Cualquiera sabe qué ha pasado en el episodio de la muerte de Bin Laden. Varias versiones corrigiendo las anteriores hacen difícil creerse que la última es la buena. De tal forma que podemos llegar a la conclusión de que cualquier cosa puede haber pasado.
Sin embargo, hay algunas cosas que parecen ciertas. Primera, la operación Gerónimo se realizó sin permiso de Pakistán (es natural, un país vasallo ha de serlo siempre). Segunda, que el terrorista ha muerto –al menos, así lo ha reconocido Al Qaeda, aunque lo de tirarlo al mar, ya tiene guasa--. Tercera, que Bin Laden ha estado viviendo muy cerca de la capital de Pakistan sin que los servicios secretos USA y la policía local, no sabemos si de forma voluntaria, le hayan descubierto. Cuarta, que estaba desarmado. Esto debe ser cierto, puesto que los mismos americanos admiten haberle disparado a lo bestia.
Y por último, algo muy importante y contradictorio. A pesar de su antiamericanismo, el jefe de Al Qaeda tenía en su casa el símbolo americano por excelencia, que no es ni su bandera, ni su constitución, ni su presidente. Es la Coca-Cola. Y además la bebía.
Este sacrilegio sólo es posible entenderlo si consideramos la historia del propio caudillo terrorista. Recordemos que fue un agente de la Cía, y que sirvió al gobierno yanqui, hasta que se convirtió en su peor enemigo, Pero para entonces, la droga había hecho efecto.
Hay quien dice que el terrible terrorista fue descubierto por el distribuidor de la Coca-Cola, quién avisó a la embajada. El gobierno Obama está estudiando poner una medalla al presidente de la multinacional.
Ahora comprendo esa algarabía mostrada por el pueblo americano. No es sino el triunfo de “la alegría de la vida”, la victoria del sueño americano.
Salud y República