qué decirme ni cómo hacerlo. Por suerte a los días volvió a la normalidad, aunque ya digo que esos primeros días él lo pasó muy mal y yo me quería morir al verle así por mi culpa.
Tuve que dejar muchas cosas, tuve que tocar fondo, pero por suerte no me quedé ahí nada más que lo necesario. Estaban mis bichos, debía encargarme de ellos porque el resto estaba trabajando. Esa "tontería" conseguía que al menos saliese de la cama. Me caí varias veces al suelo porque no tenía ni fuerzas ni ganas de andar y me tenía que parar en algún que otro descampado para llorar, pero al menos me daba el aire, me obligaba a salir, y lo mejor y más importante, mis perros estuvieron ahí sin separarse de mí ni un instante. Me daban con el hocico si me caía, me daban besitos y aullaban si lloraba, me "mordían" la mano para llevarme con ellos a un paso más rápido del que yo iba... Y al llegar a casa bebían agua y se venían conmigo a la cama o al sofá. Siempre encima mía. Nunca sola.
Cuando tenía depresión lo decía y lo sigo manteniendo, mi rápida recuperación se debe en gran parte a mis perros. Leed en foros, blogs y demás las experiencias de la gente con esta enfermedad, siempre es lo mismo: Llorar, dormir, doparse con lo que sea, cama y vuelta a empezar. ¿Salir a la calle? Nunca. Si muchas veces ni nos levantamos para ir al baño... Todo daba igual hasta ese punto. Puede ser difícil de entender, lo sé, pero para saberlo hace falta vivirlo y para nada os lo recomiendo.
En cambio yo nunca estuve sola y gracias a mi Blanquita y mi Garrapatilla (alias Rocky) yo salía todos los días. Poco o mucho pero salía. Me obligaba a salir de la cama, vestirme (más o menos), hacerme una coleta (que no peinarme ni mirarme al espejo) y pasearlos. No jugaba con ellos, pero salía.
Si se tiene depresión algo no funciona, eso está claro. Me la diagnosticaron, algo fallaba en  mi vida. Tuve que hacer un inventario pormenorizado de mi vida, de mi día a día, de lo que hacía, de por qué lo hacía, de por qué no hacía otras cosas, de mi caracter, de mi forma de pensar, de mi forma de actuar. De verdad, ni la CIA hace estudios tan exhaustivos como el que tiene que hacer una misma cuando tiene esta dichosa enfermedad.
Y aunque duele, se ven cosas, muchas, que llevan años sin funcionar y que por cabezonería, porque crees que es lo mejor, por el qué dirán, por expectativas de otras personas y cosas por el estilo, las mantienes y solo te aportan amargura y tristeza. Duele darte cuenta de que has desperdiciado muchísimo tiempo, de que todas las energías que tenían que haber sido gastadas en cosas que realmente no deberías haber hecho o al menos no haber dedicado tantísimo tiempo. Es demoledor, pero hay que verlo, hay que caer en la cuenta, regodearte en la mierda, llorar lo que sea necesario y después secarse las lágrimas y empezar a romper, abandonar y tirar cosas que no te sirven para nada.
Personalmente de deshice de cosas que llevaba arrastrando desde hace muchos años. Habían sido un lastre más o menos llevadero durante la mayor parte del tiempo pero ya eran tan pesadas que me estaban hundiendo y no había manera de llegar a la superficie. O las dejaba ir de una vez o ya no levantaba cabeza. La idea del suicidio y cómo llevarlo a cabo rondaba por la cabeza, debía dejarme de tonterías.
Para salir de esta mierda no hay remedios mágicos. Se tiene que trabajar mucho, que nadie crea que es sencillo o que la medicación lo hace todo. El xeristar y compañía hacen que la química del cerebro sea la correcta para poder ir viendo las cosas como son y no tan negras, pero los cambios diarios, pequeños o grandes, y lo más importante, PERMANENTES, deben ser hechos por una misma con la firme idea de mantenerlos cueste lo que cueste, que no es sencillo. Ya hace unos meses que estoy bien y no me medico, pero la recuperación fue tan rápida (a mí me pareció una eternidad) que ya me han dicho que cuidadín, que tal vez no he afianzado lo que aprendí o decidir cambiar y puedo recaer. Sigo trabajando en ello. No debo caer en los viejos vicios.
Antes era enfadarme y se me hinchaba la vena, tiraba espumarajos por la boca, arrancaba yugulares a bocaos y me tiraba días (a veces incluso semanas) enfadada por una sola cosa, ahora ya no. He aprendido que por muy sangre caliente que sea debo relajarme. Sorprendentemente ahora me enfado mucho menos; los enfados me duran un rato, hasta que ya suspiro y decido que no merece la pena; intento solucionar las cosas a su debido tiempo, no inmediatamente; he vuelto a las cosas que me motivaban, me gustaban y me relajaban; así que... por fin tengo nuevas metas, ilusiones.
¿Qué mejor manera de empezar un nuevo año que completamente renovada?

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