Revista Opinión

Y cortaron las mejores rosas…

Publicado el 05 agosto 2011 por Rgalmazan @RGAlmazan

No me puedo dormir. No me acostumbro a este suelo frío, a este espacio ínfimo donde otras piernas y cabezas me rozan, donde huele a lejía y a sudor, donde agosto es oscuro y triste. Sé que es una noche especial y aunque nadie me ha dicho nada, hoy todo es más lóbrego y profundo. Presiento que algo horrible va a pasar.

Cinco de agosto de 1939. Hace pocos días que he cumplido veinte años, aquí en esta cárcel de mujeres. Una prisión donde tienes derecho a un ladrillo, un trozo de arpillera, un plato, una cuchara de metal y una cosa parecida a una almohada o a un cojín irregular. Una cárcel construida para 500 mujeres y en la que estamos 4000.

Las_Trece_Rosas

No sé por qué, pero me viene a la cabeza lo que ha pasado desde que estoy aquí. El interrogatorio, cuando me abofetearon, cuando me desnudaron y me pellizcaron los pecho. Luego me pelaron al cero y me hicieron beber medio litro de aceite de ricino. Querían que me declarara culpable de haber organizado un atentado contra Franco y no aceptaban el no por respuesta. Sin haber hecho nada.

Y aquí estoy, esperando una sentencia, que puede ser cualquier cosa. Porque lo que he hecho ha sido muy grave: Estar afiliada a las Juventudes Socialistas Unificadas, peor que haber sido una criminal para los franquistas.

Oigo ruido, se oyen pasos, parece que por el pasillo viene alguien. Está claro que a estas horas no puede ser otra cosa. En mi celda, se han empezado a despertar las otras compañeras, al sentir esas pisadas. Puedo ver a Manuela la carcelera, que va primero, y después, una, dos, tres… He contado hasta trece reclusas y después cerrando iba otra vigilanta. Sí, ahora las reconozco, son compañeras mías, compañeras de las Juventudes, a las que habían juzgado –por decir algo— hace un par de días.

No puede ser, se oyen sollozos, gritos ahogados, llantos íntimos, ahora las veo bien, entre ellas van amigas mías, Martina, Dioni, Carmen, Julia. Con ellas he repartido octavillas, vendido periódicos, cantado la Joven Guardia Roja en alguna reunión, hablado en multitud de ocasiones, hace poco, muy poco. Y hoy…

Ahora veo que todas mis compañeras están de pies, Gritan: “no hay derecho” “no han hecho nada” “asesinos”, hacen ruido con las cucharas y los platos. Nadie pensó que llegaría este momento. Sabíamos que las habían condenado, pero cómo matar a estas mujeres, sin pruebas, a menores de edad. En la celda múltiple el jaleo es inmenso, pero ellas ya han pasado, y todas volvemos al silencio, al llanto mudo, a las lágrimas.

Es un escarmiento, ahora lo entiendo, es una venganza por el asesinato del Comandante Gabaldón, hace una semana. No puede haber otra razón. No puede existir otra sinrazón. Como si ellas tuvieran la culpa. Estaban aquí, encerradas, cómo podían haberlo matado. Pero había que vengar ese asesinato con algo que doliera, con la muerte de jóvenes, aunque no tuvieran nada que ver.

Las trece rosas  Presos Rojos

La celda se ha vuelto más fría, más pequeña. El sudor y el llanto es inmenso, no hay quien duerma. Todas esperamos no oír lo que toca a continuación. La descarga del fusilamiento. Se ha hecho el silencio total. Todas estamos esperando. Son pocos minutos, si en pocos minutos no se ha oído es que no ha ocurrido. La espera es larga, se hace eterna, y sin embargo, las tapias del cementerio están a poco más de diez minutos de la cárcel. Pero llega.

Es el estallido de la rabia, de la desesperación, de la injusticia, de la muerte amiga, de la muerte ajena y de la muerte propia. Todas somos una. ¡Quien sabe mañana!

Hijo, recuérdalo, eran trece rosas rojas, trece inocentes jóvenes que tuvieron la mala suerte de encontrarse con un destino desgraciado, con un enemigo vil y sin piedad, injusto y cruel. Pude ser yo, pudo ser cualquiera de las que allí estábamos, no habían hecho algo distinto a lo que hice yo: pertenecer a las JJ.SS.UU. Ese fue su delito, ese y la mala suerte. Un día negro que no olvidaré. Y que tú no debes olvidar. Porque como escribió Julia Conesa, mi amiga Julia, una de las ajusticiadas, en su última carta, queda una misión por hacer:

¡QUE SUS NOMBRES NO SE BORREN DE LA HISTORIA!

Y sé que lo harás, porque llevan razón, porque hay que recordar hasta qué punto llegó ese régimen asesino. Porque estas historias, hijo, si no se repiten, se olvidan. Y eso no, a ellas y a tantos como a ellas, no se les puede olvidar. Eso sería, volver a perder la guerra.

Más o menos, poniéndolo en primera persona, haciendo trabajar a la memoria que a veces me falla, recreándolo, pero algo así, con este espíritu, mi madre, Carmen Almazán, me transmitió uno de los episodios más horrendos de la posguerra. Hoy hace setenta y dos años de ese crimen horrible. Y siempre me recordaba que ella pudo ser una de las trece, porque todas estaban allí por el mismo y único delito: Ser rojas.

Salud y República


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